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31 horas dentro del control de misión de SpaceX

Un periodista estadounidense pudo entrar en la sala de control de la misión de SpaceX en Hawthorne, California, para ver el lanzamiento y aterrizaje de los cohetes.

Una foto proporcionada por la Nasa muestra la nave espacial Crew Dragon Endurance de SpaceX acercándose a la Estación Espacial Internacional, a 266 millas sobre el Océano Índico al suroeste de Australia, el 6 de octubre de 2022. (Foto Prensa Libre: Nasa / The New York Times)

Una foto proporcionada por la Nasa muestra la nave espacial Crew Dragon Endurance de SpaceX acercándose a la Estación Espacial Internacional, a 266 millas sobre el Océano Índico al suroeste de Australia, el 6 de octubre de 2022. (Foto Prensa Libre: Nasa / The New York Times)

En la gran pantalla que se alzaba sobre nosotros, pudimos ver el cohete Falcon 9 y las nubes que producía. El vehículo estaba del otro lado del país, en un centro de lanzamiento de la Nasa en Florida, y los ingenieros de allí hablaban con los de aquí, en el Control de Misión de SpaceX. “Se terminó de cargar la fase 1 de oxígeno líquido”, dijo un controlador, al cual podían escuchar las personas con audífonos en 24 consolas. Faltaban dos minutos en la cuenta regresiva para el despegue del 5 de octubre y el cohete usaba oxígeno líquido como propulsor. Los operadores de la misión estaban listos para enviar a cuatro astronautas a la Estación Espacial Internacional.

Es habitual que a los periodistas no se les permita entrar en la sala donde SpaceX guía sus cohetes al espacio y de vuelta a la Tierra. En 2022, SpaceX lanzó sus cohetes Falcon 9 en 61 ocasiones y, a veces, varios de esos cohetes el mismo día o en días consecutivos. La cadencia es una de las hazañas ingenieriles que han transformado una industria y convertido a SpaceX en uno de los protagonistas de los vuelos espaciales estadounidenses. Además, la empresa intentaba algo que nunca se había hecho: lanzar tres misiones en menos de 31 horas.

Mientras trabajaba para alcanzar esa meta, SpaceX me permitió estar en el Control de Misión durante un par de días en octubre para observar una secuencia de despegues, aterrizajes, acoplamientos y lanzamientos.

En 2022, cada semana que pasaba, la empresa de cohetes y sus 10 mil empleados alcanzaron nuevas alturas, al presentar un aparente universo paralelo gobernado con precisión mientras el caos sacudía las otras empresas de Elon Musk, su fundador y director ejecutivo.

Tras comprar Twitter, Musk puso todo su empeño en anular las reglas de moderación de contenido de la red social y luego suspendió del sitio temporalmente a algunos periodistas que informaron sobre una cuenta que rastrea la ubicación de su jet privado. El caos en Twitter le ha salpicado a Tesla, un fabricante de autos eléctricos que es una fuente clave de la extraordinaria riqueza de Musk.

Y los empleados de SpaceX no se han librado de la fuerza de gravedad que ejerce Musk. En noviembre, ocho exempleados de SpaceX presentaron cargos por prácticas laborales injustas ante la Junta Nacional de Relaciones Laborales, en los que alegaron que fueron despedidos ilegalmente tras escribir una carta abierta en la que calificaron a Musk de “distracción y vergüenza” y lamentaron su respuesta frente a un artículo en el que se expone a la empresa por haber negociado una demanda de acoso sexual en contra de él.

Sin embargo, dio la impresión de que esos problemas estaban muy lejos del Control de Misión, donde un miembro de la tripulación navegaba entre 12 ventanas abiertas en sus pantallas. Mientras tanto, en una consola de la primera fila, Gwynne Shotwell, presidenta y directora de operaciones de SpaceX, quien se ha vuelto famosa por mantener la estabilidad de la empresa, escaneaba la pantalla superior, señalaba y le susurraba a un empleado que estaba a su lado. Era el momento de que el cohete y sus astronautas volaran en una misión llamada Crew-5.

Ver el lanzamiento de un cohete es una experiencia ensordecedora y visceral. No obstante, en el Control de Misión hay un silencio de biblioteca.

Por radio, el coordinador de distancia de la Crew-5 hizo una cuenta regresiva: “Diez, nueve, ocho…”, pero los trabajadores de SpaceX al otro lado del cristal ahogaron el conteo con los gritos de la víspera de Año Nuevo.

