Revista D

El heroico Decauville

La historia del pequeño tren que ayudó a escombrar una ciudad.

Grabado del decauville frente a la iglesia El Calvario (Foto Prensa Libre: Cortesía Fundación para la Cultura y el Desarrollo).

Grabado del decauville frente a la iglesia El Calvario (Foto Prensa Libre: Cortesía Fundación para la Cultura y el Desarrollo).

Había una vez hace muchos años, dirían las abuelas, un tren llamado decauville. Solía recorrer durante las postrimerías  del siglo XIX una ciudad a la que los liberales apodaron “Pequeña París”, por sus hermosos barrios y monumentos. Esta es la historia  del ferrocarril urbano y las cuadrillas de hombres que ayudaron a reconstruir aquella hermosa capital a la que la naturaleza le reservó un trágico destino en 1917 y 1918.   

El decauville fue llamado así en honor de sus fabricantes Louis y Paul Decauville, a quienes la historia considera los artífices de los ferrocarriles  de vía estrecha. En 1898, Francisco Aguirre obtuvo la concesión del gobierno para operarlo.  Un año después era un transporte de pasajeros que recorría desde la 18 calle de la zona 1 hasta la Villa de Guadalupe.

 En ese entonces, el decauville compartía la tarea junto con el tranvía de transportar pasajeros. El gobierno de Manuel Estrada Cabrera otorgaba un subsidio a los operadores del tren por cada boleto vendido, según el historiador Migue Ángel Álvarez.

En 1900, Aguirre le vendió sus derechos a Petrona Godoy. El decauville era ocasionalmente utilizado para transportar material al asilo Estrada Cabrera, en ese entonces en construcción, o para llevar de paseo a las estudiantes y maestras del Hospicio. En 1908, su servicio se había extendido  hasta Pamplona, afirma Óscar Peláez Almengor autor del libro El pequeño París.

En 1916, el decauville atravesaba dificultades económicas por el costo de los combustibles, así como por la escasez de pasajeros, lo cual provocó el cese de las operaciones. Pero su fortuna cambiaría.   

La noche  del 25 de diciembre de 1917, los vecinos del “Pequeño París”, sorprendidos, observaron el desplome de la cúpula de la Catedral y cómo la campana de La Recolección sonó al desprenderse de su campanario.

En los siguientes días, hasta el 24 de enero de 1918,  los temblores continuaron  y la ciudad quedó en ruinas. El decauville fue parte importante de la política de reconstrucción gubernamental, que se concentró en el rescate de  los edificios públicos. A finales de 1918, este esfuerzo se sistematizó con la creación de la Empresa Nacional de Descombración, explica Peláez Almengor.

 El 22 de enero de 1919, Eduardo Anguiano, gerente de la Empresa Nacional de Descombramiento, le sugirió al presidente Manuel Estrada Cabrera tender líneas de ferrocarril urbano o decauville alrededor del centro de la ciudad hasta las faldas del Cerro del Carmen. Una idea que más adelante cambió.

Según Peláez Almengor, las vías para que transitara el pequeño decauville se construyeron de norte a sur en el sentido que seguían las avenidas, y de poniente a oriente, según las calles.

Entre escombros

 Uno de los primeros trabajos  que hizo el decauville fue en el mercado La Placita. Anguiano, quien  era un hombre ingenioso, sin duda, propuso el uso de las vías del tranvía y se las ideó para que camiones y carretas llegaran a determinados puntos en el trayecto del decauville, según  Peláez Almengor.

“A partir de la instalación de estas líneas principales, Guatemala quedó dividida en tres secciones que serían auxiliadas por una locomotora del decauville, cada una con su dotación de cumbos y su cuadrilla de hombres”, agrega el historiador.

Aunque Anguiano pretendía con este plan descombrar la ciudad en 60 días, el trabajo duró más de dos años. Poco a poco los barrancos aledaños al centro se llenaron con ripio, como el de La Limonada. Pese a que el ministro de fomento autorizó el aumento a 20 pesos de los 15 que ganaban los cuadrilleros, Anguiano mantuvo el mismo salario a los empleados, compensándolos, según él, con “la excepción militar”, que fue obligatoria durante el gobierno de Estrada Cabrera.

   Las cuadrillas estaban integradas por 15 o 20 peones, algunos de ellos presos. La planilla se mantuvo en alrededor de 200 trabajadores.

Gracias a la correspondencia condensada por Peláez Almengor, que todavía es posible encontrar en el Archivo General de Centro América, se sabe que el decauville y sus hombres escombraron el  Instituto Central de Varones y la antigua Escuela de Derecho, entre otros edificios, mientras “los vecinos de la capital se vieron obligados  a descombrar sus casas por cuenta propia”, dice Peláez Almengor.

  Estrada Cabrera gobernaba en medio de un creciente descontento popular. A mediados de octubre de 1919 ordenó que se llevara a cabo una acelerada limpieza del Cementerio General, se aproximaba el Día de los Santos. Quizás los funcionarios pensaron con esa medida aliviar la tensión contra el régimen, considera Peláez Almengor.

La correspondencia oficial de esos días, que el autor de El pequeño París revisó, le permitió  explicar la forma de operar de los decauvilles, pues a la sazón serían varios. Las líneas eran tendidas y retiradas para transportarlas a donde fuera necesario. Los trabajadores mantuvieron un ritmo constante, mientras unos llenaban cumbos o carros de ripio, otros los volcaban en los barrancos, en tanto que unos más tendían las líneas para las locomotoras.

 Para febrero de 1922, los decauvilles habían vuelto a su papel inicial; el encargado de la empresa, reportaba tres trenes diarios de pasajeros y cinco los domingos. Poco a poco desapareció  de las calles. Hoy unos pocos vestigios de su paso por esta ciudad quedan en el Cerro del Carmen. 

ESCRITO POR: