PUNTO DE ENCUENTRO

Nuestros miedos

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En las últimas semanas cobraron fuerza dos campañas públicas que aunque no parecen estar vinculadas tienen mucho en común, empezando por el pensamiento y la visión de quienes las generan.

La primera tiene que ver con la férrea oposición a que dentro de las reformas constitucionales se reconozca el derecho indígena. La segunda —que no tuvo mucho éxito— contra la elección de la diputada Sandra Morán como presidenta del Foro Parlamentario de la Mujer, por su identidad de mujer lesbiana.

En el fondo, ambas son reflejo del enorme temor que genera en una sociedad como la nuestra (conservadora hasta el tuétano) aquello que se considera diferente. Nos han educado a partir de prejuicios, de culpas, de estereotipos; nos han hecho creer que existe una manera “correcta” de ser y de “comportarse” y que todo lo que esté por fuera de eso es malo, sucio, promiscuo y pecaminoso, al punto de querer restringir los derechos políticos de las personas que no entren en los cánones de una malentendida “normalidad”.

Así lo refleja la petición que se hizo llegar al presidente del Congreso y que según los registros de la página web en la que se colocó alcanzó solamente 430 adhesiones. “Respetuosa y firmemente le solicitamos, por lo tanto, que haga valer las reglas de la democracia y del sentido común en el palacio legislativo asegurándose que sea una mujer, en la plenitud de su sensibilidad femenina y en su aceptación plena de su condición de mujer y de todos sus roles en la sociedad, la que dirija el Foro Parlamentario de la Mujer (…)”.

Me imagino que se refiere al sentido común de quien lo escribió, porque mi sentido común me dice que la democracia se trata precisamente de garantizar la participación igualitaria de todas las personas, y no de excluirlas por su pertenencia étnica, preferencia sexual, ideología, creencias o condición económica. Afirmar que una mujer lesbiana no es mujer o que un gay no es hombre y a partir de ahí querer restringir su participación política es una clara muestra de discriminación e intolerancia, amén del machismo que destila el escrito. Para el bien de nuestra democracia prevaleció el respeto a los derechos por encima de los prejuicios y la homofobia, y Morán fue electa presidenta.

Pero la discriminación en su máxima expresión es el racismo. Nos han metido en la cabeza que los indígenas y todo lo que tiene que ver con ellos es sinónimo de retraso y de subdesarrollo. Que son sucios, haraganes, borrachos y necios. De ahí la nefasta expresión que se repite todos los días: “no seas indio”. Se ha llegado al colmo de afirmar que la diversidad es un obstáculo y que reconocer sus derechos y prácticas nos divide.

En esa creencia absurda de que la unidad se consigue negando la diversidad, las identidades y las diferencias hemos vivido por décadas y los resultados están a la vista. Flaco favor le hace a la construcción de un país distinto —en el que prevalezca el respeto y la inclusión (que no homogenización)— la campaña radial “Sólo hay una Guatemala”, de la Cámara de Comercio.

El objetivo es sacar de la discusión de la reforma constitucional el tema del pluralismo jurídico y de paso cerrar las puertas al reconocimiento de derechos de los pueblos indígenas y su cosmovisión, no sea que empiece a tambalearse este sistema excluyente del que se beneficia un grupito. Por eso el reiterado mensaje de “Una sola identidad, sin distinguir edad, sexo o raza (¿?)”, que se escucha en el jingle.

Habrá que ver si les sigue funcionando la estrategia del miedo, la culpa y los prejuicios, aunque se disfrace de campaña cívica con tono dulzón e inofensivo.

@MarielosMonzon

ESCRITO POR:

Marielos Monzón

Periodista y comunicadora social. Conductora de radio y televisión. Coordinadora general de los Ciclos de Actualización para Periodistas (CAP). Fundadora de la Red Centroamericana de Periodistas e integrante del colectivo No Nos Callarán.

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