PLUMA INVITADA

La autoridad se ejerce con ejemplo

Eduardo Estrada Revolorio

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Todos los seres humanos vivimos en un mundo normativo, en el que en cualquier lugar estamos sujetos a normas de conducta que debemos observar para preservar la fraternal convivencia.

Desde la creación misma, en Génesis 2:16 y 17, encontramos que Dios, como Autoridad Suprema, dice la primera norma: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que comieres, ciertamente morirás”.

De la primera instrucción dada por Dios, se puede advertir que su incumplimiento traía aparejada una sanción, tal como sucede en la actualidad cuando transgredimos la legislación que rige nuestros actos en todos los ámbitos de la vida.

Posteriormente, Dios instituye autoridades como reyes, gobernadores, jueces, etcétera, en quienes delega la autoridad para hacer cumplir las leyes y ordenanza entre gobernantes y gobernados en todo conglomerado social.

En ese sentido, la autoridad es la función derivada de la voluntad de Dios para asegurar el orden, la paz y el bienestar común.

En relación al término, Max Webber, filósofo y sociólogo alemán, plantea que la autoridad requiere de la existencia de dos relaciones complementarias entre sí: la posibilidad de obtener obediencia por parte de otros u otros, y la sumisión; es decir, la obediencia a otro u otros, o a sus designios.

En congruencia a lo acotado por dicho filósofo, en la Biblia encontramos hombres que ejercían autoridad, pero que también estaban celosamente sujetas a otras, lo cual denota obediencia como requisito esencial.

En Mateo 8:9 encontramos que el criado del centurión se encuentra grave en la casa de este, y le pide a Jesús que lo sane, quien gustoso invita al centurión a acudir a la casa del enfermo, pero este, demostrando su fe y obediencia, le responde: “Solamente di la palabra, y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados”.

Note que en la respuesta del centurión existe, además de su fe, dos elementos que vale la pena resaltar: el primero, la declaración que ejerce autoridad, y el segundo, la manifestación que está bajo autoridad, lo que le impide acompañar a Jesús y abandonar sus obligaciones para con el centenar de soldados que le ha sido confiado.

El problema derivado del ejercicio de la autoridad en casi todo el mundo, surge cuando quienes están en puestos de preeminencia, aunque formalmente reúnan los requisitos que el puesto exige, ignoran o descuidan el factor esencial que conlleva el ejercicio de la autoridad, como el de la obediencia.

La obediencia en sí no se contrae únicamente a atender las instrucciones de su superior, aunque dicho extremo no está reñido con sus obligaciones, siempre y cuando las directrices que reciba de aquel estén sustentadas en ley o reglamento.

La obediencia, entonces, consiste en el sometimiento a la ley, siendo este aspecto de medular importancia en cuanto al ejercicio de la autoridad, por cuanto que ningún jefe de Estado, presidente o rey es superior a la ley.

En ese orden de ideas, quienes están investidos de autoridad deben, sin reserva alguna, ser obedientes, no solo a la ley, sino también a la ética y la moral, de tal manera que los subalternos vean en quien les imparte las directrices a una persona impoluta, digna de imitar.

En ese contexto, para mandar, primero hay que obedecer; quien está investido de la autoridad que deriva del puesto, pero sin ser obediente a la ley, la ética, la moral y las buenas costumbres, únicamente está ejerciendo el mando, pero sin la legitimidad que otorga la obediencia.

Abogado y notario, maestro en docencia universitaria

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