Casi al unísono, la tripulación de operaciones de la misión decidió subir el volumen de sus audífonos para escuchar por encima del barullo.

En la gran pantalla, una columna de fuego separaba el cohete Falcon 9 de la Tierra. Se deslizó hacia arriba mientras lo aclamaban las personas que lo construyeron. Sin embargo, nadie se puso de pie ni celebró dentro del Control de Misión. Tampoco perdieron la concentración mientras la multitud detrás de ellos vitoreaba cada paso de la secuencia planeada del cohete. Dentro de la habitación, estudiaban tablas y comparaban datos del despegue.

Doce minutos después del despegue, la nave espacial Crew Dragon Endurance y sus cuatro astronautas se desprendieron de la segunda etapa del cohete a más de 27 mil kilómetros por hora para alcanzar a la estación espacial.

De regreso a SpaceX, el trabajo apenas había empezado. En las 31 horas siguientes, los astronautas debían llegar a la estación espacial y acoplarse a ella y otros dos cohetes debían poner en órbita un grupo de satélites.

Despegues

Los cohetes reutilizables con rápidas cadencias de lanzamiento ahora son tan normales que es difícil recordar lo absurda que parecía la idea en otra época. En 1999, el fundador de una empresa emergente de las puntocoms llamada Zip2, Elon Musk, consiguió “algunos recursos para hacer cosas interesantes” cuando vendió su negocio por US$300 millones. Dos años después, el mismo ejecutivo, Musk, quien en aquel entonces tenía 31 años, aumentó su fortuna cuando eBay compró PayPal, de la cual era accionista mayoritario.

Musk aspiraba a llevar seres humanos a Marte. Como el costo de los vehículos de lanzamiento estadounidenses era absurdo, fundó Space Exploration Technologies Corp, más conocida como SpaceX. Con el tiempo se dio cuenta que la clave para superar a la competencia era reutilizar los cohetes. En el concepto que SpaceX acabaría por materializar, el cohete llevaría la carga al espacio y luego aterrizaría en la Tierra en posición vertical: en esencia, un despegue en reversa.

En la actualidad, los cohetes Falcon 9 y las cápsulas Dragon son los caballos de batalla de la Nasa, el Departamento de Defensa y los vuelos espaciales privados. Muchos empleados de SpaceX sienten fervor por la visión de Musk: quieren desempeñar un papel en el envío definitivo de humanos a Marte y lograr que la humanidad sea una “especie multiplanetaria”, como dice Musk. Los despegues y aterrizajes de SpaceX, los cuales antes rayaban en la magia, se han vuelto predecibles, por no decir monótonos. No obstante, a los empleados de SpaceX a veces les molesta la idea de que los despegues de la empresa se hayan vuelto una rutina.

Y no se trata solo de Marte. La Nasa ha depositado en SpaceX sus esperanzas de aterrizar astronautas en la Luna, como parte del programa Artemis. Ambas iniciativas dependerán de la Starship, una nave espacial reutilizable de acero inoxidable, y el propulsor Super Heavy.

El programa para construir esa nave espacial está a cargo de Shotwell, una ingeniera que se incorporó a SpaceX en 2002, el año de su fundación, y fue ascendida a presidenta de la empresa en 2008, con lo cual se volvió la responsable de su ejecución al dirigir las operaciones diarias y las sociedades estratégicas. A menudo, a Shotwell se le atribuye haber ayudado a impulsar muchos de los logros más significativos de la firma. Defendió a Musk ante los empleados de la empresa después de que surgió la denuncia por acoso sexual y comparte la visión multiplanetaria de él.

“La ventaja que tiene SpaceX —incluso sobre Tesla— es Gwynne Shotwell”, opinó Casey Dreier, asesor principal de política espacial de The Planetary Society, una organización que defiende la exploración espacial. “Ella desempeña el papel clave como la mano firme y muy competente de SpaceX con la que la empresa sigue obteniendo contratos, produciendo como se exige y además canalizando la energía de Musk”.

A pesar de todos los logros de SpaceX, la contabilidad de la empresa privada es turbia para el público, comentó Pierre Lionnet, director general y de investigación de Eurospace, una organización sin fines de lucro dedicada a estudiar la industria espacial.

