“A la gente no le gustaba el hilo”, afirma Scott Swank, conservador del Museo Nacional de Odontología, en Baltimore. Y en una época en la que era normal tener caries, añade, “las personas simplemente esperaban a que se le cayeran los dientes”.
Más adelante, en la década de 1870, Asahel Shurtleff contribuyó a facilitar el uso del hilo dental al patentar su primer dispensador: una bobina con la punta en forma de U que funcionaba como una diminuta mano de metal que guiaba el hilo entre los dientes. Su invento se anticipó a los portahilos actuales.
Desde entonces se han inventado el hilo con sabor a chicle y los dispensadores en forma de diente, en un intento por hacer que el hilo dental parezca divertido o al menos no muy complicado. Estudios recientes indican que usar hilo dental es una de las formas más sencillas de prevenir la caries. Pero “a la gente sigue sin importarle”, señala Swank. A dos siglos de su invención, el hilo dental sigue siendo algo que olvidamos y odiamos utilizar.