Revista D

El amor de una madre

María Teresa Montes Hernández tiene 54 años. Toma el primer asiento en la fila en el salón de Matemática que corresponde al segundo año de Ingeniería Mecatrónica en la universidad Galileo. Ella no es la estudiante sino su hijo menor Jorge, quien hace casi ocho años quedó cuadripléjico a consecuencia de un accidente.

“¿Cuál es la derivada de X?”, pregunta el catedrático y luego indica: “Para comenzar apliquen los logaritmos naturales de ambos lados”. Montes Hernández no pierde detalle. A su lado, Jorge, recostado sobre una silla de ruedas; ni sus brazos, ni piernas tienen movilidad, pero él tampoco pierde detalle mientras el pizarrón se llena de derivadas, cocientes y secantes.

Asisten juntos a todas las clases, así que Montes Hernández no se escapa de las preguntas de los catedráticos.

Cada mañana acomoda en su camioneta Ford la silla de ruedas de Jorge, una mochila con los libros y un pachón con suficiente agua.

Aprendió a soldar para hacer circuitos electrónicos, mientras su hijo con los labios, o ayudándose con la cabeza, le indica donde debe hacer los ensambles.

De camino a casa en medio del tránsito “arjoneamos”—cantan las melodías de Ricardo Arjona— cuenta. Entre risas confiesa que se ha vuelto una experta en Shazam, la aplicación de Google que ayuda a identificar música y programas de televisión.

¿Qué edad tenía cuando dio a luz a Jorge?

Veintiocho años.

¿Cuándo sucedió el accidente de su hijo?

Fue algo totalmente fortuito. La tarde del 3 de octubre del 2007, él manejaba una moto y su novia lo acompañaba. Estaban dando vueltas cerca de la casa, ninguno llevaba casco. Una basura le entró en el ojo, derrapó y se estrelló contra un poste. Me llamaron, pues yo no estaba en casa en ese momento. Salí corriendo con la cartera y el poco dinero que tenía.

¿Usted estaba cerca?

Yo estaba en la casa de mi mamá en la zona 5, yo resido en la 16. Escuché una sirena de bomberos y le dije, ellos van para allá. Cuando iba de camino alguien volvió a llamarme y preguntó: “¿A dónde llevan al muchacho?”. Al hospital Militar, atiné a contestar. Jorge tiene un carné de paciente externo. Pensé que se había roto un brazo, una cosa mínima comparado con lo que sucedió. “¿Y a la chica?”, me preguntaron. En ese momento pensé: “¡Oh, no, iba con su novia!”. Ella también se quedó recluida en el hospital.

Los médicos hicieron tomografías, resonancias y dijeron que Jorge tenía fracturadas las cervicales 3, 4, y 5, y que debían ponerle una placa en el cuello y otra en la mano, y yo conseguirle de inmediato donadores de sangre.

¿Y su acompañante?

Ella se fracturó la pelvis. Salió después de un mes de estar hospitalizada. Pero Jorge llevó la peor parte, pues estuvo una semana en coma y estuvo cinco meses internado.

Después de 36 días, lo trasladé al hospital General San Juan de Dios. Tras la operación del cuello y de la mano, aún en el período de 72 horas de recuperación, su médico descubrió que tenía el nivel de hemoglobina muy bajo y sospechaba que era una hemorragia interna. Así que el accidente fue miércoles y el viernes iba de regreso al quirófano. Tenía dañado el hígado y los intestinos.

¿Pensó que su hijo iba a morir, cómo lo enfrentó?

Sí, es algo muy duro.

¿Cree en Dios?

Dios es nuestro dueño, Él sabe por qué y para qué nos envía las pruebas. Me dije: “Jorge no es mío, está solamente prestado, y lo puse en sus manos”. Prácticamente él estaba desnucado.

¿Qué pasó cuando volvió del coma?

No podía hablar. Le practicaron una traqueotomía. Preguntó: “¿Qué día es hoy, miércoles?”. El accidente había sido miércoles.

Unos días antes pasó algo curioso. Vimos juntos uno de los videos de Nick Vujicic, el hombre que no tiene brazos ni piernas. Jorge me dijo: “¡Es admirable!”, sin saber que tres días después estaría en una situación similar. Él quedó cuadripléjico, no tiene sensibilidad ni en sus brazos, manos, ni piernas. Solamente de cierta parte de sus hombros hacia arriba.