“En realidad, nadie sabe nada sobre las finanzas de SpaceX”, dijo Lionnet. “No hay ningún balance ni informe financiero disponible. Es una empresa muy grande de 10 mil personas —uno de los principales contratistas de la Nasa y el Departamento de Defensa— y no hay ninguna información disponible sobre su salud financiera”.

En 2020, el banco de inversiones Morgan Stanley tasó el valor de SpaceX en US$100 mil millones y solo Starship, el cohete de la empresa, es un negocio de US$11 mil millones. Según Morgan Stanley, los vuelos regulares de Starship volverían rentable a Starlink, el servicio de internet de alta velocidad desde el espacio de SpaceX.

Siete horas después del despegue de la Crew-5, otro Falcon 9 se encontraba en la plataforma de despegue de la Base Vandenberg de la Fuerza Espacial, a tres horas al noroeste de Los Ángeles y mucho más cerca de las oficinas de SpaceX. La instalación principal de Control de Misión seguía monitoreando el viaje de los astronautas, así que un segundo equipo trabajaba al lado en un centro de Control de Misión mucho más pequeño.

El cliente del segundo lanzamiento del 5 de octubre era la propia SpaceX: el vuelo pondría en órbita 52 satélites de internet Starlink de la empresa. SpaceX tiene actualmente tres mil 200 de estos satélites en el espacio y busca lanzar unos 39 mil más en los próximos años.

El cohete despegó y su propulsor aterrizó en un barco en el Pacífico. Una hora más tarde, una emisión de video desde el espacio mostró el despliegue de los satélites Starlink desde la etapa superior del cohete. Con la Tierra de fondo, se desplazaron hacia el exterior de una manera más parecida a “2001: Odisea del espacio” que a “La guerra de las galaxias”.

Vuelos tripulados

La tarde del 6 de octubre, el equipo del Control de Misión principal supervisaba la misión Crew-5 que había despegado 29 horas antes. Los astronautas de la cápsula Crew Dragon habían llegado a la Estación Espacial Internacional y se preparaban para acoplarse.

Los vuelos espaciales tripulados son por mucho la actividad más cara y desafiante de SpaceX.

“Cuando envías personas al espacio, no puedes equivocarte”, comentó William Gerstenmaier, vicepresidente de construcción y confiabilidad de vuelo en SpaceX. Antes de incorporarse a la empresa en 2020, trabajó en la Nasa durante cuatro décadas. “He vivido dos tragedias en mi carrera pasada, tanto con el Challenger como con el Columbia. En lo personal, son devastadoras y no quiero volver a vivir algo así”.

Cuando los astronautas de la misión Crew-5 llegaron a la estación espacial, su cápsula Dragon utilizó unos telémetros láser llamados Dragon Eyes para guiar la nave durante el acoplamiento.

La llegada del 6 de octubre transcurrió sin mayores complicaciones. El proceso fue tan lento y los operadores tan silenciosos que, salvo un informe de “Acoplamiento completado”, fue casi imposible saber qué acababa de ocurrir o, de hecho, cuándo se completó el proceso.

El Control de Misión de Hawthorne había realizado dos lanzamientos y un acoplamiento en poco más de un día, pero todavía faltaba un lanzamiento.

Casi 31 horas después del lanzamiento de la Crew 5, 24 horas después del despegue de Starlink y una hora después del acoplamiento a la estación espacial, el equipo de Control de Misión estaba listo para otro despegue. SpaceX estaba a punto de batir un récord de los vuelos espaciales comerciales.

Sin embargo, unos segundos antes del despegue, dos operadores de la misión, quienes por lo demás habían estado en silencio, empezaron a murmurar un poco más fuerte que el resto, teclearon e hicieron clics y uno apuntó a la pantalla.

“Comienzo de lanzamiento abortado”.

“Abortar”.

En la pantalla, un botón llamado “GSW” parpadeaba en rojo. El botón “PROP 1” parpadeaba en amarillo.

“Presión de la criobotella”, dijo un operador.

“Una fuga… supongo”.

El cohete tomó la decisión. No estaba listo.

Diez minutos después, Musk ofreció un informe en Twitter. “Pequeña fuga de helio (apenas provocó el aborto), pero no tomamos riesgos con los satélites de clientes”.

Cuarenta y ocho horas más tarde, el cohete despegó, desplegó los satélites y aterrizó con éxito. Casi una rutina, pero no del todo.