El garrote

JOSÉ RAÚL GONZÁLEZ MERLO

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pasó, con grandes defectos, gracias al garrote, que el entonces embajador de los Estados Unidos utilizó en el Congreso para que se aprobara tal cual. En esa ocasión, no le importó que la nueva ley volviera casi imposible adoptar un niño y que prohibiera las adopciones internacionales. Otras personas han tratado, por años, de resolver el limbo en el cual quedaron los expedientes de niños guatemaltecos con padres adoptivos estadounidenses. No hay burócrata con sentido de urgencia para mejorar el futuro de los niños. Siempre es más fácil emitir una pésima ley que enmendar sus errores.

Así que el senador Leahy, padre de las sanciones económicas en contra de Guatemala, nos está castigando por cumplir una ley que su Departamento de Estado le impuso a nuestro país… ¡Agarren al loco! ¿Qué parte de que las adopciones internacionales están prohibidas en Guatemala, con el concurso de sus “diplomáticos” no entiende? El daño está hecho, y lo que llora sangre es que fue un daño que muchos advertimos, oportunamente, que ocurriría.

A finales de 2012 Vladimir Putin prohibió que huérfanos rusos fueran adoptados por estadounidenses como represalia a una lista negra de ciudadanos rusos publicada por el gobierno de EE. UU. relacionada con asuntos de derechos humanos. El Departamento de Estado condenó inmediatamente la medida acusando a Rusia de utilizar cruelmente a los inocentes niños para presionar por una disputa diplomática. Pero ¿a quién condena el Departamento de Estado cuando sus propios funcionarios imponen una ley similar a la rusa en Guatemala?

Hay un refrán que dice: “Estados Unidos siempre hará lo que es justo… después de haber agotado todas las demás posibilidades”. La destrucción de la institución de la adopción en Guatemala con la complicidad del Departamento de Estado fue una injusticia. La innecesaria permanencia en Guatemala, por años, de niños que estaban siendo esperados por padres adoptivos en EE. UU. es otra injusticia. Las buenas noticias es que los niños, eventualmente se reunirán con sus nuevas familias, aunque sea a puro garrote. La mala es que, de allí en adelante, EE. UU. “se lava las manos”. Quizás nos levante las sanciones pero nos dejará con una ley de adopciones que amputa las posibilidades de que los huérfanos tengan un mejor futuro. Lo único que nos queda es un milagro para que, eventualmente, se les haga justicia a los que no tienen un hogar. Hogar que muchos nunca tendrán como consecuencia de nuestra desgraciada ley de adopciones.

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