Los temas ligeros

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Eso explica por qué las mujeres hemos sido un tema y no uno de los pilares de esa agenda. Ya sea el femicidio, las violaciones, el acoso sexual, la discriminación, las muertes maternas o la violencia en el hogar, esto pasaba hasta hace muy poco a la categoría de nota roja y, si bien le iba, aparecía en secciones de “sociedad”, en donde cabía de todo. La niñez experimenta todavía esa marginación mediática, justificada por el enorme peso que se otorga al flujo noticioso desde las fuentes políticas, económicas y deportivas.

Pero esto no sucede solo en Guatemala, es un fenómeno mundial. Por ello es pertinente preguntarse —y con razón— si los medios imponen la agenda o ésta se establece como respuesta a los intereses de la audiencia. Cuando para la sociedad los problemas que afectan a los grupos más vulnerables son secundarios, resulta explicable esa indiferencia que ha conducido a los actuales extremos de violencia contra las mujeres, niñas, niños y adolescentes, tanto en tiempos de paz como de conflicto bélico. Por ello es urgente revisar prioridades e incidir en el cambio por medio del análisis profundo de esta actitud.

Hoy es urgente la atención mediática a la falta de oportunidades de desarrollo para las mujeres y la niñez. Pero no a nivel de estadísticas o reportajes de relleno, sino con un tratamiento de fondo y propuestas concretas para transformar uno de los factores más importantes de retraso social.

Entre esos temas ligeros —que no lo son— están la falta de acceso de las mujeres al sistema financiero, la manera como se hace invisible su aporte al sector productivo, los obstáculos culturales a su incorporación al trabajo formal, los impedimentos de las niñas para tener acceso a la educación, la negación del Estado a ofrecer, desde primaria, educación sobre salud sexual y reproductiva con el fin de reducir —entre otros— los riesgos de embarazos en niñas y adolescentes. Todos aspectos de enorme impacto en la vida nacional.

La visión superficial y descalificadora sobre todo aquello que toca a este segmento mayoritario de la población, revela la fragilidad de los fundamentos que dan sentido al concepto de nación. Las consecuencias de esta visión distorsionada de cómo deben ser las relaciones entre miembros de una sociedad ha conducido a un sistema de clasificación que no admite medios tonos.

De ahí el prejuicio contra la juventud, cuya carencia de espacios para desarrollarse en un ambiente saludable la estigmatiza. También esta visión perversa alimenta la tolerancia respecto de la violencia contra la mujer, y de algún modo justifica la extrema pobreza como condición inherente a ciertos grupos humanos.

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