Cuy partió de Guatemala un día antes del 9 de diciembre, cuando ocurrió el siniestro. Allí quedó la ilusión de una mejor vida para su familia en la aldea Parajbey de Santa Apolonia, al oeste de la capital guatemalteca.
Sin casi saber leer ni escribir, Aurelio, de 25 años, emprendió el viaje sin papeles migratorios tras quedarse sin empleo como albañil por la pandemia. Pero nunca llegó a suelo estadounidense.
Sus restos fueron repatriados de México el jueves 30 de diciembre junto a los de otros 14 guatemaltecos. Cinco cuerpos más habían llegado antes.
El féretro del indígena fue colocado en un pequeño cuarto de la casa de bloques de cemento y láminas de zinc donde vivía, en este paraje anclado entre montañas y plantaciones de maíz al que solo se llega por una carretera de tierra.
En el mismo lugar también instalaron un altar con una una fotografía, flores y velas.
El sepelio se realiza este mismo viernes 31 de diciembre en el cementerio local, después del almuerzo entre familiares, vecinos y conocidos que llegaron a dar el pésame y solidarizarse con alimentos y aguas carbonatadas.
Aurelio se marchó como lo hacen cada año miles de sus compatriotas.
Su objetivo principal era trabajar para construir una casa y darle estudios a sus dos hijos, pues tenía una pequeña niña, Alis, de cuatro años, y su esposa Ana Vilma Ajtzac está nuevamente embarazada.
Muchos guatemaltecos migran por la violencia y en busca de mejores oportunidades económicas en Estados Unidos, ante la pobreza que alcanza a más de la mitad de los aproximadamente 17 millones de habitantes del país, una situación agravada por la pandemia y recientes huracanes.
La pobreza se eleva a un 80% en la población indígena, que constituye el 40% del total de habitantes.
Presentimiento
La familia se enteró por redes sociales del accidente en Chiapas, principal punto de acceso de indocumentados en el sur de México. Y su esposa presintió desde entonces que Aurelio figuraba entre los muertos.
El 9 de diciembre, un tráiler que transportaba migrantes hacinados chocó contra un muro, presuntamente por exceso de velocidad, y dejó 56 muertos y casi un centenar de heridos.
Una semana después, y ante la falta de información oficial, Ana Vilma y un hermano de ella, Antolín, se desplazaron a México para buscarlo.
Allí visitaron el sitio del accidente, donde “había muchas velas y flores y yo dije: ‘En este lugar murió mi esposo'”. Pero su hermano mantenía la esperanza de que estuviera en un hospital.
Fueron a cinco hospitales, a los que no les dejaron ingresar, y entonces acudieron a la morgue, donde Antolín identificó a Aurelio por fotografías.
Luego, en la Fiscalía también les mostraron fotos y en una de ellas se podía observar el anillo de bodas, que tiene grabado el nombre de Ana Vilma. Ese fue el punto de quiebre para ella.
Deuda
“Hicimos préstamos para pagar a la persona que lo iba a llevar allá, pero lastimosamente su sueño se acabó con ese accidente”, se lamentó ella.
La víctima dejó una deuda de Q60 mil (unos US$7 mil 800), dinero que obtuvo con un crédito hipotecario para poder pagar a los “coyotes”, como se conoce a quienes trafican con migrantes.
Esa cantidad es la mitad del total que iba a cobrar el “coyote” para llevarlo a Estados Unidos, pero ahora desapareció y no contesta las llamadas de los familiares.
“Por falta de oportunidad tuvo que agarrar su viaje, (…), iba a luchar por su nena y el que viene en camino”, lamentó Antolín, quien consideraba como un hijo a Aurelio, 20 años menor que él.