El paso de la adolescencia por sus vidas ha tenido en el diamante Enrique Trapo Torrebiarte, en la zona 2 capitalina, uno de sus principales escenarios, por ser el lugar donde se entrenan, juegan y trabajan como alcanzabolas en juegos de las diferentes categorías o torneos de selecciones nacionales.
Recoger las pelotas que salen por detrás de la barda luego de los cuadrangulares o por la zona de foul les da, constantemente, la oportunidad de soltar el brazo y estar en contacto con las principales figuras nacionales, un grupo al cual aspiran a pertenecer en el mediano o corto plazos.
Sin ir lejos, el día que se reunieron en la instalación, Manuel Hernández, uno de los cuatro prospectos nacionales firmados por las Grandes Ligas, con los Orioles de Baltimore, los saludó antes de iniciar su rutina de entrenamiento.
También lo hicieron Alejandro Amézquita y Carlos Martínez, dos de los lanzadores de la selección nacional que este año se coronó campeona de la Serie Mundial de Pequeñas Ligas en la categoría Senior (15-16 años).
Terreno conocido
Desde los barrios Minerva y Asunción —en la parte final de la avenida Simeón Cañas—, donde Santos Francisco, Andrés Concoba, Jonathan Motta y Miguel Ángel Estrada han crecido y pasado la mayor parte de sus vidas, la iluminación artificial que permite el juego por las noches en el diamante es algo que llama la atención y despierta su deseo de vestirse con las franelas, calzarse zapatos con spikes o cubrirse las manos con guanteletas.
“Lo tenemos a la par siempre y eso es algo que nos motiva a jugar”, expresó Jonathan, quien tiene 17 años de edad y ocho de experiencia como pelotero.
Cada uno de ellos, con una historia particular, encontró en el beisbol el deporte de sus amores, aun cuando el futbol se cruzara alguna vez por su recorrido entre las almohadillas, o el interés haya tenido que abanicar las curvas que la vida presenta a lo largo del tiempo.
El propio Miguel Ángel, 17, reconoce la inspiración en el campo, al considerar que el juego “es un deporte sano y nos aleja de las drogas”.
Puro talento
Con los graderíos en silencio y lo único que se escuchaba en el campo era el sonido del agua mientras se regaba el césped, un grito desde el montículo sonó con fuerza.
“Paco, te toca batear”, le dijo a Santos, Jonathan, quien ya estiraba el brazo derecho mientras Andrés estaba detrás del plato como receptor —una de sus posiciones favoritas en la defensiva—, aunque sin careta, mascota o protectores.
Los tres se pusieron de acuerdo para decirle: “Miguel, recogé las que se vayan para allá”, cuando apuntaban sus miradas hacia los jardines.
La ilusión por convertirse en profesionales es algo que para ellos no queda fuera con tres strikes o termina luego de nueve entradas, sino un estado permanente mientras atrapen con sus guantes la alegría.