Thelma Carrera de Villanueva

Margarita Carrera

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Desde su juventud. Luego se casó y tuvo tres hijos, uno de los cuales murió de manera trágica. La fui a ver para estarme con ella todo el día. Me imagino que su sufrimiento fue infinito.

Comparándola conmigo, yo no hubiera soportado tal dolor sin derramar mil lágrimas. Ella no pudo derramar una sola. Estaba en silencio. Hablaba poco. Ella, que era tan locuaz. Era su única manera de expresar su sufrimiento. En general, nunca la observé que llorara. No importaba sentir pena por ella. Era su forma de ser. La vida le había otorgado muy poco. Pero ella no decía nada. Muy pocas veces hablaba de ella. Le interesaban los otros, los parientes y los que la rodeaban.

Esta Navidad será triste para cuantos la amaban; también para mí. Ya desde ahora siento el enorme vacío que me acompañará por mucho tiempo, o poco, según me quede en la vida. La diferencia es que ella era muy religiosa y creía en un más allá. Todos los días iba a misa. Jamás discutía con ella sobre la religión. Me respetaba en mis creencias y yo lo mismo, respetaba las de ella.

Nuestra relación fue siempre de mucha amabilidad. Ahora me falta oír su voz, ver su figura. Había sido muy bonita y quería mucho a nuestra madre, quien también la quería a ella. Quizá me provocaba ciertos celos porque nuestra madre no me quería. Pepeto (Roberto Carrera), para mi madre, era su preferido, que se parecía mucho a mi padre. Él la amaba también. Claro que eso era poco agradable para mí. Lo mismo quiso muchísimo a mi hermana mayor: Laly (Isabel Carrera de Boppel) y la relacionó, a pesar de la pobreza, con lo mejor de Guatemala. Para su casamiento, con Enrique Boppel, nos mandó a hacer vestidos de damas, muy lindos, a Thelma y a mí. De más está decir que fue todo un éxito.

Thelma la quería mucho. A mí me llevaba ella cinco años. Era mucho en la juventud. Yo era niña cuando ella ya era señorita. Puede que por eso no era conmigo como con Laly. No era egoísta, como yo. Tenía toda la razón de echármelo en cara. Algo que yo comprendía, pero que también aceptaba. Envidiaba su manera de ser. Su bondad y generosidad eran sus mejores atributos espirituales. Nadie como ella. Me parece que todos lo aceptaban. Amó a un solo hombre: su esposo Jorge Villanueva. Pero tuvo la desdicha de perderlo a él y a su hijo que se llamaba como él.

Me recuerdo cuando llegué a visitarla por el crimen que sufrió Jorgito, como solía llamarle. Creí que la encontraría llorando. Nada, ni una lágrima. Tenía una fortaleza ejemplar. Lo amaba mucho, pero en silencio. Quienes se hundieron en el dolor por su muerte, son sus hermanos, Fernando y Ricardo. Aunque ella, a pesar de que ya no estará con ellos, hará sentir su presencia.

También la extrañarán todas las personas a quienes ella ayudaba. Y cabal, para Navidad, ella me arreglaba la mesa. Sabía cómo. Un alivio para mí. Todavía no acepto se haya ido para siempre. Todavía la siento cerca. Creo que siempre la sentiré así. Tenía 88 años. Últimamente había sufrido dolores físicos y ya no caminaba. Llegó el momento en que ya no comía. Tampoco hablaba. Había llegado su momento de abandonar este mundo. Espero exista otro. Aquel en el que ella creía sin discusión alguna.

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