Sin embargo, nada de esto es probable si —ya de entrada— el horizonte de las personas es tan cercano y chato que ni siquiera se les ocurre que tienen el derecho a conocer y a comprender lo que está fuera de su círculo de miedo, de un solo libro, de un solo líder, de un solo destino. Tal como recordaba Fernando, del grupo Fraaek, cuando platicábamos después de los conversatorios que me tocó moderar durante la última Semana de Música Avanzada, es necesario que empujemos los límites del arte para que el público se acostumbre a exigir más del artista.
Justamente. Si siempre vamos a ofrecer lo mismo, lo trillado y lo no arriesgado, con tal de complacer (supuestamente) a un auditorio o para quedar bien (supuestamente) con el patrocinador, el organizador, el dueño de la plaza… jamás contaremos con ese público entendido, que discierne, que busca y que se involucra. No importa si es la entrega de un libro, una función de danza, una muestra de escultura o el estreno de un video. No importa si es un concierto sinfónico, o una presentación de música de cámara o una audición íntima de guitarra. Si no empujamos los límites de nuestra propuesta, jamás superaremos los confines de la mediocridad.
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