PRESTO NON TROPPO

Toscanini y don Manuel

Admirado y alabado, como el mejor director de orquesta del siglo XX, por una parte.  Criticado y despreciado —como sucede con toda figura excepcional— por la otra. 

 El día de ayer conmemoramos que Arturo Toscanini nació hace 150 años, un 25 de marzo de 1867, en la región de la Emilia-Romagna, Italia, y murió casi 90 años después, hace seis décadas. 
 Él fue un auténtico referente del difícil y poco comprendido arte de la dirección orquestal.

Su significativo aniversario evoca, en el autor de estas líneas, la de otro director de orquesta, mucho menos conocido, oriundo de estas tierras, el primero en graduarse con ese título oficial del Conservatorio Nacional de Música de Guatemala, hará 75 años.  
Por desdicha, también el último que obtuvo el marbete —cuando reflexionamos que desde aquel entonces, 1942, no ha habido ningún otro director graduado de nuestra máxima escuela de estudios musicales— …  el maestro Manuel Alvarado Coronado.  
 
¿Qué comparación cabe entonces con el celebérrimo italiano, que hizo de Estados Unidos su patria, habiendo sido director de La Scala en Milán, así como del Metropolitan y la Filarmónica de Nueva York?  
A Toscanini estaba destinada la fundación de la NBC Symphony —que dirigió durante más de 15 años—, así como el podio internacional para un maestro con memoria fotográfica, un afán de perfeccionismo y una personalidad que lo llevó a bucear hasta en lo más profundo de las partituras que dirigió.
 
Una misión muy distinta le estaba reservada al mazateco que, aún estudiante, fundó la Orquesta del Conservatorio a fines de la década de 1930, así como otros ensambles, en Europa y en nuestro país, notablemente la Sinfónica Juvenil de Guatemala, en 1970. 
 Su labor, mucho menos globalizada que la de Toscanini, pasa poco a poco al olvido de una sociedad acostumbrada a renegar de sus grandes paladines. 
 En contraste, recordamos a un joven chelista que en 1886, con escasos 19 años y ante la retirada del director designado, se hizo cargo de dirigir la Aída de Verdi en Rio de Janeiro, a última hora, sin preparación, y de memoria —pero con una soltura que le permitió iniciar una carrera profesional sin precedentes en la historia de la música. 
 Al final, la personalidad de los directores de orquesta siempre es compleja; son humanos fuera de serie. 
 Toscanini pasó de atrilero de orquesta, a convertirse en un caso único en la conducción de música sinfónica y operática a lo largo y ancho del mundo.  
 
Sus logros incluyen nada menos que el estreno de Pagliacci, La Bohème, La Fanciulla del West y Turandot, así como el Adagio para Cuerdas de Barber, entre tantas obras (!)
A cambio, el otro chelista, aquel guatemalteco, tenía una indiscutible vocación para la docencia.  
Desde la fundación de la Escuela para Maestros de Educación Musical —a petición del entonces presidente de Guatemala…— hasta la formación estética de miles de alumnos  —con la esperanza de que algunos y algunas pudieran desvelar las bondades de la cultura guatemalteca—, la faena de don Manuel no cesó  —igual que en el caso de Toscanini— quien ya era octogenario.  
 
Su esfuerzo entonces no cayó en saco roto;  solistas, destacados integrantes de diversas agrupaciones, profesores, investigadores, o simples melómanos, fueron muchos y muchas quienes pasaron por sus manos y se sensibilizaron ante el gran arte de la música.  
Fueron, también, muchos los estrenos que presentó —aunque fueran primordialmente para oídos chapines.

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