VENTANA

Volver al futuro

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Luego de conversar con su Santidad Drikung Kyabgön Chetsang Rinponche, ¡sentí que el Tíbet había venido a Guatemala! Como exprimir una jugosa naranja para beber su dulce néctar, sintetizo una parte de nuestra cordial plática y cierro con una reflexión personal. Para la entrevista preparé solo tres preguntas. Este viernes comento la primera: ¿Existe alguna cercanía entre el budismo y la espiritualidad maya? El motivo de mi pregunta se debe a que estas dos tradiciones espirituales son muy distintas a la corriente del pensamiento occidental.

En una hoja en blanco dibujé los cuatro puntos del universo maya, los colores que los identifican y su significado. Esa imagen me sirvió para explicarle a Su Santidad el concepto de un cosmos, de un espacio-tiempo vivo, y no concebido como una “piedra inerte”, como lo vemos en Occidente. El rostro del venerable lama se iluminó y dijo: “Esto es un mándala”. “Los mándalas representan espacios sagrados vivos”, pensé. “En la cultura tibetana chamánica”, continuó Su Santidad, “el plano celeste se divide en 13 niveles como en la maya”. Y ¡paf!, ese parecido nos deslizó al terreno mitológico. Le conté sobre el Popol Vuh y sobre uno de sus sorprendentes mitos. Me refiero al relato de las cañas de maíz. Al momento que los gemelos, Hunahpú e Ixbalanqué, aceptan bajar a Xibalbá para jugar a la pelota con los señores del Inframundo. Antes de partir, los gemelos sembraron dos cañas de maíz frente al rancho donde vivían con su madre y su abuela. Las cañas señalarían su suerte. Si se secaban indicarían que habrían muerto, pero si retoñaban ¡es que estarían vivos!

Su Santidad, emocionado, comentó: “Nosotros tenemos un relato similar”. Y me contó la historia de tres amigos que vivían separados pero que decidieron sembrar tres árboles que representaban sus almas. Si uno de los árboles se secaba anunciaba que el amigo estaba enfermo o posiblemente habría fallecido. “El árbol simboliza la fuerza que fluye y une la vida”, concluyó.

Mi reflexión. En la cultura occidental desconocemos la interdependencia que sostiene la red de la vida en el mundo. Vemos a los demás como “otros” ajenos a nosotros. No percibimos la íntima conexión humana con la naturaleza. A nivel mundial el resultado de ese enfoque son las guerras, el hambre, el cambio climático. A nivel local, la corrupción, la pobreza y los desastres ambientales que amenazan la calidad de vida de las futuras generaciones guatemaltecas. Un ejemplo reciente, la criminal contaminación en el río La Pasión.

En las filosofías orientales como en la maya prehispánica, presente en el Popol Vuh, existe la concepción de un orden que no vemos pero que conecta a todo con todo. El tema central del Sutra Avatamsaka, texto budista, refiere la unidad y la interrelación de todas las cosas y los eventos. Habla de un orden implícito en el universo. Ese mismo concepto es un elemento clave en las teorías de la nueva física y la nueva biología. Estas nuevas ciencias apelan a una nueva ética orientada a proteger la vida en la Tierra. Señalan que hay que “volver al futuro”.

clarinerormr@hotmail.com

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