Vecinos de El Palmar conviven con el riesgo de erupciones

Todo había vuelto a la normalidad ayer en El Palmar, Quetzaltenango. Los agricultores ya regresaron  a sus cultivos; los comerciantes, a sus negocios,  y los finqueros, a su diario quehacer.

Volcán Santiaguito. (Foto Prensa Libre: Archivo)
Volcán Santiaguito. (Foto Prensa Libre: Archivo)
EL PALMAR – Hace 10 días,  los pobladores fueron estremecidos por la erupción del volcán Santiaguito, cuyos flujos  piroclásticos llenaron los cauces de los ríos Nimá 1 y Nimá 2. Rescatistas evacuaron a 150 personas; sin embargo, desde la semana recién pasada se reincorporaron a sus ocupaciones.

Esta última erupción hizo recordar la década de 1980, cuando el material volcánico sepultó el área urbana del municipio y obligó el traslado de la población al sitio conocido ahora como Nuevo Palmar.

En esa década, la primera erupción que causó daños fue en 1983, aunque en ese entonces los pobladores  no quisieron irse. “La de 1984 fue más fuerte, y entonces nos llevaron a asentamientos y luego se fundó el Nuevo Palmar”, recordó Berta Gualip, residente del lugar.

No todos se fueron

Jaime Méndez, poblador, relató que pese a la tragedia no todos se fueron, pues algunas familias se quedaron en el lugar, que luego empezó a ser llamado Viejo Palmar.

 Muchos de los que se retiraron también regresaron, pero no para reconstruir  casas y establecerse, sino    para cultivar  sus terrenos, en los que siembran banano, pacaya,  café y hojas de mashán.  Algunos tienen ganado, mientras que otros son apicultores.

 Después retornan a sus hogares, en el Nuevo Palmar, pues solo siete kilómetros  separan a los pueblos, aunque deben atravesar puentes colgantes peatonales que miden unos 150 metros.

“Al Nuevo Palmar solo vamos a dormir porque nuestro trabajo está aquí,  en el pueblo antiguo. Todo el  día lo pasamos en las parcelas”, mencionó el vecino Mardoqueo López.

    Esteban Hernández, otro poblador,  contó que llega todos los días a El Viejo Palmar porque allí están sus terrenos y que los tiene que trabajar para producir. “De alguna manera quedamos ligados a nuestro antiguo pueblo,   por los recuerdos,  y porque aquí están nuestros terrenos”, añadió.

Temor persiste

Ayer ya era normal ver a un buen número de campesinos cruzar los dos puentes colgantes que dividen a estos poblados, mientras que comerciantes llevaban  frutas para ofrecerlas en diferentes negocios sobre la carretera. 

López mencionó que también hay quienes llegan para  trabajar en las fincas cafetaleras y ecológicas del lugar, mientras que otros cortan madera en los bosques.

En relación con el peligro que representa el volcán, López comentó:  “Siempre hay temor  de que pueda hacer erupción, pero para nosotros ya está todo calculado. Además, ya estamos acostumbrados a escuchar los retumbos”.