Méndez resalta que su familia era pobre, por lo que no tuvieron dinero necesario para enviarlo a la escuela. Sin embargo, las ganas de avanzar siempre estuvieron en su mente, y con o sin escuela, se superó.
“En 1961 no tenía experiencia en ningún otro trabajo. Aún era un niño pero eso no fue un obstáculo. Yo tenía el deseo de superarme y Dios me ayudó”, aseguró Méndez.
Simpatía y sabor
Al principio, el frutero se mostró serio en la entrevista. Algunos de sus amigos dicen que tiene un carácter afable, que una vez que empieza a conversar todo termina de forma muy amena.
Mucha gente se ha encariñado con él, pues desde hace varios años vende fruta a padres de familia y niños que estudian en el Instituto Normal para Señoritas de Oriente (INSO).
Después de las jornadas del colegio, del trabajo o incluso de un servicio en la iglesia, la gente llega a buscarlo para disfrutar una comida saludable antes de regresar a sus hogares.
Las manos de don Pancho se mueven con agilidad y cuando entran en contacto con las frutas pareciera que hay caricias para producir los mejores sabores. Piña, sandía, mango y melón, parece la rima de un juego infantil pero son los sabores que exhibe en su carreta de madera.
Actualmente vende el delicioso producto frente a la escuela de aplicación anexa al INSO, donde ha cosechado amistades.
Tanto ha sido la simpatía que genera, que docentes de dicha escuela indican que es un fiel colaborador de las actividades de aniversario, por lo cual ha recibido reconocimientos en varias ocasiones.
Así es don Pancho, quien dice tener ya 49 años de trabajar en la venta de frutas, las cuales transporta en una carreta de madera construida por él mismo.
“Pocas cosas en este mundo se comparan con la tranquilidad de saber que cada centavo ganado es producto del trabajo honrado. Gracias a Dios yo siento eso”, exclamó Méndez.
Piña, sandía, melón, pepita, sal, miel, usted pídala que don Pancho se encargará de preparársela.
Superación
“Gracias a Dios tengo a mi esposa, cinco hijos y mi trabajo, y aunque no ha sido fácil, Dios nunca me ha desamparado.
Le tengo un gran aprecio a la gente de Chiquimula que me conoce”, expresa el hombre mientras atiende a su clientela.
De acuerdo a Méndez, todos sus hijos son ahora profesionales y se siente satisfecho de haberlos ayudado, gracias al oficio que decidió ejercer.