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El <em>soplón</em> de la Conjura de Belén

Los ánimos por la lucha de Independencia están caldeados. Muchos “conspiradores” de San Salvador y Nicaragua están en la cárcel. 

Vista aérea del ex convento de Belén, lugar donde se produjera la Conjura de 1813. (Foto: Hemeroteca PL)

Vista aérea del ex convento de Belén, lugar donde se produjera la Conjura de 1813. (Foto: Hemeroteca PL)

La Iglesia empieza a despertar sospechas, y pululan los “orejas” por todo el reino. Los conventos, que eran casi inexpugnables, se convierten en punto de reuniones clandestinas.

El convento de los betlemitas (hoy Instituto Normal para Señoritas Belén) fue escenario de estas reuniones nocturnas, a las cuales asistían religiosos, algunos militares, políticos y seglares. De aquí viene el nombre de Conjuración de Belén, o sea el hecho de conjurar y guardar el secreto.

Dirigió tales reuniones fray Juan de la Concepción, prior del Convento. El movimiento, previsto para el 2 de diciembre de 1813, fracasó, porque el capitán general José de Bustamante y Guerra fue informado por el “soplón” Prudenciano de la Llana.

Para escarmentarlos, los reprimió y abrió causa criminal a varios de ellos, entre quienes se cuenta a Cayetano y Mariano Bedoya (hermanos de doña Dolores, quien intervendría más tarde para pedir su liberación), fray Juan de la Concepción, José de la Llana, Mariano Sánchez y Joaquín Yudice.

Uno de los pocos prófugos fue Francisco Barrundia, quien se lanzó por una de las ventanas del convento, aunque siempre mantuvo un afán independentista, por lo que fue continuamente perseguido. De hecho, posteriormente fue condenado a muerte “con garrote”, mas la sentencia fue suspendida.

Bustamante y Guerra también encarceló a varios curas, entre ellos, fray Víctor Castrillo, monje mercedario que se libró de ir a la horca por su condición de religioso. También a Tomás Ruiz, uno de los primeros sacerdotes indígenas de Guatemala. Fue capturado la noche del 1 de diciembre de 1813, un día antes de que se llevara a cabo el plan revolucionario.

El cura Ruiz y otros conjurados fueron condenados, unos, a la horca, y otros, a prisión, pero por gestiones de personas influyentes tales penas no se aplicaron. Ruiz permaneció cinco años en prisión, donde sufrió períodos de incomunicación y privaciones. Ya libre, en 1819, solicitó permiso para trasladarse a la ciudad real de Chiapas, México, donde falleció, a los 47 años de edad, como consecuencia de los vejámenes y torturas recibidos en la cárcel.

Irónicamente, algunos conjurados de Belén fueron resarcidos al salir de la cárcel. Tal es el caso de Joaquín Yudice, a quien le dieron un cargo en las Verapaces, para borrar el atropello de 1813.

El caso de los Bedoya tuvo otro giro: a Cayetano, primero lo encarcelaron por cinco años, y luego, para recompensarlo, lo enviaron a México como “portavoz” de la declaración de Independencia. Su hermano Mariano no pudo conseguir ningún cargo. Por el contrario, siempre fue considerado “peligroso para el régimen”.

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