A las 8.00 concluye la sesión de tejido, la cual es sucedida por una serie de actividades hogareñas en las que Allan está involucrado junto a sus hermanos, su padre y su madre. Lavar, barrer, hacer compras, cuidar el huerto y atender la milpa que recientemente levantaron. “En mi casa todos somos varones y ayudamos a mi mamá”, explica el joven.
Además de sus responsabilidades académicas y laborales, que se suman a las atribuciones hogareñas, Peinado siempre regresa al mismo espacio cada mañana. Ahí, frente a su tejedora, encara una pasión que a sus 22 años podría pasar como la de una persona longeva, debido a la cantidad y variedad de piezas textiles que ha elaborado.
Esta parte de Allan se remite a la adolescencia, cuando empezó a concebir la idea de los tejidos por curiosidad, ya que era raro ver a algunas señoras de su comunidad utilizándolos.
En los álbumes familiares también vislumbró la importancia de estas piezas cuando notó en algunas fotografías, donde aparecía su bisabuela, que ella las utilizaba, al igual que sus hijas. “He tenido la dicha que mis ancestras eran tejedoras. Creo de ahí fue naciendo mi memoria y el deseo de tejer”, confiesa.
A los 15 años, después de investigar alrededor de su comunidad quién sabía tejer, descubrió que una familiar lejana mantenía ese conocimiento y que mejor aún, estaba dispuesta a compartirlo. Como si fuera un encuentro que el destino le deparaba, la respuesta a la intriga de Allan fue encontrada. Relata que desde ese momento no ha parado de tejer cada día.
Como toda labor, ha saboreado nuevas victorias, pero también ha enfrentado dificultades a la hora de plasmar su imaginario desde los textiles. Asegura que puede confeccionar desde servilletas hasta fajas, pero sus predilectos son los huipiles.
Los colores favoritos en su arsenal de hilos incluyen azules, naranjas, verdes, morados y celestes. Para la elección de estos, influye el gusto -en ocasiones- de quienes compran las piezas al ajkemonel (tejedor, en kaqchikel). Las figuras, por otra parte, suelen quedar a su elección. Aparecen así guiños zoomorfos que aluden aves, personas, gatos, coyotes, o algunas figuras geométricas.
Es en esa síntesis -donde confluyen colores, formas y tramas- en la que se hilan el pasado, la memoria y la trascendencia de Allan.
“Me interesó tanto el tejido que busqué a las ancianas que aún lo usaban en la comunidad o que tejieron en el pasado. Tuve un acercamiento a ellas y a huipiles que tenían figuras que nunca había visto y que volví a replicar. Hoy puedo considerar que esos conocimientos están recuperados, así como me he acercado al kaqchikel”, expresa el joven.
Esa convicción lo motivó a gestionar un grupo en el cual enseñaba a tejer a personas de San Antonio, cuyas edades iban desde los 10 hasta los 60 años. Así como él, sus 15 aprendices lograban reivindicar una memoria textil e identitaria.
“No puedo dejar que esto se acabe en mi comunidad. He pensado qué pasaría si muero. Todo lo que conozco se iría conmigo. Ese conocimiento que no puedo llamarlo solo mío, es de una comunidad entera que ha resistido; es de mis ancestros”, apunta Allan, de manera inquebrantable.
La lección en las teclas
Después de tejer, y en medio de los oficios del hogar, Allan encuentra momentos para organizar y revisar los pendientes alrededor de su desempeño como profesor musical en el Instituto de Educación Básica por Cooperativa Santa Cruz, Chinautla.
En ocasiones, las jornadas de Allan también son marcadas por sus estudios en la Licenciatura en Educación Musical que cursa desde julio del año pasado en la Universidad Da Vinci. “Ahora que lo pienso bien, no sé cómo me da tiempo”, se pregunta luego de lanzar una risa.
Así como el tejido, el interés hacia la música llegó a Allan durante la adolescencia, mientras estudiaba en el Instituto Nacional de Educación Básica Experimental Enrique Gómez Carrillo. Fue entonces cuando decidió formar parte del grupo de marimbistas de la institución en 2011, a los 13 años.
Recuerda que en el Instituto también estaba la opción de integrar la banda, sin embargo, el corte “militar” de la misma no le llamaba la atención. “Veía el grupo de marimba algo incompleto, pero me llamaban más la atención sus melodías”, cuenta Peinado.
