EL QUINTO PATIO

La memoria viva

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Mientras la población se continúa manifestando con una devoción democrática francamente inesperada, las autoridades rebuscan entre sus legajos algún nuevo truco que les permita comprar un tiempo que ya no les pertenece. Es el resultado de un proceso de desgaste tan prolongado —30 años, por lo menos, de esperar resultados de programas de gobierno ineficientes y mal implementados— que la ciudadanía tuvo tiempo suficiente para tolerar, para impacientarse y también para acabar perdiendo el miedo.

Salir a las calles y protestar mostrando la cara en un país con historia de represión política, violencia extrema y un sistema de justicia débil y corrupto no es fácil. Resulta, por lo tanto, admirable la presencia constante y la voluntad de hacerse oír por quienes jamás les han puesto la menor atención; es decir, por los poderes del Estado. Los gobiernos democráticos de los últimos 30 años siempre han creído en la fuerza del sistema, el cual les ha dado un amparo casi indestructible. Pero ese sistema ha colapsado por el peso de la corrupción y los malos administradores, por lo tanto parece haber llegado el momento de construir uno nuevo sobre cimientos mucho más sólidos. A eso le apuesta hoy la parte políticamente activa de una sociedad determinada a sacar a su país adelante.

La memoria trae reminiscencias. Esas ráfagas de otros tiempos arrastran el recuerdo nefasto de las intervenciones estadounidenses en los países latinoamericanos que buscaban caminos nuevos para sus viejos problemas de explotación y miseria. Países ricos, cuyo patrimonio salía en grandes barcos para brindar riqueza y prosperidad a otras naciones más poderosas y con pocos escrúpulos. Guatemala, entre otros, fue también saqueada en esas incursiones de los grandes consorcios internacionales y continúa sufriendo las consecuencias de esas intervenciones.

La memoria vive y se reproduce en las nuevas generaciones en forma de estereotipos, consignas, ideologías, creencias y otra serie de manifestaciones de la herencia histórica. Eso determina una manera particular de relacionarse socialmente, con ciertas características que van definiendo a la colectividad frente a los desafíos que se le presentan. En realidad, tal como ocurre con la materia, nada se pierde, solo se transforma. Por lo tanto, aquellos acontecimientos que un día marcaron una ruta o rompieron un sistema de vida, siguen incidiendo en la vida actual. De ahí el rechazo a continuar reproduciendo un modelo de gobierno incapaz de responder a las necesidades y demandas de la población.

Los cambios se van a producir, porque sin cambios hay pocas perspectivas y una de ellas sería retroceder a la época de los cuartelazos y los asesinatos políticos. Pero esos cambios vendrán impulsados por una ciudadanía consciente de su papel protagónico y no por influencia de las camarillas acostumbradas a manipular la política a su antojo. Esa será la salida democrática y correcta a una crisis inducida por la desidia de unos y la codicia de otros ante una sociedad incapaz de incidir. No han variado la desidia ni la codicia, pero la sociedad evidentemente ya despertó.

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