¿Es el primer año que estudian en la universidad? Hablo en plural porque los dos asisten a clases.

No estoy inscrita en la carrera. Solamente lo acompaño.

Pero el profesor de Matemática afirma que usted es capaz de responderle correctamente cuando la interroga.

A veces sí, otras me quedo en la luna. Es segundo año que estamos en la universidad.

¿Cómo fue el proceso de recuperación?

Dios le ha dado una fortaleza increíble. Usted no lo ve resentido, ni frustrado. Tiene una fuerza que me impulsa.

¿Qué debió aprender otra vez?

Todo. Era hiperactivo. Su cuarto estaba en el segundo piso; boté paredes, tuve que remodelar para que su habitación estuviera en el primero. Compramos una cama especial y equipo de respiración para poderlo atender en la primera etapa de su recuperación.

Pero, ¿él como se adaptó a estas nuevas circunstancias?

Aprendió a ser más paciente, a usar la computadora con voz, a comprender que dependerá totalmente de otra persona.

Soy quien le da de comer, lo baña, lo viste. A veces me siento algo abrumada, pero luego encuentro otra vez la fuerza. Porque si él está limpio es porque yo lo limpié, si está presentable es porque yo lo hice, si está barbado es porque yo no lo rasuré. Tanto lo bueno como lo malo sucede porque yo estoy o no con él. También tenemos que hacer sus proyectos de electrónica.

¿Qué estudió usted en la universidad?

Soy traductora jurada de alemán y de inglés y estudié dos años de Ingeniería Civil.

¿Hace cuánto estudió Ingeniería?

¡Oh, Dios! (risas). Antes que él naciera.

Pasaron más de 20 años para que usted volviera a la universidad. ¿Qué pensó cuando le dijo que iba a estudiar Ingeniería Mecatrónica?

Cuando pasó el accidente él estaba terminando tercero básico, justo antes de los exámenes finales. Un año después del accidente, cuando se sintió mejor, le dije: no te puedes quedar en tercero básico.

Las maestras lo iban a ver al hospital, así que solicitamos un examen extraordinario al Ministerio de Educación y ganó el grado. Continuamos el bachillerato en plan fin de semana, porque los demás días eran de terapia. Recuperó su voz.

Pensé, si él tiene todo el potencial no se puede quedar ahí. Estuvimos viendo varias posibilidades en universidades. Lo llamaron de la universidad Galileo.

¿Cómo hacen con la práctica, estudian juntos?

Él estudia prácticamente solo, porque durante las tardes trabajo las traducciones juradas en casa, yo me sostengo sola; no tenemos apoyo del padre de Jorge. Cuando pasó el accidente no fue la excepción, seguí trabajando.

En Matemática requiere mucho apoyo. Le ayudo con las copias, ve los conceptos y los aprende.

Los exámenes también son especiales, se los hacen una semana después. Le plantean un problema para que lo resuelva y él le dicta la solución al profesor. En otras ocasiones es de selección múltiple, él escoge una respuesta y explica por qué. Pero eso lo hace una terna.

¿Cuántos cursos han aprobado?

(Risas) ¡siete! No veo como una tragedia lo que pasó. Lo veo como una misión.

¿Tiene más hijos?

Una más de 26 años. Es licenciada en diseño industrial del vestuario. El accidente ocurrió cuando ella estaba por graduarse de bachiller. No pude dedicarle toda la atención. Siempre vivo con aquello que pude haberle dado más. Desearía poder cumplir bien en todo.

¿Cómo es la vida de Jorge fuera de la universidad?

A veces, para ir al cine lo acompaña su hermana y su novio. Esos son los momentos en que descanso un poquito.

Cuando trabajamos los circuitos, él tiene muy buenas ideas y yo paciencia. Nos sentamos, él me explica y me dice: Pon la patita izquierda del capacitor, ¿aquí?, le pregunto. ¿Arriba, a la derecha?… Ahora toma el voltímetro, me indica. A veces quisiera tener más manos; otras ¡aprender a desdoblarme! (risas).

¿Qué piensa del futuro, como se ve?

Siguiendo esta misión que Dios me ha encomendado con mis hijos y disfrutar de mis nietos.

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