El joven narra que otros estudiantes de la institución veían de manera apática a los marimbistas. “Siempre terminaban alabando a la banda, que suele ser una herramienta militarista y que se utilizaba para celebrar una independencia que no es verdadera”, señala.
Fue parte del grupo marimbista del colegio durante tres años y posteriormente se unió a otras agrupaciones del mismo instrumento en la Dirección General de Educación Física (DIGEF) y el conjunto Marimba Juvenil de Concierto Guatemala. Desde su primera incursión con la marimba, hace nueve años, narra que la experiencia lo ha marcado.
En 2014 entró a la Marimba Juvenil de Concierto de la DIGEF, y ese mismo año estaba estipulado un viaje hacia California (Estados Unidos) donde la agrupación tendría varias presentaciones. Allan ingresó dos meses antes de la gira. Debía aprenderse un repertorio dominado por el resto de las integrantes y que comprendía aproximadamente 40 canciones.
Aquella época fue intensa. Después de clases llegaba a los ensayos, donde practicaban hasta las 17.00 horas (en ocasiones, hasta las 19.00). Acto seguido, el joven lograba hacerse en el tráfico de la Calle Martí para llegar a su casa en San Antonio a las 20.30 horas. A esa misión se sumaban las tareas del colegio y el ensayo de algunas melodías del extenso compendio.
Durante ese tiempo no contaba con una marimba en casa, por lo que tuvo que improvisar una a partir de foamy, pintura color café (para simular el color del instrumento) y baquetas. “Los marimbistas aprendemos viendo e imitando. Logré desarrollar bien las melodías y corregí errores con mis oídos”, relata victoriosamente.
A esa temporada le siguió la gira que se desarrolló durante un par de semanas en Los Ángeles y San Francisco. La agrupación marimbista fue parte de la Semana del Guatemalteco, un concierto en la Embajada de Guatemala en Los Ángeles, y hasta en la Iglesia de Cienciología de dicho estado.
Los recuerdos parecen lejanos, pero el goce de interpretar marimba en otras latitudes vibra todavía en Allan.
Futuros posibles
Los anhelos de Allan frente a la música se cosechan desde su labor como maestro, a pesar de las dificultades técnicas e infravaloradas que suscitan los pocos recursos económicos en su comunidad.
El profesor cuenta que, hasta la fecha, sus estudiantes solo han podido acceder a flautas, ya que son los únicos instrumentos que resultan asequibles para el alumnado. Peinado cuenta que en una ocasión tramitó una marimba por medio de la institución Aporte para la Descentralización Cultural, sin embargo, el plan quedó paralizado.
“Pensé incluso en gestionar otros instrumentos como guitarra o piano; yo podía llevarlos para enseñar a los estudiantes, pero teniéndolos únicamente yo sería complejo”, dice Allan.
En San Antonio Las Flores, la educación se ha visto aún más en riesgo durante la pandemia provocada por el covid-19. Peinado asegura que sin clases presenciales es complicado tener contacto con sus más de 50 alumnos.
Señala que en la comunidad “apenas se pueden gestionar hojas de trabajo por medio de WhatsApp. Los niños mucho menos tienen acceso a Internet domiciliario para que reciban clases virtuales”.
El profesor cuenta que muchos de los estudiantes han salido a trabajar durante la temporada junto a sus padres en albañilería, mientras que algunas niñas ayudan en temas de cerámica o en el cuidado de sus hermanos, mientras los padres laboran el día a día.
Aún así, quedan (y brotan) algunas semillas de esperanza. Allan gestiona una escuela marimba que propuso en un proyecto universitario. Espera lograrlo pronto, y si fuera así, estaría más cerca de cumplir su anhelo de trabajar exclusivamente en formación musical. Los posibles futuros se construyen para el músico desde su convicción.
“Empecé a dar clases en la comunidad porque en mi experiencia de haber ido a la capital, supe lo difícil que es toparse con cursos y realidades con las que nunca se ha tenido contacto. Considero a la música y enseñanza como generadores de aprendizajes cognitivos y como sanadores de procesos”, expresa Allan.
Para Peinado, tanto su experiencia como docente, así como ajq’ojom (músico, en kaqchikel) y ajkemonel (tejedor) subyacen en un plano de identidad y reivindicación a sus 22 años.
“El tejido y la música transforman y son una fuente de conocimiento que debemos reconocer como una cuestión individual y colectiva. Hay que saber de las personas que nos han precedido y que han resistido ante procesos de aculturación. También es importarte rememorar eso”, concluye Peinado.