PERSISTENCIA

Ética y sentimiento de culpa

Margarita Carrera

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El primer científico que resalta la enorme importancia del desarrollo del carácter humano a partir de su temprana infancia es, sin duda, Freud.

Textualmente dice: “…las vivencias de los primeros cinco años de la infancia ejercen una influencia determinante sobre la vida, a la que nada de lo que sucede ulteriormente puede oponerse…” así, “…la influencia más poderosa de tipo compulsivo, procede de aquellas impresiones que afectan al niño en una época en que aún no podemos aceptar que su aparato psíquico tenga plena capacidad receptiva…”

Sin embargo, padres, maestros, sacerdotes y moralistas (que educan al niño) parecen ignorar —no en la teoría— sí en los hechos, la magnitud de esta verdad freudiana. Y, así, forman el carácter del humano basándose en represiones constantes, castigos y premios.

Los padres educarán a sus hijos siguiendo el ejemplo de aquellos padres que los educaron a ellos. Para la mayoría, educar a un hijo es muy simple; lo primordial, enseñarle a obedecer lo que ordene, sin mayor explicación ni razonamiento. Su palabra es “sagrada” y ha de imponerse en el pequeño a manera de “magister dixit”. En caso de desobediencia, el remedio se encuentra en el castigo (corporal o psíquico).

Los maestros siguen (con algunas excepciones) el mismo patrón a la hora de educar a sus discípulos. Asimismo los sacerdotes (de las más diversas creencias religiosas) y los moralistas que predican casi lo mismo que los sacerdotes.

Es así cómo, de los mandamientos del padre (continuados por sus sucesores), surge, según Freud, “lo sagrado”, que viene a ser la perpetua voluntad del “protopadre” (que hace del padre y del sacerdote una sola persona). Esta voluntad se impone al infante bajo el influjo del horror, pues exige “…una dolorosa renuncia instintual…”

Ahora bien, ante los mandamientos impuestos al ser humano desde su infancia, al acatarlos este no lo dejará de hacer sin tener un conflicto de sentimientos. Se ama al padre pero al mismo tiempo se le odia por someterlo a la renuncia de sus instintos. En el odio —a nivel consciente— hay una carga poderosa de destrucción. En el fondo se desea dar muerte a este ser que así se impone a sus necesidades, sobre todo, las de índole erótica.

El deseo de parricida (oculto en la “psyché”) conduce irremediablemente a un sentimiento de culpa que agobia al humano. La única manera de redimirse de él es acatando los mandamientos impuestos. Al desobedecerlos, surge una enorme necesidad de castigo.

De acuerdo con Freud, los orígenes de la moral y del derecho están basados en la represión instintual que conduce al humano a odiar al ser todopoderoso (padre, protopadre, dios), lo que le desencadena tal sentimiento de culpa, que le obliga a acatar, como “sagrada” la voluntad paterna.

La ética, luego, está íntimamente ligada al sentimiento de culpa. Yendo más allá como ejemplo, está el “Primer mandamiento de la Iglesia de Dios Cristiana”, que dice: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”. Es decir, antes que a ti mismo, haz de amar a tu padre (que es Dios). No cumplir tal mandamiento equivale a ser condenado, por toda una eternidad, a los infiernos.

También, no cumplir tal mandamiento da origen, en el individuo, a la neurosis; enfermedad en extremo dolorosa pero con la que este paga su sentimiento de culpa.

Hasta ahora (haciendo caso omiso de los descubrimientos temibles de Freud) la ética forma una de las ramas de la filosofía y tiene sus raíces profundas en la religión.

Desde el punto de vista psicoanalítico cuestiona la base de los valores sobre los que se ha levantado la civilización.

margaritacarrera1@gmail.com

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