Vida

Compartiendo vivencias

Es el momento de recordar tantas vivencias que han pasado por este espacio, durante tantas décadas, compartiendo el testimonio de centenares de madres —casadas o no—, a quienes he tenido la satisfacción de haberlas escuchado y comprendido.

Rina Montalvo

Rina Montalvo

No solo escucharlas, sino también vivir a su lado sus penas, sus necesidades, sufrimientos y pesares, poniendo mi corazón al servicio de todas las que se han acercado a mí, íntimamente. Y no solamente eso; he llegado a identificarme con ellas compartiendo mis propios sentimientos de madre.

Tal vez, por todo esto, he llegado a comprender a tantas madres que han sufrido maltrato, explotación y pobrezas. Compartir con ellas de todo corazón la muerte de un hijo, o de un esposo y tantos hechos dolorosos que a lo largo de la vida padecen madres nobles, dignas y abnegadas, que perdonan hasta la ingratitud de un hijo o de una hija.

Pero, ¿quién no tiene problemas en la vida? Lo importante es tener con quién compartirlos para desahogarse y llevar la paz que el alma necesita. Llevar siempre adelante el escudo de la fe, para tener la fuerza de resistir los momentos malos que en la vida siempre aparecen sin quererlo. Como dice Pablo: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. Como madre cristiana, a mí me reconforta la lectura de la Biblia, porque me llena de la sabiduría de lo alto y me abre el entendimiento. Si algo nos lleva a encontrar la paz del alma es estar cerca de Dios, buscarlo y encontrarlo.

Creo que así, con estos sentimientos, me identifican los lectores. ¿No es cierto? Recientemente, una madre me decía en su carta: “Usted, Rina, cuando responde a los lectores que le consultan sus problemas, les aconseja que busquen ayuda psicológica y trata de orientarlos con su propia opinión, motivándolos en su autoestima, pero siempre, siempre, aconseja que no se deje de lado a Dios, porque sin Él no se llega a ninguna parte”. Ciertamente, es lo que nunca dejo de aconsejar, no solo a los lectores de esta columna, sino a mis hijas y a mis nietos, a mis amigas y a los seres queridos que me rodean, porque el que no tiene a Dios, nada tiene. Sin fe, sin un poder superior que nos guíe y nos sostenga en la adversidad, estamos perdidos, como los ateos, que no conocen a Dios y no tienen la luz que les alumbre.

Que conste que esto no es religión. Es una disciplina espiritual que debemos cultivar para crecer como personas, en este mundo tan lleno de problemas; como cuando se pierde la salud, se van seres queridos en ese viaje sin retorno, y tantas situaciones desesperantes que uno solo no puede resistir. Ahí es cuando clamamos a ese ser ominipresente, para que nos apoye.

Muchas madres como yo divagamos con nuestros pensamientos el Día de la Madre. Otras, acaso, lo enfocarán de otra manera, dependiendo de lo que la vida les ha dado.

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