Viene el calor

de la Corriente del Niño, los efectos acumulados del deterioro ambiental y el cambio climático combinados. ¡Un cóctel poco refrescante!

Para muchos, la entrada de la temporada de calor es sinónimo de la agudización de su condición crónica de subalimentación: es la época donde las vacas se ponen más flacas. Año tras año, al entrar el calor, las autoridades de turno se enfrentan a este desafío, reflejo exacerbado de una condición crónica de inseguridad alimentaria que se está convirtiendo, a pasos agigantados, en un asunto de alta prioridad para la seguridad nacional.

Inevitablemente, deben implementarse políticas asistencialistas en esta temporada, a menos que queramos ver una agudización de los índices de desnutrición aguda. Sin embargo, el reto está en no quedarse un año más, atendiendo solamente la coyuntura, en lugar de aprovechar la misma para comenzar a introducir finalmente medidas de fondo que comiencen a revertir esta situación.

Hablo, en concreto, de hacer el tránsito de la atención centrada en el efecto —la desnutrición y el hambre estacional— al de las causales. En ese sentido, una corriente de pensamiento sobre desnutrición y seguridad alimentaria entiende el problema como un resultado del funcionamiento de la economía y de los mercados. Por tanto, abordar las políticas económica y alimentaria que tiene el país es un reto crecientemente ineludible si queremos avanzar realmente en abatir este flagelo en Guatemala.

Algunos pensarán que carecemos de políticas económicas y alimentarias en el país. Puede que no estén escritas, pero de que las hay, las hay; en realidad, Guatemala se gobierna mucho con “políticas tácitas”. No nos damos cuenta, pero allí están, tocando nuestras vidas o dejándolas a la deriva, como cuando la gente pasa hambre o no encuentra trabajo.

Este verano, el Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (Conasán) puede comenzar a marcar una importante diferencia: hay que clarificar la política económica y alimentaria actualmente vigente y, a partir de comprenderla, proponer los cambios que se requieren para hacerla congruente con la estrategia que ha planteado el Gobierno con el Plan Hambre Cero y la Ventana de los Mil Días.

Caso contrario, no lograremos romper con el circuito vicioso que año con año se agudiza con la entrada del verano: la recurrencia del hambre estacional y la destrucción de los sistemas ambientales y alimentarios propios de las localidades, claves para asegurar el acceso y disponibilidad de los alimentos a la población. Sobre todo, urge apuntalar el desarrollo de mercados internos competitivos en los territorios, que generen empleo e ingresos y existencia de alimentos que se puedan comprar y llevar a la mesa.

La producción alimentaria podría constituirse en un motor de desarrollo y crecimiento económico más incluyente, si se apuntala con las políticas correctas. La Ventana de los Mil Días es importante y necesaria, más no suficiente si no va apuntalada con una economía que piense en las personas y no solo en la generación de riqueza.

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