PERSISTENCIA

Modernos filósofos rebeldes y trágicos

Margarita Carrera

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Arturo Schopenhauer (1788-1860) es uno de los primeros filósofos de la edad moderna que continúa la postura grecolatina (de Heráclito y Lucrecio), clasificada como rebelde, trágica y antropocéntrica.

Con una postura diferente a la de la filosofía tradicional, racional y teocéntrica, incursiona en el inmenso poder de la sinrazón o el instinto al asegurar —en El mundo como voluntad y representación— que lo que existe en sí es la voluntad, grande y absurda, no está sometida a la razón (o más específicamente, a ninguna de las formas del principio de razón suficiente kantiano).

La fuerza que gobierna el mundo no es la razón, sino “La voluntad considerada puramente en sí”, definida como “un impulso inconsciente, ciego e irresistible”.

En su obra La voluntad en la naturaleza amplía aún más este poder de la voluntad, primera fuente de actividad en la naturaleza orgánica e inorgánica: gravedad, fuerza centrífuga, fuerza vegetativa e instinto animal.

El cuerpo no es sino la expresión o representación de una voluntad. Mi cuerpo me es dado de dos maneras diferentes: como representación y “como aquello que cada uno de nosotros conocemos inmediatamente y que expresamos con la palabra: voluntad”.

En otros términos: “La voluntad es el conocimiento ‘a priori’ del cuerpo, y el cuerpo, el conocimiento ‘a posteriori’ de la voluntad; … mi cuerpo es la ‘objetividad’ de mi voluntad”. En ello radica “la verdad filosófica por excelencia”.

Los objetos representados no solo son varios, sino que se clasifican individualmente, de acuerdo al principio de individuación, en una serie de tipos graduados: desde la piedra hasta el hombre, pasando por la vegetación y el animal. Cada tipo es fuerza de la Naturaleza, es voluntad misma.

La voluntad así entendida, en cuanto se refiere a lo humano, equivale al “ello” de Freud, al mundo instintivo o inconsciente, parte fundamental y determinante en la psiquis humana.

Del mismo modo que el “ello” persigue desafortunadamente el logro de sus necesidades, para Schopenhauer la voluntad o mundo instintivo contiene, como esencia, el egoísmo: el ser no quiere conocer límites ni restricciones para la satisfacción de sus necesidades. Así, todo lo que se le oponga desencadenará en él cólera, odio, que terminan fácilmente en el crimen y el homicidio.

A través de la historia notamos que el egoísmo de cada individuo intenta rehuir el egoísmo de los demás; de aquí nace la justicia que previene el crimen por el terror al castigo.

El estado tiene un objeto primordial: el de la limitación de la injusticia nacida del egoísmo; surge, por tanto, de este y está muy lejos de representar una ética profunda, ligado, como está, a una moral condicionada, hecha de temores, vanidades y prejuicios.

Schopenhauer piensa que la moral, como toda corriente filosófica, no debe mandar o atemorizar, sino hacer inteligible la realidad.

Ahora bien, como el egoísmo, inherente a la voluntad, es cosa absurda y abominable, hay que luchar contra él, lo que equivale a luchar contra la voluntad, contra el poderoso mundo instintivo.

Y esta lucha la reduce Schopenhauer a la represión que surge a causa del sentimiento de culpa del individuo. Entre otros deseos, el amor sexual con su pasión y celos ignora toda razón. Al satisfacer el hombre todos sus deseos, comienza el malestar, el disgusto, la culpa. El dolor que nace de la voluntad de vivir, de los deseos reprimidos, lleva a Schopenhauer a optar una postura pesimista ante la vida. Por ello habla de una liberación de la acción nociva de la voluntad. Esta liberación se podrá dar en el arte que conduce a la contemplación pura, o en la moral que reniega de todas las necesidades (sobre todo lo sexual) y conduce al ascetismo, a la abnegación completa, a la castidad y a las mortificaciones.

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