PARALELO 30

El pequeño gran país

Samuel Pérez Attias

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Una gran parte de los habitantes que contaban con el privilegio de acceder a información a la que el resto no accedía, de analizar más allá de lo que el promedio analizaba y de influir en otros grupos con una cuota de poder mayor no quería que el día de elecciones llegara. De hecho, veían las elecciones, la institucionalidad y el “debido proceso” como un problema, no la solución.

Pero no podían hacer nada más que pensar en no ir a votar o votar nulo para al menos desahogar su furia contra el sistema y los candidatos que más parecían mercenarios del narcotráfico y del poder económico tradicionalmente concentrado en el país. El grupo ciudadano que proponía posponer las elecciones de manera democrática y legal era atacado, difamado y calumniado por los voceros del poder concentrado, los carteles, las mafias y sus plumas vendidas. Se acusó de buscar un golpe de Estado a una propuesta legítima y con fundamentos legales y pacíficos. Llegaron los poderosos beneficiarios del statu quo al colmo de contratar a una infame “periodista” extranjera para que les escribiera un artículo a su medida, descalificando a los integrantes del movimiento ciudadano y usando los mismos términos obsoletos y cargados de ideología barata en su columna del diario gringo. Algunos hacían el llamado a que nadie saliera de sus casas el día de las elecciones, otros a que se votara nulo y otros grupos buscaban recursos legales para impedir el evento electoral.

Pero el día llegó. En un contexto donde el presidente está por compartir el mismo destino de la exvicemandataria, dejar el cargo daría paso a una serie de eventos que favorecerían los cambios de fondo que ese pequeño gran país necesitaba para seguir con la inercia de un movimiento legítimo y de civismo que había empezado cuatro meses atrás. Las elecciones debían ser detenidas para que el statu quo no siguiera favoreciendo a los poderes tradicionales y paralelos que secuestran la Democracia.

Las elecciones, la institucionalidad y los debidos procesos no eran muy halagadores. Si ganaba en primera vuelta el candidato rojo, el país pintaba a ser secuestrado por grupos de poder oscuros y sin miedo a enquistarse una vez lo obtuvieran democráticamente.

El otro candidato, el “chistoso”, significaba regresar a lo mismo, el poder concentrado tradicionalmente seguiría tomando decisiones, quitando y poniendo gobernantes, usando a la democracia a su favor y beneficiándose de la “institucionalidad” en un marco de miseria, hambre y discriminación.

El día llegó y, para sorpresa de todos, las calles en los centros urbanos estaban desiertas. Los únicos que esperaban en las puertas cerradas de los centros de votación eran los candidatos, sus familias, sus financistas y quienes tenían intereses particulares. Las juntas receptoras de votos no llegaron, los fiscales de los partidos impugnaron la elección donde su mesa no se abrió y el efecto replicado en más de mil centros de votación que nunca abrieron anuló lo que representaba para los mismos de siempre la gloria del poder concentrado legalmente obtenido. El 7 de septiembre el pequeño gran país amaneció más grande que nunca. La revolución democrática había apenas empezado.

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