Escenario

Película repetida

Hay preguntas  que se proyectan en la mente otra vez, como película vieja y aburrida, cuando determinadas situaciones te vuelven a sorprender precisamente en un cine.

¿Qué pasará por la cabeza de los padres que llevan al cine a un niño de un año a ver la película de dibujos animados —a  veces una de 15 años— que a la media hora lo tiene aburrido y llorando?

¿Por qué se enoja el caballero cuando se le pide silencio a la dama que no para de hablar a lo largo de la película, además de  estirar las piernas y cada vez que lo hace patea o empuja el sillón de enfrente?

¿Qué le puede usted decir a la señora, señor, señorita, joven, que se pone a conversar en la oscuridad, con la pantalla de su teléfono a todo brillo, como si estuviera en su sala, y nos tenemos que enterar de que sí,   pasaremos a comprar una pizza, pero depende de que Chito llame en un rato para juntarse?

¿Será inevitable que  a pesar de ser tan larga la fila en la dulcería, que tiene rótulos con combos, tamaños de poporopos, sabores de bebidas y demás chucherías, hay clientes que justo frente al cajero es que se ponen a  decidir, calcular si les alcanza y hasta a preguntar cuál es el vaso mediano de gaseosa?

¿Por qué sentirá uno tanto gusto y alegría cuando a cuatro asientos a alguno de aquel grupito bullicioso, que no solo llegó tarde sino que pasó empujando en la oscuridad a los que ya estaban sentados, se le cae la bandeja con sus nachos y palomitas, con un estruendo que, oh maravilla, le dio sabor a la velada?

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