PERSISTENCIA

Primeros filósofos rebeldes y trágicos

Margarita Carrera

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Como ha negado la inmortalidad del alma, niega la existencia de los dioses: “…pero imaginar que los dioses lo han dispuesto todo en interés de los hombres, parece que es desviarse muy lejos en todos los puntos de la verdadera doctrina (la de Epicuro). Pues aunque yo ignorara la naturaleza de los átomos, no osaría con todo afirmar, por el simple estudio de los fenómenos celestes y por muchos otros hechos, que el mundo ha sido creado para nosotros por obra divina: tan grandes son sus defectos…”.

Bajo la serenidad de sus dogmas hay un desasosiego inquietante, un afán insatisfecho, como quien lucha contra el dolor, contra una enfermedad del alma, de su atormentada psiquis; tratando de consolar o consolarse, expone casi a la manera existencialista: “¿… Y tú vacilarás y te indignarás de morir? ¿Tú, cuya vida está ya casi muerta, a pesar de que vives y ves, que derrochas durmiendo la mayor parte de tu edad, que roncas despierto y no cesas de ver sueños y traes inquieta el alma con vanos terrores, incapaz muchas veces de dar con el mal que te aqueja cuando, ebrio, innúmeros cuidados te agobian por doquier y vagas a la deriva, siguiendo el incierto errar de tu espíritu?”.

Hay una búsqueda de paz y sosiego. De acuerdo a su biografía, incierta, sin mayores documentos que den datos concretos, se informa que fue “atacado de locura por efecto de un misterioso filtro de amor…” y que “escribió algunos libros de su poema De rerum natura en momentos de lucidez, no llegando a terminarlo por haberse suicidado”.

Encontramos en Lucrecio la intuición en un método terapéutico (equivalente al psicoanálisis), que pueda calmar los conflictos humanos, cuando expone dramáticamente: Si bien pudiera ver el hombre “la causa de su mal…”.

En el capítulo “El mísero afán de vivir” (Libro II de De rerum natura) se deja oír el lamento propio del hombre griego de la época de los trágicos: “… Dudosa es la suerte que nos traiga la edad venidera, qué nos depare el azar y qué fin nos aguarde. Y tampoco podemos, alargando la vida, robar ni un instante a la muerte…”. Se encuentra aquí una rebeldía vital de estirpe homérica, una disimulada protesta contra el destino humano que ha de terminar en la muerte.

Giussani nos dice al respecto: “Lo que más nos sorprende leyendo al poeta epicúreo es el contraste entre el carácter del poeta y la doctrina de la que se ha hecho apóstol.

“Para el hombre epicúreo la Naturaleza es cosa admirable en su infinita potencia creadora. Nosotros vivimos en el mejor de los mundos y la vida en sí misma es un gran bien. Al que conoce la doctrina de Epicuro (al sabio), le inunda una enorme felicidad; vive serenamente: sin el temor de la muerte, de los dioses, de las pasiones…

“¿Y cuál es la voz íntima de Lucrecio? Su voz es la de un atormentado y trastornado por la violencia de sus sentimientos…”.

Pero a Giussani se le puede responder con las palabras de Federico Nietzsche: “… ¿Fue Epicuro un optimista —precisamente— en cuanto hombre que sufría?…”.

Es interesante observar cómo estos filósofos que se salen de la línea tradicional racional y teocéntrica, se ven presos de conflictos y tormentos psíquicos: a Heráclito se le llama “pesimista”, “amargado”, “distanciado y altivo”; aristócrata de origen, rechaza la democracia, pero tampoco acepta el título de rey hereditario. Un “gran despreciador”, como lo califica Nietzsche.

Lucrecio es un hombre que quiere creer vehementemente en la felicidad de este mundo (pues sabe que existe), pero es víctima, sin duda alguna, de una neurosis agobiante y perturbadora.

El pesimismo de Schopenhauer y su terror por el amor sexual, así como la doliente locura de Nietzsche, que clama por la felicidad en esta vida (filósofos inmersos dentro de la corriente arcaica, rebelde, trágica y antropocéntrica), son documentos desgarradores de hombres hipersensibles y de un coeficiente intelectual altísimo.

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