Niños sin patria

RENZO LAUTARO ROSAL

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Ese capítulo ha estado allí desde tiempo atrás. Los menores son las expresiones humanas que más sufren en las guerras, en los desastres naturales y en las fragilidades sociales, producto de entornos políticos que desvían su atención hacia objetivos que reditúan negocios y poder.

Las migraciones en general, y de los menores en particular, son los rostros de las precariedades y ausencias que acumuladas con el paso del tiempo, los desaires y las constantes manipulaciones, expresan los deseos de sobrevivencia y marcan distancias con una sociedad que recurrentemente les da la espalda y solo les utiliza en sus calidad de remesadores y haladores de votos.

Muchos menores han sido dejados en manos de abuelos, tíos y otros familiares, representan una responsabilidad, una carga económica; pero que se compensa con estar en sus sitios de origen, sin mayores amenazas y asistiendo a una escuela, que aunque deficitaria en calidad, es lo que se tiene a la mano, donde se imparte un idioma que sin ser el propio está más cerca que el inglés.

Estas situaciones están empeorando, lo cual motiva a que mejor los cuiden sus padres aunque sea en un entorno ajeno, lejano y cuyo traslado implique costos y enormes riesgos. A pesar de los datos oficiales, la inseguridad no respeta casi ninguna comunidad por alejada que esté. Los programas sociales tampoco abonan, sus coberturas son insuficientes y el acceso sigue siendo condicionado electoralmente. La cobertura de la educación pública ha comenzado a debilitarse.

Según cifras del INE, la tasa neta de cobertura en primaria ha disminuido a nivel nacional de 98.7 en el 2009 a 89.1 en el 2012, es decir, una disminución de 9.6 en escasos cuatro años. Esas familias se reunifican a la fuerza. Frente a esas realidades, no hay discurso que aguante.

El pecado de omisión no se paga con golpes en el pecho, ahora en ocasión de la visita flash del vicepresidente Baden. Iniciativas como las anunciadas campañas para desalentar el viaje peligroso al norte corren el riesgo de tener el efecto contrario: poner pies en polvorosa cuando no hay nada concreto y esperanzador que sirva de aliciente para quedarse.

Los menores están en tierra de nadie, no solo por estar a expensas de autoridades migratorias de Estados Unidos o México. Los gobiernos de Centroamérica los expulsan para no volver. Los gobiernos norteamericanos tampoco los quieren, los ven como objetos y amenazas a la seguridad nacional.

renzolautaro.rosal@gmail.com

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