La certeza de estos dos rasgos se nutre por una carrera de más de tres décadas en las que la editora, lectora, maestra, especialista en Ciencias Sociales e ilustradora ha procurado sembrar cambios en Guatemala desde la publicación y distribución de textos.
Su padre, Julio Piedra Santa, fundó hace más de 70 años la editorial que lleva dicho apellido como marca. Durante su existencia, esta distribuidora y casa editorial ha acercado a muchos lectores con temáticas conscientes de la realidad guatemalteca. Otra manera de “sensibilizar”, explica la hija mayor del fundador.
Años después de su desempeño frente a la editorial y demás proyectos de difusión intelectual, Irene nos abre un espacio —a la distancia, desde su oficina— para conversar acerca de los retos, las oportunidades y el inherente compromiso por dotar a la población de textos con ímpetu de transformadores sociales.
Mientras estudiaba, ¿cómo influyó el contexto del país en su interés por editar y hablar de temáticas nacionales?
Me tocó vivir una época muy trágica y difícil durante el conflicto armado interno. Muchos amigos se estaban enlistando para ir a la montaña, mientras otros estaban muriendo.
Mi tío también era perseguido. Mi papá daba clases en la universidad y se parecía a mi tío, por lo que lo confundían y también perseguían. Toda nuestra generación estuvo marcada tanto en los aspectos personales como familiares.
Esto permeó en mi convicción por editar y publicar libros. En Piedra Santa publicamos por primera vez La hija del puma, que es una novela sobre la violencia en ese período. También lanzamos La patria del criollo para jóvenes. No creo que haya existido una versión para esa audiencia antes.
Nuestra intención ha sido la de dar materiales significativos para que los niños y jóvenes conozcan la historia de Guatemala, más allá de los altares cívicos. La sensibilización no debe quedarse ahí. Se debe avanzar hasta conocer las realidades más duras del país. No podemos quedarnos en marchas o en cantos.
¿En qué momento se percató que era necesario presentar dichas realidades a las audiencias jóvenes?
Fui directora de la revista Chiquirín, que inició en 1974 y terminó en 1990. Pensé en la importancia del periodismo, que surge cuando las personas —adultas, generalmente— necesitan conocer la actualidad, por lo que luego planteé que debía existir un periódico para niños.
En Chiquirín nos distinguimos por tratar la actualidad, que era muy trágica, para los niños. Hablamos de Edén Pastora —el comandante Cero—, famoso en Nicaragua por su lucha contra la dictadura de Somoza y quien tomó el Palacio Nacional del país. Todo el mundo hablaba de eso en 1978 y fue nuestra carátula en Chiquirín.
Recuerdo que las autoridades del Ministerio de Educación mandaron a llamarme para preguntar por qué estábamos sacando ese material para niños. Yo sí tenía idea y les expliqué que los niños tenían que conocer asuntos que tuvieran un significado para ellos..
El estudio del pasado se hace para comprender el presente y el futuro. Entonces, si eso era lo más importante que estaba sucediendo, teníamos que tratarlo con los niños.
Años después de estar involucrada en el quehacer editorial y cultural, ¿qué retos enfrenta esta industria a nivel nacional, a su criterio?
Pienso que los retos principales radican en la tecnología. Los editores tenemos que poder sobrevivir como empresa a estos tiempos, y luego aprovechar las posibilidades. Por ejemplo, las posibilidades en educación son muy grandes. Hoy los niños tienen muchas ventanas abiertas y todas son tecnológicas. Las editoriales debemos ser capaces de manejarlas.
¿Cómo lo manejan desde Piedra Santa?
Estamos llevando textos a plataformas digitales, porque ahora los docentes y los niños reclaman un libro electrónico en el que se permita continuar la dinámica educativa. Además, estamos viviendo épocas difíciles que antes no existían en Guatemala, lo que hace que tengamos nuevos contenidos.
Se debería valorar más la formación ciudadana. Debe tener gran prioridad, porque los grandes problemas del país se relacionan con peligros que vienen de los crímenes y la captura del Estado. Esto define la gran pobreza y el porqué de las brechas sociales.
Eso provoca que ponga atención en la formación ciudadana y en los valores que hay detrás, como la solidaridad o la capacidad crítica para saber comprender la sociedad. Esos son de primera importancia, junto a materias como la matemática.
¿Considera posible transformar una generación desde los textos?
¿Transformar?…
¿O es muy ambicioso en Guatemala?
Creo que la lectura es muy importante y las grandes mentes están ahí, pero ahora son más poderosos los videos. Impactan más. No todas las personas son lectoras y menos en nuestro país, donde no hay hábito de lectura, y tampoco interés por muchos temas.
Entonces, ¿qué haría falta para fomentar más criterio?
Insisto en la tecnología, las grandes posibilidades que esta da y que antes no existían. El problema consiste en qué hacer para que los jóvenes no usen el teléfono solo para entretenerse, sino para emplear su potencial con el fin de garantizar su aprendizaje.
Se dice que en Guatemala muchas personas saben leer, pero prefieren ser analfabetas.
Pasa que no hay pensamiento crítico. Vemos algo en Twitter, recibimos un mensaje, un video o un audio, los reproducimos y ya los damos por cierto. No nos ponemos a pensar quién está detrás de ese contenido y con qué intenciones. Ahí surgen muchas de las denominadas noticias falsas (fake news) que la gente consume sin saber. Ahora hay una mayor posibilidad de manipulación.
Uno de sus esfuerzos en lo relacionado con la formación se puso de manifiesto en la aprobación de la primera Ley de libro y lectura, de la cual fue promotora hace 31 años. ¿Cómo se siente con ese logro?
Fue un logro porque en ese entonces la Unesco comenzaba a promover en todos los países las leyes del libro y fuimos los primeros en desarrollarla en Centroamérica. La aprobación supuso ventajas para la producción de libros, pero al año, los diputados que la aprobaron quitaron los beneficios por distintos intereses. Nos quedamos únicamente con el nombre.
Para esto, en algunos países de Latinoamérica ya se había superado la primera ley. En Guatemala quedó mucho por hacer. El Ministerio de
Cultura y Deportes empezó a impulsarla nuevamente de una manera renovada junto a algunas personas que también hemos estado trabajando en ella durante los últimos tres años.
El centro de esa ley está basado en las bibliotecas que beneficiarían al sector educativo y comunitario.
En ningún país basta con que haya libros en las bibliotecas; hay que tener gran actividad cultural en torno a ellos, como presentar nuevos autores, que los centros educativos propicien más tiempo de lecturas. Es convertirse en activistas de la lectura.
¿Qué la motiva a seguir siendo una activista del libro en Guatemala, a pesar de los retos?
Fui la hija mayor de mis papás cuando fundaron Piedra Santa. Recuerdo que compaginaba libros, escribía periódicos chiquitos que vendía a mi papá, resumía noticias para mi mamá. Fui muy absorbida por el ambiente editorial.
Me han interesado los proyectos políticos, pero no de manera partidista, sino a través del libro. Ahora me entusiasma elaborar textos de ciencias sociales para niños y jóvenes.
Con esto pretendo una formación ciudadana en busca del pensamiento crítico, que pueda resistir a las fake news y dirigida a contrarrestar muchos de los males sociales que perduran.