ALEPH

¿Hasta cuándo?

|

Yo quisiera escribir mucho más seguido sobre un país donde la vida se respeta, donde las opciones para que la juventud se desarrolle sobran, donde la niñez es feliz y la clase política trabaja por el bien común. Esto hasta nos permitiría reflexionar eventualmente, sin sentir que estamos dejando de mencionar otros 10 temas que nos están carcomiendo el seso, hechos como el reciente accidente del Airbus A320 que se estrelló en los Alpes franceses, o alguno que otro caso extraordinario de violencia y corrupción. Dan tantas ganas de hacer balances y escribir más sobre hechos positivos.

Pero este país, si lo vivimos con conciencia (que no es lo mismo que vivirlo con culpa) nos rebasa, nos cansa, nos demanda, nos cruza el cuerpo. A los comunicadores nos dicen pesimistas, pero vi hace pocos días que la poesía del realismo sucio encanta. Quizás deberíamos de nombrar en verso la realidad guatemalteca. Pero como queremos comunicar y no hacer ficción o lirismo, es imposible dejar de nombrar lo que violenta, lo que corrompe, lo que margina, lo que mata. No desde el amarillismo, claro, pero no se puede callar lo obvio. En una sociedad como la nuestra, para decir “lo bonito”, ya están los políticos de turno, aquellos que se benefician de este estado de cosas, y los alienados. Los primeros y segundos me provocan una especie de repulsión, pero a los alienados hasta los comprendo. A veces, la alienación no es un problema, sino la solución.

De nada nos sirve ser la economía más grande y estable de Centroamérica, si la situación de inseguridad que vivimos conlleva costos económicos abrumadores para Guatemala, equivalentes al 7.7% de su PIB (Banco Mundial). De nada nos sirve, si sólo se invierten US$0.71 por niño/a por día, si ocho de cada 10 personas del área rural viven en situación de pobreza, si ostentamos los mayores niveles de desigualdad en Latinoamérica. De nada nos sirve preciarnos de la macroestabilidad económica, si la corrupción es endémica a todos los niveles. Es un canasto con hoyos.

Esto me lleva al penúltimo (porque segura estoy de que conoceremos muchos más) caso de corrupción: el otorgamiento, de parte del Gobierno, de un contrato de Q137.8 millones para limpiar el Lago de Amatitlán, a una empresa israelí con sede recién abierta en Guatemala. Todo irregular: la forma de otorgamiento del contrato, los protagonistas del hecho, la cuestionada calidad del producto a aplicar en el lago, la credibilidad de la persona que lo creó en Israel, entre más. En ese permanente morder y salpicar tan normalizado, acabamos de conocer también el caso de corrupción de la Petrobras (Brasil), que no sólo llegó a las altas esferas del poder político y económico de aquel país, sino a Guatemala. Serán investigados allá 12 senadores y 22 diputados; aquí ya olvidamos que hubo una persona señalada de posible participación en esa red transnacional de corrupción. Y antes de ese, la adjudicación de un contrato de US$109.87 millones del Ministerio de Gobernación para implementar un sistema de registro y control migratorio de la Dirección General de Migración, y antes de ese aquel otro, y antes de aquel…

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.