La música y su carácter dionisiaco

Margarita Carrera

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Hay un “arte plástico, en cuanto arte apolíneo, y la música, en cuanto arte dionisíaco”.

“La música tiene un carácter y un origen diferentes  respecto de  las demás artes, porque ella no es, como éstas, reflejo de la apariencia, sino de manera inmediata reflejo de la voluntad misma”. La palabra “voluntad” (wille) es usada por Nietzsche en el sentido que le da Schopenhauer: “El centro y núcleo del mundo”. El mismo Nietzsche dirá de ella: “La voluntad, tomada esta palabra en sentido schopenhaueriano, es decir, como antítesis del ser”.

Desde el punto de vista freudiano la “voluntad”  como razón se opondría a la “voluntad misma”;  habría una “voluntad”, sinónimo de  instinto, y otra, sinónimo de represión o  razón.

Si la tomamos en el sentido primero, esa “voluntad” sería el mundo instintivo, que llega al “centro y núcleo del mundo”, realizándose en el principium individuationis (principio de individuación) que nos habla Nietzsche, para identificarse con el estado de ánimo estético, contemplativo, exento de voluntad”, que guardaría la totalidad de la esencia humana; el centro medular de su mundo instintivo que lo gobierna.

Principium individuationis  empleado por Nietzsche, también a lo Schopenhauer, sería lo que en el espacio y el tiempo singularizan lo que es, en principio, idéntico: “Pues el tiempo y  el espacio son aquello en virtud de lo cual lo que en su esencia y según el concepto es uno y lo mismo, aparece como vario, como múltiple, bien en la sucesión, bien en la simultaneidad; son, por consiguiente: el principium individuationis”.

¿Es posible indagar si la música (lo dionisíaco) representa nuestro lado instintivo, al mismo tiempo individual  y universal? ¿No se le ha venido llamando a la música el “lenguaje universal” que traspasa toda circunstancia de tiempo y de espacio? ¿Lenguaje intraducible capaz de llegar a todo ser humano? Lenguaje que siendo intelecto rebase los límites de la razón y que se torna en expresión de cuerpo y alma, capaz de conducirnos a lo sublime, a lo divino, o bien, a lo sensual, a lo sexual, a lo terreno. Ajena a todo sentimiento ético más allá del bien y del mal y tan ajena a ello que hasta seres depravados (Hitler y los nazis, entre otros) son capaces de amarla y venerarla sin que ella influya  en sus demenciales ambiciones de poder y de iniquidad.

La música no solo requiere diferentes principios estéticos, sino rebasa toda barrera ética. Es capaz de llevar al humano a las más fuertes emociones, pero (carente de conceptos como es)  no logra hacerlo ni más bueno ni más malo. (Entendiendo por bueno el amor que une a los humanos;  por malo,  el odio que los destruye).

La música no solo tiene una relación íntima con la esencia de las cosas, como afirma Schopenhauer, sino se identifica, se hace “uno” con el mundo de los instintos, en donde rigen: “Eros” y “Thanatos”. Encierra, además, todo el poder y toda la dolorosa y placentera sabiduría de Dionisos. Así, para cualquier sentimiento, siempre encontramos la música adecuada: “Pues, lo mismo que los conceptos universales, las melodías son en cierto modo una abstracción de la realidad”.

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