Es un recorrido de 300 metros en donde incontables pozas intercambian tonalidades turquesa según la época, el clima, el sol y hasta la vegetación circundante.
Es monumento natural desde 1999, pues además del río que se hunde en una gruta misteriosa, hay un bosque subtropical de gran riqueza de fauna y flora.
El visitante nacional o extranjero nunca logra quitarse de la retina la gama de verdes que ostenta este paraíso, en donde no entra señal de celular ni hay servicio eléctrico.
La tortuosa carretera de acceso de alguna manera lo ha protegido de la explotación turística: un arma de doble filo que bien puede asegurar la conservación, pero también poner en peligro a esta auténtica joya.