Salud y Familia

Día de la madre: Poemas y canciones para celebrar a mamá

El amor de mamá es inigualable. Por ello, se han escrito varios poemas y canciones para demostrar la admiración a las madres y celebrarles en su día.

Autores han celebrado el amor de mamá con poemas y canciones para dedicar en su día. (Foto Prensa Libre: Xavier Mouton Photographie en Unsplash).

Autores han celebrado el amor de mamá con poemas y canciones para dedicar en su día. (Foto Prensa Libre: Xavier Mouton Photographie en Unsplash).

El amor de las madres ha sido fuente de inspiración para poemas y canciones de grandes escritores y cantautores. Ese cariño incondicional y dispuesto a darnos lo que necesitamos debe ser agradecido y compensado, así que una manera especial de hacerlo es dedicando esas frases especial que hagan sentir a nuestra mamá una persona única y especial.

El día de las madres es la ocasión especial para dedicar unas bellas palabras a nuestra madre, para hacerle saber que su amor siempre lo recordamos y agradecemos. Para hacerlas sentir especiales no es necesario gastar grandes sumas de dinero, basta con pasar un tiempo con ellas y hacerles saber que las queremos como ellas a nosotros. No importa si está lejos o a su lado, con estos poemas y canciones podrá hacer sonreír y suspirar a su mamá.

Poemas para mamá

1. Caricia, de Gabriela Mistral

Madre, madre, tú me besas,

pero yo te beso más,

y el enjambre de mis besos

no te deja ni mirar…

Si la abeja se entra al lirio,

no se siente su aletear.

Cuando escondes a tu hijito

ni se le oye respirar…

Yo te miro, yo te miro

sin cansarme de mirar,

y qué lindo niño veo

a tus ojos asomar…

El estanque copia todo

lo que tú mirando estás;

pero tú en las niñas tienes

a tu hijo y nada más.

Los ojitos que me diste

me los tengo de gastar

en seguirte por los valles,

por el cielo y por el mar…

2. A mi madre, Edgar Allan Poe

Porque creo que, en los cielos, arriba,

los ángeles que uno a otro se susurra

no hallan entre sus palabras de amor

ninguna tan devota como “Madre”,

desde siempre te he dado yo ese nombre,

tú que eres más que madre para mí

y llenas mi corazón, donde la muerte

te puso, libre el alma de Virginia.

Mi propia madre, que murió muy pronto

no era más que mi madre, pero tú

eres la madre de a quien yo quería,

y así eres más querida tú que aquella,

igual que, infinitamente, a mi esposa

amaba más mi alma que a sí misma.

 

3. Amor, de Pablo Neruda

Mujer, yo hubiera sido tu hijo, por beberte

la leche de los senos como de un manantial,

por mirarte y sentirte a mi lado y tenerte

en la risa de oro y la voz de cristal.

Por sentirte en mis venas como Dios en los ríos

y adorarte en los tristes huesos de polvo y cal,

porque tu ser pasará sin pena al lado mío

y ¿saliera en la estrofa? Limpio de todo mal.

Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría

amarte, ¡amarte como nadie supo jamás!

Morir y todavía amarte más.

Y todavía amarte más y más.

 

4. La madre ahora, de Mario Benedetti

Doce años atrás

cuando tuve que irme

dejé a mi madre junto a su ventana

mirando la avenida

ahora la recobro

solo con un bastón de diferencia

en doce años transcurrieron

ante su ventanal algunas cosas

desfiles y redadas

fugas estudiantiles

muchedumbres

puños rabiosos

y gases de lágrimas

provocaciones

tiros lejos

festejos oficiales

banderas clandestinas

vivas recuperados

después de doce años

mi madre sigue en su ventana

mirando la avenida

o acaso no la mira

solo repasa sus adentros

no sé si de reojo o de hito en hito

sin pestañear siquiera

páginas sepias de obsesiones

con un padrastro que le hacía

enderezar clavos y clavos

o con mi abuela la francesa

que destilaba sortilegios

o con su hermano insociable

que nunca quiso trabajar

tantos rodeos me imagino

cuando fue jefa en una tienda

cuando hizo ropa para niños

y unos conejos de colores

que todo el mundo le elogiaba

mi hermano enfermo o yo con tifus

mi padre bueno y derrotado

por tres o cuatro embustes

pero sonriente y luminoso

cuando la fuente era de ñoquis

ella repasa sus adentros

ochenta y siete años de grises

sigue pensando distraída

y algún acento de ternura

se le ha escapado como un hilo

que no se encuentra con su aguja

como si quisiera comprenderla

cuando la veo igual que antes

desperdiciando la avenida

pero a esta altura qué otra cosa

puedo hacer yo que divertirla

con cuentos ciertos o inventados

comprarle una tele nueva

o alcanzarle su bastón.

 

5. Es el caso de hablar, de Miguel Ángel Asturias

Madre, te bendigo porque supiste hacer

de tu hijo un hombre real y enteramente humano.

Él triunfará en la vida. Se marcha y es el caso

de hablar de su regreso. Cuando veas volver,

en un día de fiesta, un viador que en la mano

luzca preciosas joyas y haga notorios paso

y ademán -¿insolencia, dinero o buena suerte?-;

no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si mirando el camino se acongoja tu alma

y tras la tapia asoma entonces un caminante

que trae gran renombre, espada poderosa,

ceñidas armaduras, en la frente la palma

de la victoria, y gesto de sigamos adelante,

por mucho que eso valga vale muy poca cosa

el poder de la espada, el oro y el renombre;

no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si aspirando el aroma de una flor

en un día de otoño gris y meditabundo

oyes que alguien te llama y te dice: ¡Señora,

allá por el camino viene un gran señor

del brazo de su amada, conoce todo el mundo,

en la pupila clara trae la mar que añora

y en su copa de mieles un sabor de aventura!;

no salgas a su encuentro, puede no ser tu hijo.

