Hasta siempre, Juan

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el escritor, el militante, el “huérfano de hijo” como él se nombraba. Imposible leer su obra y no conmoverse hasta la médula. De ello hablan los múltiples premios que recibió a lo largo de su vida, entre ellos el Cervantes en 2007.

Juan fue un gran escritor, pero sobre todo un extraordinario ser humano, un valiente. En 1976, durante la dictadura argentina desaparecieron a su hijo Marcelo y a su esposa, María Claudia, que estaba embarazada de 7 meses. Aún estando en el exilio nunca claudicó en su empeñó por encontrarlos. En 1990 el cuerpo de Marcelo fue identificado, estaba en un barril de cemento y tenía un tiro en la nuca. Su búsqueda no cesó y habiendo recibido información de que su nuera habría dado a luz en una cárcel clandestina, empezó una investigación —que siguió junto a un grupo de periodistas del diario La República de Uruguay— que los llevó a determinar que la joven de 19 años embarazada, había sido trasladada al vecino país, donde nació su bebé, que luego fue entregada a un jerarca policial.

En 1995, le escribió una carta a su nieto/a nacida en cautiverio: “Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”.

Veintitrés años después, terminó la espera, Juan encontró a su nieta Macarena, y este hallazgo permitió, además de la inmensa alegría del encuentro, comprobar los vuelos que se realizaban entre Uruguay y Argentina para trasladar clandestinamente a prisioneros —incluidas mujeres embarazadas y niños— y contribuir a derribar el muro de la impunidad. La ley de caducidad (que impedía juzgar a militares por violaciones a los derechos humanos) fue anulada por el Parlamento uruguayo, a partir de un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que amparó a Gelman y a su nieta Macarena.

A Juan lo conocí en su casa de México en el 2002, y desde allí aprendí a quererlo de otra manera. Su sencillez al hablar, la lucidez en todas las conversaciones, su franca sonrisa, la ironía y el sarcasmo, sus letras y su compromiso —que siempre fue colectivo— me hablaron de un grande entre los grandes, de un imprescindible.

Hoy físicamente ya no está, pero como escribe Galeano, la muerte miente y Juan sigue vivo entre nosotros, por la belleza de su poesía y porque quedan muchas impunidades por derrotar.

ESCRITO POR:

Marielos Monzón

Periodista y comunicadora social. Conductora de radio y televisión. Coordinadora general de los Ciclos de Actualización para Periodistas (CAP). Fundadora de la Red Centroamericana de Periodistas e integrante del colectivo No Nos Callarán.