PLUMA INVITADA

Apóstoles de la educación

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Quedan pocos consagrados maestros, mensajeros de Dios, nobles apóstoles de la educación, que en épocas remotas abrieron hermosas brechas de amor para cumplir con vocación su noble función pedagógica, convirtiéndose además en líderes comunales, consejeros familiares, médicos, pastores evangélicos, curas, trabajadores sociales, psicólogos y hasta padres. Demostraron calidad e identidad humana en las áreas urbana y rural, no obstante las muchas desventajas afrontadas en ese entonces: transporte, caminos, distancias, climas, dinero, alejados de sus familias y de la sociedad, pero viviendo con alegría en rústicos ranchos o sencillas casas en lejanas montañas, parajes, caseríos, aldeas y pueblos. Eso sí, disfrutando del cariño, humildad y sinceridad de padres de familia y patojos caritas sucias, aire puro, bellezas naturales, paz, cánticos de pájaros, compartiendo sueños, ilusiones y esperanzas, desde el amanecer hasta el anochecer. Otros valientes madrugadores, caminantes de largos trechos, entre polvo, lodo, bruma, frío o lluvia, para llegar a la escuelita de la colina, donde eran recibidos con amor campesino, cafecito caliente, frijoles parados y tortillas recién sacadas del comal, para luego, terminada la jornada escolar, emprender el agotador regreso.

Los jubilados, con laureles dorados en su frente, unos recluidos en sus casas, caminando lento, enfermos, en sillas de ruedas o en camas, luciendo, con rostro cansado y mirada fija, pero con su pensamiento firme repasando tan hermoso recorrido lleno de ricas vivencias, y otros, con mejor suerte, regular salud pero activos. Imborrables e históricos legados, producto del deber cumplido. Recuerdos, sentimientos encontrados, respirando profundo, viendo hacia atrás como queriendo borrar el tiempo, imposible; surgen las emociones y caen las lágrimas. Muchos han partido hacia la Mansión Celestial y gozan de la presencia de Dios. También los buenos educadores que mantienen actualmente altiva su proyección pedagógica, llena de valores, lealtad, honestidad, solvencia moral, cariño, pasión y entrega humana. Buena cantidad no lo hacen, trabajan mecánicamente dañando a la niñez y juventud que necesitan su mejor formación para ser útiles a la patria, comunidades, padres y familias. Todos, notables, buenos y regulares educadores, reciban este 25 de junio, Día del Maestro, el corazón, respeto, admiración y agradecimiento del pueblo; eso sí, dentro de un marco de reflexión.

Este sacrificado deber docente ha ido perdiendo su calidad pedagógica por falta de identidad y entrega docente, raras coyunturas gubernamentales, políticas y sociales, y enclaustramiento en una enseñanza mecánica. Extremo, la abolición de la carrera magisterial por el Ministerio de Educación, convirtiéndola en Bachillerato, cuyos futuros profesionales no tendrán práctica docente, entre muchos factores negativos, la que permitía a los estudiantes de Magisterio sentir por primera vez el calor humano de los alumnos, aulas, clases, chamuscas deportivas, paseos, pláticas, actos, consejería, y pleitos y travesuras de los alumnos.

Quizá el nuevo presidente de la República se haga la “ganchada” de mejorar las condiciones de los buenos educadores y devolverle al pueblo algo que le pertenece, la carrera magisterial.

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