“Me gusta darle de comer a los pajaritos, a veces hago bolitas de masa con las tortillas para alimentarios”, relata.
Su historia estuvo marcada por trabajo arduo pero también de achaques. Marta cuenta que cuando era joven vendía diarios en la calle, luego comenzó a tener ataques epilépticos y no pudo continuar.
No tiene hijos, ni familia; el asilo fue el único lugar que pudo abrirle las puertas para tener un hogar caluroso.
https://youtube.com/watch?v=qI0fqi