CABLE A TIERRA

Reflexión post-debates

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Una de las dos personas que quedan en la contienda saldrá “victoriosa” el 25 de octubre. Mi mayor anhelo es que sea la última vez que el proceso electoral se lleve a cabo con reglas del juego que impiden democratizar la política. Mientras tanto, resignada a que toca enfrentar la realidad inmediata de la mejor manera posible, me he entretenido siguiendo los debates. Alegra, en primer lugar, que los organizadores de estos eventos comienzan a diferenciar el formato del foro del de un debate; igual los candidatos. Son importantes para ir cambiando nuestra cultura autoritaria; la que no entiende el valor del disenso; que no mira normal que haya ideas distintas sobre un mismo asunto y que confunde debatir con agredir al oponente.

Romper con esto no será fácil; son demasiados siglos que hemos calificado el disenso como peligroso. No es gratuito que la técnica no se enseña en las escuelas ni se practica en las universidades. Ojalá eso cambie pronto. Los comunicadores y organizadores deben aprenderla también, pues la baja calidad de los debates no es solo responsabilidad de los debatientes. Por ejemplo, no tiene sentido a que haya expertos que emitan juicio sobre los candidatos como parte del formato. ¡Para eso está el público! Las opiniones, déjenlas para los programas de análisis ex post. No entiendo tampoco para qué tener personas “garantes”. A la larga, estos ingredientes extra —expertos, garantes, notables— son una elegante y sutil manera de recordarnos que en Guatemala, es la “autoridad” —en este caso, personajes de la élite intelectual— la que legitima, no el criterio ciudadano.

Por estas y otras razones, estos primeros debates entre políticos todavía dejan que desear; pero, conforme haya aprendizaje social y mayor exigencia, los candidatos se verán cada vez más obligados a preocuparse de los contenidos de su propuesta y a desarrollar las habilidades que se requieren para transmitirlos dialógicamente, sin ofender al o la contendiente.

Los debates no mostraron que los candidatos tengan una clara comprensión de la profundidad y magnitud de la crisis. Me quedé con las ganas de saber ¿Cómo entienden sus causales? ¿Cómo miran que afecta esta la posibilidad de concretar su oferta electoral? Fácilmente se irá el primer año de gobierno intentando recuperar la recaudación, rearmando la SAT y el Minfin, y limpiando las ratoneras en que han convertido los ministerios y secretarías. Ofrecer resultados de desarrollo en esas circunstancias es muy complicado, así que el realismo y la humildad deberían haber imperado en la oferta electoral. Solo hacer funcionar nuevamente el Organismo Ejecutivo ya sería un gran mérito.

Este tipo de desafíos exigen habilidades políticas; desde mi perspectiva, el reto principal de la administración 2016 es, ante todo, mantener la gobernanza mientras se toman a la par decisiones muy difíciles y que posiblemente reducen privilegios a distintos sectores. Para el efecto, el o la jefa de Estado deberán rescatar las herramientas de la política; sí, esas tan desmerecidas actualmente en el imaginario social, pero que aplicadas éticamente les permitirían comenzar a sacar adelante al país sin recurrir a las técnicas espurias de siempre, ni doblegándose frente a los intereses particulares de algunos, en detrimento del bien común.

Quien llegue a gobernar tiene pendiente ganarse el respaldo de esta Guatemala plural que somos; ganar la elección no es ninguna garantía. No tendrá “Luna de Miel” y la vara con la que se le medirá no solo será muy alta, sino también volátil.

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