Madre, si en el invierno, después de haber cenado,

estás junto al bracero pensando con desgano,

oídos a la lluvia que cae sobre el techo,

y en eso, puerta y viento… Es alguien que ha entrado

descubierta la frente y herramienta en la mano,

levántate a su encuentro porque tienes derecho

de abrazar a tu hijo, de quien hiciste un hombre

que vuelve de la vida con el jornal ganado.

6. Apegado a mí, de Gabriela Mistral

Velloncito de mi carne

que en mi entraña yo tejí,

velloncito friolento,

¡duérmete apegado a mí!

La perdiz duerme en el trébol

escuchándote latir:

no te turben mis alientos,

¡duérmete apegado a mí!

Hierbecita temblorosa

asombrada de vivir

no te sueltes de mi pecho

¡duérmete apegado a mí!

Yo que todo lo he perdido

ahora tiemblo hasta al dormir.

No resbales de mi brazo:

¡duérmete apegado a mí!

 

7. Madrecita mía, de Gabriela Mistral

Madrecita mía,

madrecita tierna,

déjame decirte

dulzuras extremas.

Es tuyo mi cuerpo

que juntaste en ramo,

deja revolverlo

sobre tu regazo.

 

8. A mi madre, de Manuel Gutiérrez Nájera

¡Madre, madre, si supieras

cuántas sombras de tristeza tengo aquí!

Si me oyeras, y si vieras

Esta lucha que ya empieza

Para mí.

Tú me has dicho que al que llora

Dios más ama; que es sublime

Consolar:

Ven entonces, madre y ora;

Si la fe siempre redime,

Ven a orar.

De tus hijos el que menos

Tu cariño merecía

Soy quizás;

Pero al ver cual sufro y peno

Has de amarme, madre mía

Mucho más.

¡Te amo tanto! Con tus manos

Quiero a veces estas sienes

Apretar

Ya no quiero sueños vanos:

Ven ¡oh, madre! que si vienes

Vuelvo a amar

Solo, madre, tu cariño,

Nunca, nunca, se ha apagado

para mí.

Yo te amaba desde niño;

Hoy… la vida he conservado

para ti.

Muchas veces, cuando alguna

pena oculta devora

sin piedad,

Yo me acuerdo de la cuna

Que meciste en la aurora

de mi edad.

Cuando vuelvo silencioso

Inclinado bajo el peso

De mi cruz,

Tú me ves, me das un beso

Y en ni pecho tenebroso

Brota luz

Ya no quiero los honores;

Quiero solo estar en calma

Dónde estás;

Solo busco tus amores;

Quiero darte toda mi alma…

Mucho más.

Todo, todo, me ha dejado;

En mi pecho la amargura

Descansó;

Mis ensueños me han burlado,

Tu amor solo, por ventura

Nunca huyó.

Tal vez, madre, delirante,

sin saber ni lo que hacía

Te ofendí.

¿Por qué, madre, en ese instante?

¿Por qué entonces, vida mía,

no morí?

Muchas penas te he causado,

Madre sana, con mi loca

Juventud:

De rodillas a tu lado

Hoy mi labio solo invoca

La virtud.

Yo he de ser el que sostenga

Cariñoso tu cansada

Ancianidad;

Yo he de ser quien siempre venga

A beber en tu mirada

Claridad.

Si me muero —ya presiento

que este mundo no muy tarde dejaré, —

En la lucha dame aliento,

Y a mi espíritu cobarde

Dale fe.

Nada tengo yo que darte;

Hasta el pecho me salta

De pasión:

Solo, madre, para amarte

Ya me falta, ya me falta Corazón.

9. Las manos de mi madre, de Alfredo Espino

Manos las de mi madre, tan acariciadoras,

tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras.

¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las que aman,

las que todo prodigan y nada me reclaman!

¡Las que, por aliviarme de dudas y querellas,

me sacan las espinas y se las clavan en ellas!

10. Madre mía, de Rafael Escobar Roa

Cuando los ojos a la vida abría,

al comenzar mi terrenal carrera,

la hermosa luz que vi por vez primera

fue la luz de tus ojos, ¡madre mía!

Y hoy que, siguiendo mi escarpada vía,

espesas sombras hallo por doquiera,

la luz de tu mirada placentera

ilumina mi senda todavía.

Mírame, ¡oh madre!, en la postrera hora,

cuando a las sombras de mi noche oscura

avance ya con vacilante paso.

Quiero que el sol que iluminó mi aurora

sea el mismo sol que con su lumbre pura

desvanezca las brumas de mi ocaso.

Canciones a mamá

El amor de una madre también se puede expresar con canciones. La letra, al final, son poemas que relatan la dulzura y admiración hacia el ser que nos dio la vida.

2. Madre, de Camilo Sesto

3. Te amo mamá, de Marco Antonio Solís

4. Querida amiga, de Pimpinela

5. Ella es única, de Franco de Vita

6. Mi novia se me está poniendo vieja, de Ricardo Arjona

 

ESCRITO POR:

Andrea Jumique Castillo

Periodista de Prensa Libre especializada en temas de salud, bienestar y cultura, con 5 años de experiencia.