CABLE A TIERRA

Entre Ángel y Patricia

Cuando en una sociedad los asesinatos están a la orden del día, el alma de los individuos y el ethos colectivo se van endureciendo. Algún mecanismo inconsciente entra en juego y hace que optemos por la negación o la indiferencia como alternativa a la pérdida de la cordura por tanto horror. No es gratuito, luego de medio siglo de terror consecutivo, siendo que el tránsito de la guerra a la paz no significó ni menos homicidios, ni tampoco menos saña.

Medio siglo de exposición continua a la violencia —solo para situarnos en la época más reciente del país— nos ha vuelto terriblemente insensibles. Cuesta que un asesinato despierte furor e indignación. Hace un año fue el de Patricia Samayoa, a manos de un “guardia” de seguridad privada en una farmacia. Una profesional valiosa, ciudadana activa que perdió la vida porque la ley que regula el desempeño de las “empresas de seguridad privada” sencillamente no se aplica. Porque los mal llamados “empresarios” de ese opaco gremio se confabularon con este gobierno de la corrupción e impunidad para destituir a la funcionaria que osó intentar poner un poco de orden, aplicando la ley.

Hoy es Ángel Escalante quien hace que nuestros corazones endurecidos vuelvan a sangrar y nuestros ojos derramen lágrimas de dolor. Que un niño de 12 años tuviera que escoger entre morir descuartizado o estrellado en el fondo de un barranco dice ¡todo! de la clase de sociedad en que nos hemos convertido.

El alma pura de Ángel prefirió su muerte corporal antes que matar a otro ser humano. Su decisión emula tanto el sacrificio cristiano, que su asesinato debería tener a todas las comunidades de creyentes del país tomando las calles, clamando por justicia divina pero también terrenal. Debería tener de rodillas a todos los líderes religiosos que han bendecido sin rubor a los saqueadores del Estado. Este inocente vino a mostrarnos que no es solo el Estado el que necesita un recambio profundo, sino toda la sociedad.

Entre Ángel y Patricia hay miles más: pilotos de autobús, taxistas, vendedores, abogados, trabajadores sexuales, profesionistas, niños, niñas, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres adultos y uno que otro encopetado; todas víctimas mortales de una sociedad que esconde tras un manto de “piedad”, sus auténticos valores: la ambición sin límites, la desigualdad profunda, la discriminación por el diferente, el desprecio por sus semejantes y el despojo de la naturaleza. Si no hay un cambio en esta mentalidad, no habrá gobierno que llegue a hacer la diferencia.

Por eso, nuestras gestas cívicas no tratan simplemente de acabar con un gobierno corrupto o pasar una ley; mucho menos son para ser usadas en el ajedrez de la geopolítica regional. Lo que queremos es forjar un nuevo país, un ethos social donde ni la corrupción, ni la impunidad ni la injusticia sean las herramientas de la movilidad social ascendente de unos cuantos, a costa de los demás.

Ángel, ahora que vuelves a ser polvo de estrellas, una parte de nosotros se va contigo. No fuimos capaces como sociedad de protegerte. Si todo sigue igual o hacemos cambios solo de fachada, serán miles más los niños y niñas que correrán tus mismos riesgos. Posiblemente quienes te asesinaron fueron también, en algún momento, niños inocentes. Mi corazón se duele con tu muerte, pero también con la clase de vida a la que ellos están condenados.

¿Sabes? Me gusta ver al cielo por las noches. Buscaré tu luz en el firmamento cada vez que me sienta desfallecer. Salúdame a Patricia, por favor. Se les extraña en este planeta.

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