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Con US$280 de inversión por familia se podría acabar el hambre en el Corredor Seco

Programas impulsados por FAO han ayudado a unas 18 mil personas; autoridades guatemaltecas no los han adoptado para todo el país por falta de voluntad política, dice representante en Guatemala.

Eleodoro Zelaya muestra una lima que obtuvo de uno de sus árboles frutales que tiene en su terreno que antes producía poco. (Foto Prensa Libre: Cortesía)

Eleodoro Zelaya muestra una lima que obtuvo de uno de sus árboles frutales que tiene en su terreno que antes producía poco. (Foto Prensa Libre: Cortesía)

La vida de Eleodoro Zelaya y su familia cambió drásticamente —para bien— desde febrero del 2017 cuando conoció el programa de agricultura familiar de la FAO. Recién salían de cinco años de haber perdido sus cosechas por la irregularidad de las lluvias. Ahora todo es mejor, y hasta tienen excedentes para vender.

Desde el 2013, San Miguel Ixtahuacán, San Marcos, lugar donde vive Eleodoro, fue clasificado como municipio con amenaza alta de desertificación en un informe del Programa Nacional de la lucha contra la Desertificación y la Sequía. Justo desde entonces comenzó un periodo de varios años de irregularidad de lluvias.

En el 2018, el programa de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) comenzó a asistir a este agricultor marquense que pudo apreciar cómo desde el 2019 sus cultivos aumentaron en un 200 por ciento y lo mejor, se diversificaron, al punto que hoy en día puede producir para el consumo de su familia y también para vender.

Falta voluntad política

Para el representante en Guatemala de la FAO, Diego Recalde, ha faltado voluntad para echar a andar programas que beneficien a los guatemaltecos vulnerables al cambio climático, sobre todo en zonas del Corredor Seco.

“Hemos cuantificado que con inversiones pequeñas de aproximadamente US$280 por familia en el Corredor Seco resolveríamos el problema”, asegura el funcionario internacional.

Recalde cuenta que la FAO ha implementado programas de asistencia que alcanzan a cinco mil familias en esa región. Por ejemplo, se han implementado proyectos de cosecha de lluvia, cortinas de agua, reciclaje del líquido y otras técnicas para mantener la humedad de los suelos.

Por lo cual, resalto Recalde, es importante llevar esos programas a la totalidad de familias que viven en el Corredor Seco y que año tras año sufren por la falta de lluvia y pérdida de sus cultivos.

Además, en buena medida estas familias dependen de la ayuda gubernamental que en ocasiones se politiza, y son constantes las apariciones en medios de comunicación de niños que padecen de desnutrición aguda por la falta de alimentos.

“En vez de cinco mil familias, por qué no juntamos a las 180 mil y se hace un plan de inversión en cinco años y esto se resuelve. Obviamente se tiene que manejar -tiene que haber- con la voluntad política para hacer estos cambios”, asevera Recalde.

Añade que a su parecer el Estado tiene suficiente capacidad y espacio para endeudarse y empujar este tipo de programas que resolverían un “problemón serio” que cada año afecta con más fuerza a las familias vulnerables; además, la tecnología está disponible y no cuesta mucho.

Recalde resalta cómo en otras áreas más áridas del planeta, por ejemplo, en Oriente Medio donde apenas llueve 200 milímetros al año, los suelos se han vuelto “vergeles” al implementar los proyectos adecuados. “En el Corredor Seco hay mucha más agua que en esas zonas secas y desérticas”, asegura.

Experiencias

Eleodoro cuenta que la FAO y la comuna de San Miguel Ixtahuacán lo apoyaron para implementar nuevas prácticas agroforestales como construcción de pozos de poca profundidad e instalación de barreras vivas y acequias con lo cual “ocurrió un cambio maravilloso” porque su terreno ya no se erosiona y ahora es más productivo y cosecha desde maíz y yuca hasta café y frutas como durazno, limón y naranjas.

“Ha sido un cambio para beneficio de mi familia, ahora ya casi ni tenemos necesidad de ir al mercado a comprar frutas. La tierra nos produce hasta un 200 por ciento más de lo que producía antes”, narra el agricultor.

El 2018 y 2019 fueron años de lluvias irregulares, donde se registraron prolongadas sequías en distintas épocas del año; sin embargo, cada vez que llovía las acequias se llenaban de agua y cuando había canículas extensas servían para conservar la humedad.

“Antes sembrábamos rudimentariamente, sin conocimientos. Limpiábamos la tierra y con los azadones arrastrábamos lo fértil de la tierra. Ahora la producción es el triple y vemos cómo hay cultivos en abundancia y ya no usamos tantos químicos para cosechar”, resalta Eleodoro.

Dentro de otras capacitaciones, la FAO también ha enseñado a los agricultores a colectar agua de lluvia, un proyecto que también ha sido un proyecto exitoso en un municipio particularmente seco del altiplano de San Marcos.

En el centro del Corredor Seco

Arnaldo de Jesús Lemus vive en una aldea de San José la Arada, Chiquimula, municipio ubicado en el corazón del Corredor Seco. Desde hace años se ha dedicado al cultivo de granos básicos y ha sido testigo de cómo la lluvia disminuyó desde hace unos 10 años y con ellos disminuyó la cantidad de 8 a 2 las hectáreas que cosechaba de alimentos.

Al ver que cada vez era más difícil depender de las cosechas, Arnaldo se dedicó al cultivo de tilapia; sin embargo, durante varios años tuvo pérdidas porque los peces se morían y no lograba ni un quintal de cerca de 500 alevines que compraba. El alevín es cría de la tilapia recién nacida.

Fue hasta el año pasado que tuvo ganancias, después que la FAO le financió la construcción de un estanque y entregó 300 alevines en las condiciones adecuadas para su crianza y el Ministerio de Agricultura le proporcionó capacitación.

Al final de la crianza, con satisfacción notó como logró casi tres quintales de tilapia, algunas de una libra y media, algo que nunca había visto.

El cultivo de estos peces es otra forma cómo se puede ayudar a los productores del Corredor Seco. Por ejemplo, Arnaldo cuenta que obtuvo cerca de Q5 mil solo con la primera crianza, lo cual le sirvió para obtener otros productos y asegurar la alimentación de su familia.

“He experimentado un cambio en mi vida, claro que sí. Lamentablemente aquí somos afectados por el cambio climático. Antes las canículas eran de 15 o 20 días, pero el año antepasado tardó más de 50 días”, aseveró Arnaldo.

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