90 días

VÍCTOR  M.  RUANO P.

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Es un período de 90 días riquísimo en lecturas bíblicas y en expresiones de piedad popular, espléndido en liturgias vivas y participativas; cargado de signos y símbolos que van explicitando la proximidad de Dios que no es indiferente al ser humano, sino “está interesado en cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos. Cada uno de nosotros le interesa; su amor le impide ser indiferente a lo que nos sucede” (Francisco).

Los momentos que marcan este camino van del signo de la ceniza, que expresa la pequeñez y fragilidad de la persona, hacia el fuego nuevo de la gran Vigilia Pascual, que disipa toda oscuridad, anunciando un tiempo nuevo en el que la muerte y el mal no tienen la última palabra, sino el “Espíritu Santo, Señor y dador de vida” que se derrama en plenitud sobre los seguidores de Jesús para que sean testigos creíbles de su presencia en la historia.

Es un tiempo para “oír el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan”, como acaban de hacer los obispos guatemaltecos, al denunciar “la inmensa cantidad de problemas que nos afligen y aprisionan”, entre los cuales señalan: “La corrupción generalizada, la violencia desenfrenada, la baja calidad de la educación, la crisis en el sistema de salud, la lenta administración de justicia, la política partidista que ve más los intereses particulares que el interés general, la dificultad para generar empleos, el drama de la migración que sustenta, a la vez que resquebraja familias”.

Estos problemas sociales son como esos “animales salvajes” entre los que vivía Jesús en el desierto, según la página evangélica del primer domingo de Cuaresma (Marcos, 1, 12-15). Así estamos también los guatemaltecos actualmente, sobreviviendo entre estas “fieras salvajes” que constituyen una amenaza permanente a la vida y al proyecto de Jesús. La situación se agrava cuando constatamos que la causa de estos males está en unos políticos “sin moral” que carecen de “ética social”. Frente a este hecho no podemos ser indiferentes, pues sería un suicidio colectivo no reaccionar “frente a engaños, propaganda falsa, populismos que prometen imposibles”, olvidarse de los demás, no interesarse en los otros ni en sus sufrimientos ni en las injusticias que padecen. Es hora de actuar sin tapujos y sin miedos desde una toma de conciencia activa y crítica que incida en la génesis de un rumbo diferente para nuestra nación.

Para superar la indiferencia el Papa pide emprender “un camino de formación del corazón” y aclara que “tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios”. Por esto invita a forjar “un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se deje encerrar en sí mismo y no caiga en el vértigo de la globalización de la indiferencia”.

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