“Es mi vocación. Me comprometí a curar a la gente”, resume simplemente esta mujer robusta de 58 años, entrevistada por la AFP en el centro que dirigía, la clínica Island de Monrovia, poco antes de regresar a su país, en el otro extremo del continente, a principios de diciembre.
Médico de familia y jefa del servicio de salud comunitaria del hospital Mulago de Kampala, se ha enfrentado a todas las epidemias de cólera, fiebre amarilla, fiebres hemorrágicas del virus de Marburgo o del ébola, todas las ‘enfermedades exóticas’ que se han abatido sobre Uganda desde 2000.
“Cuando la región África de la OMS lanzó una llamamiento a recursos humanos para ir a Liberia, respondí: ‘presente'”, explica.
Casada y madre de cinco hijos, dejó entonces a su familia para ir a formar a los sanitarios del hospital JFK de Monrovia, el mayor de un país cruelmente desprovisto de médicos.
“Había más cadáveres que pacientes vivos. La gente se moría en su casa, en el mercado, en la calle, en los hospitales y en el único centro de tratamiento de ébola que existía entonces”, recuerda con la tranquilidad imperturbable que la caracteriza.
Sacudida a pesar de todo por esta epidemia de una ferocidad desconocida, la doctora Omoruto trabajaba en un ambiente de “incredulidad, impotencia y, de alguna manera, de pánico”, interviniendo en la radio para desmentir la idea de que era imposible sobrevivir al ébola.
– Lentitud de la reacción internacional –
Tuvo que esperar, sin embargo, tres semanas después de su llegada para que la OMS, criticada por su pasividad al principio de la crisis, declarara el 8 de agosto la epidemia “emergencia de salud pública de importancia internacional”. La directora de la OMS, Margaret Chan, reconoció esta semana una reacción demasiado “lenta” a la catástrofe que, en un año, ha causado más de 6.500 muertos, casi todos en Guinea, Sierra Leona y Liberia, que concentra casi la mitad de las víctimas.
Porque como recordó a principios de mes el codescubridor del virus, el microbiólogo belga Peter Piot, para tocar la conciencia mundial, “se necesitaron “un millar de muertos africanos y dos norteamericanos devueltos a Estados Unidos [a principios de agosto] porque habían sido contaminados” en Liberia curando a enfermos de ébola.
Pero, a la espera de la movilización de los refuerzos médicos y del material prometido por la ONU y las grandes potencias, los sanitarios africanos tuvieron que contar con sus propias fuerzas ante la explosión del virus en agosto y septiembre, con el apoyo de algunas ONG internacionales, encabezadas por Médicos Sin Fronteras (MSF).
La clínica Island, dirigida por la doctora Omoruto y con 120 camas, se vio desbordada desde su apertura, el 21 de septiembre, para desatascar los centros de tratamiento de Monrovia, obligados a rechazar a enfermos.
La médica ugandesa dijo que había que tenido que calmar las angustias de un personal que tenía “el miedo metido en el cuerpo” ante los cadáveres que se amontonaban y que estaba poco acostumbrado a los monos antibacteriológicos.
El virus, que se transmite por los fluidos corporales, diezmó al personal sanitario de los países afectados, especialmente vulnerables debido a la escasez de efectivos médicos: unos 350 murieron, más de la mitad en Liberia.
Pero a golpe de valor y de obstinación, el número de muertos y la propagación empezaron a reducirse, hasta llegar a uno o dos casos ingresados al día de la actualidad, contra 25 en el momento más crítico de la epidemia.
Anne Atai Omoruto recuerda “mucho júbilo y cantos” cuando los primeros pacientes declarados curados salieron de la clínica Island.
Para ella, su misión no termina en las puertas del centro. “No me quito la bata blanca hasta que estoy en medio de la población, pero incluso en ese momento hago sensibilización y promuevo las consignas del gobierno contra el ébola”, explica.
De vuelta en Uganda, puede por fin saborear su “éxito”, compartido con todos sus colegas. La revista estadounidense Time nombró a estos “luchadores del ébola” personajes del año 2014.