PERSISTENCIA

Precursores del psicoanálisis

Margarita Carrera

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El descenso a lo recóndito del alma humana o psicoanálisis, se inicia desde Sócrates, que hace suya la máxima inscrita en el templo de Apolo en Delfos, al iniciar su postura filosófica con el “conócete a ti mismo”, continúa con Platón que concibe que “el alma es, en cierto modo, todas las cosas” y nos habla de “eros” como “un bien tan grande” que la naturaleza humana difícilmente encontraría auxiliar más poderoso que “eros” para emprender cualquier empresa, pues es un “demonio” (del griego “daimon”) que participa de lo humano y de lo divino, sigue, luego, con San Agustín que se atreve a hacerle frente al “fango de mi concupiscencia” y escribe así sus Confesiones, penetrando en las zonas tenebrosas de su alma; hasta dar el gran salto en la historia de la humanidad y encontrarnos con Descartes, quien inicia un autoanálisis para llegar a la verdad, y se define como la “cosa que piensa”.

Pero aclarando que “pensamiento” es un término que involucra la conciencia en general, y contiene sensaciones, pensamientos, voliciones, afectos, deseos, y en general, todo aquello que “percibimos inmediatamente por nosotros mismos”; nos acercamos, a continuación, a un profesor en Heidelberg: Federico Fries (1773-1843), al que las historias de la filosofía apenas si le ponen atención, pues, según ellas, desvía la filosofía hacia el psicologismo, al sostener que el método trascendental de la filosofía se encuentra en la psicología, pues todo filósofo para probar sus principios hace previamente una reflexión interior.

Y ya, en el siglo XIX surgen dos poderosas figuras que anuncian por fin, un cambio revolucionario que pondrá en jaque no a la Filosofía, sí a los filósofos conservadores de la razón, temerosos de las emociones y sentimientos. Son ellos: Arturo Schopenhauer y Federico Nietzsche, este último, uno de los más grandes precursores de Freud.

Dos son los aportes de Schopenhauer a la corriente psicoanalítica: el primero, concebir el mundo que “es mi representación”, bajo una apariencia ilusoria, como un sueño, un “sueño de nuestro cerebro”, un sueño unido, ordenado, pero sin más realidad que los otros sueños. Esto es, el sueño como realidad, pero realidad como enigma que hay que descifrar.

El segundo aporte consiste en afirmar que el mundo es “voluntad”, ahora bien, “voluntad” es no solo “la total vida impulsiva, sino todas las tonalidades del sentimiento, todas las gradaciones del placer y del disgusto”.

En otras palabras, lo que los aristotélicos llaman “las potencias apetitivas”. Y algo más, base asimismo del psicoanálisis: el inconsciente. “La voluntad considerada puramente en sí es un impulso inconsciente, ciego e irresistible”.

Es una pura “voluntad de vivir” (a la manera del primer gran instinto: el de conservación). “La voluntad es el conocimiento ‘a priori’ del cuerpo y el cuerpo el conocimiento ‘a posteriori’ de la voluntad”. Por analogía con nuestro cuerpo, sucede que los otros cuerpos son también voluntad, pues “¿qué otro género de existencia o qué otra realidad podríamos atribuir al resto del mundo material?”. Pero lo primordial, repito, para el punto de vista psicoanalítico: “La voluntad considerada puramente en sí es un impulso inconsciente, ciego e irresistible”.

Ahora bien, si la voluntad es un equivalente del instinto o “el ello” (de acuerdo a Freud), siempre estará engendrando nuevas necesidades, nuevos deseos insatisfechos; es aquí en donde se encuentra la raíz misma del dolor de la vida, pues las necesidades y anhelos siempre van en aumento. Razón esta por la que Schopenhauer dirige sus ataques al amor sexual, fuente de toda tragedia (en el psicoanálisis, fuente de toda enfermedad). De ahí que los únicos medios que hay para salvarse del dolor son el arte y la negación, que liberan transitoriamente la voluntad, que torna a resurgir.

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