Revista D

Coloridos y picantes tejidos momostecos

Los gruesos ponchos de lana son característicos de esta región de Totonicapán.

Creativos y coloridos diseños se aprecian en los tejidos momostecos (Foto Prensa Libre. Édgar Domínguez).<br _mce_bogus="1"/>

Creativos y coloridos diseños se aprecian en los tejidos momostecos (Foto Prensa Libre. Édgar Domínguez).

Sus diseños son bastante coloridos. Por sus finísimas púas tienen una textura muy picante. Durante las temporadas de frío son efectivos para darle calor al cuerpo humano. Estos son los famosos ponchos de Momostenango, del pequeño municipio de Totonicapán.

Ese sitio, por décadas, mantuvo una clara hegemonía en la confección de telares. Hoy, sin embargo, su producción ha venido a menos, sobre todo, debido a la competencia de las frazadas mexicanas de hilos sintéticos que tienen un costo menor y a la escasez de lana de oveja.

Pese a los problemas, algunos momostecos conservan la tradición. De esa cuenta, en las calles y en el mercado del pueblo aún se observan vendedores que ofrecen las cálidas chamarras de lana adornadas con muñequitos con las manos entrelazadas, aves, árboles, venados, volcanes, caminos zigzagueantes o símbolos mayas.

De hecho, el pintor Pablo Picasso tenía uno, el cual le fue regalado por un amigo, el poeta Jaime Sabartés, quien por años vivió en Guatemala. Picasso pintó el colorido poncho en uno de sus cuadros, quizás porque las figuritas encajaban a la perfección con su estilo cubista.

Variedad

Los ponchos no son los únicos productos afamados de tierras momostecas. De la misma lana se confeccionan pañolones, bufandas, cortes para vestidos de hombres, peyones —alfombras mechosas— y mantillones. También alfombras-poncho, chumpas, sacolas, sarapes con o sin capucha y tapetes.

La materia prima es el vellón esquilado de las ovejas. Esa lana proviene en especial de los Cuchumatanes —Chiantla—, y en menor escala de Quetzaltenango, San Marcos, Quiché, Sololá y Chimaltenango. Los colores más comunes son el blanco, gris, negro y café. Esta se lava con jabón y con la raíz de una planta conocida como ixmatzín. Luego se carda con púas de hierro; de esa forma, las fibras quedan lisas y desenredadas.

Para el hilado se emplea el huso o malacate de origen prehispánico; también se puede hacer con la ayuda de un torno. Luego viene la confección del tejido, el cual se ejecuta con un telar de pie. Para esto existen tres técnicas: la lanzadera —la más común—, el pepenado y el listado. Después se procede a teñir. “Desde la década de 1940 se emplean tintes químicos; antes solo eran vegetales”, refieren Martín Ordóñez Chipín y Rosalío Saquic Calel, en su Estudio sobre la producción y utilización de la lana en Momostenango (1975).

Posteriormente, los ponchos se batanan. Esto quiere decir que la lana se moja en agua hirviendo para que se esponje y aumente de grosor. Algunos la llevan a las aguas termales, por lo regular en Palá, Palá Grande, Palá Chiquito y Payexú. A la vez, los fabricantes la pisotean y la exprimen en forma constante hasta que se compacte. Luego se seca y se percha para levantar la pelusa del tejido. Esto último se hace con un cepillo con forma de abanico fabricado con las espinas de cardo santo.

Para simplificar el procedimiento, algunos artesanos han optado por confeccionar ponchos mitad de lana, mitad de algodón. Incluso se ha dado paso a diseños más uniformes, con líneas y rombos, ya que las figuras tradicionales son más difíciles de confeccionar. La mayoría, no obstante, aún prefiere lo tradicional.

Pero el largo proceso tradicional —confeccionar un solo poncho demora entre una y tres semanas—, así como la feroz competencia con los productos sintéticos, ha desincentivado la producción de tejidos momostecos. Queda esperar que estas sabrosas y cálidas chamarras no desaparezcan.

Otras fuentes consultadas: Momostenango y La artesanía de lana en Momostenango, ambas del Subcentro Regional de Artesanías y Artes Populares. Los títulos están disponibles en la Academia de Geografía e Historia de Guatemala.

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