La devastación de los bosques naturales de pinabete en Quetzaltenango, Totonicapán y Chimaltenango aumenta en la época de fin de año por la demanda de esta especie, lo que genera que grupos criminales se involucren en el tráfico ilegal de las ramillas.
Para Estacuy, una de las principales razones es que la demanda aumenta y la oferta legal del pinabete no se puede cubrir.
Agregó que los grupos criminales aportan armamento y vehículos lujosos para la depredación y trasladado de las ramillas.
“Se depredan los bosques del occidente, pero el 99% del comercio ilícito tiene la capital como el destino final. Se necesita concienzar a la población para que adquiera esta especie de forma licita”.
De acuerdo con los guardabosques, se trabajan turnos de 24 horas para proteger la especie, pero por lo extenso del área los depredadores siempre encuentran un lugar para ingresar y cometer el delito.
A escala nacional se tienen más de 27 mil hectáreas de bosque natural de pinabete, de las cuales la mayor cantidad están en Huehuetenango, 11 mil; en segundo lugar Totonicapán, 8 mil; y Quetzaltenango, es tercero, con 2 mil 500.
Conservación
La ambientalista Andrea Beletzuy señala que con la depredación de los bosques de pinabete se pierde la biodiversidad del país, se reduce la captación de CO2 y con ello la posibilidad de descontaminar el ambiente, pero la situación más grave es la escasez de agua.
Ante esos desafíos, en diversas regiones han surgido áreas autorizadas para la conservación.
Un ejemplo está la finca El Espinero, en Tecpán Guatemala, Chimaltenango, en la que existen al menos 180 mil árboles de pinabete sembrados.
El proyecto inició desde 1997 cuando empezaron a sembrar la especie y obtuvieron el apoyo del Conap y el Instituto Nacional de Bosques (Inab) para reforestar y vender.
“Tenemos más demanda en la capital, ya que existen cuatro puntos de venta, pero los que más disfrutan son los que visitan la finca por el atractivo que existe y porque eligen su propio árbol”, destacó Juan Jarquín, portavoz del proyecto.
La finca tiene una extensión de 135 hectáreas, pero los propietarios aseguran que no se vende ni la tercera parte de las especies sembradas.
“En la finca hay más árboles de lo que se vende en el país. Queremos salvar el pinabete, la esperanza es que se vuelva una tradición en Guatemala y que toda las personas apoyen para que sea como en los Estados Unidos, donde nadie compra árboles plásticos sino naturales”, concluyó Jarquín.