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Alemania impulsa cambios en su consumo de gas

El mayor consumidor europeo de gas ruso busca reducir su consumo ante la preocupación del corte de exportaciones por parte de Vladímir Putin.

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Una presa en Augsburgo, Alemania, que está conectada al sistema de gestión del agua de la ciudad, de 800 años de antigüedad y declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, el miércoles 27 de agosto de 2022. (Foto Prensa Libre: Laetitia Vancon/The New York Times)

Una presa en Augsburgo, Alemania, que está conectada al sistema de gestión del agua de la ciudad, de 800 años de antigüedad y declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, el miércoles 27 de agosto de 2022. (Foto Prensa Libre: Laetitia Vancon/The New York Times)

Wolfgang Hübschle entró en el gobierno municipal con la esperanza de una vida sencilla, planificando cosas como fiestas tradicionales repletas de lederhosen, los pantalones de cuero típicos de Baviera.

En lugar de eso, ahora tiene la impopular tarea de calcular qué semáforos hay que apagar, cómo bajar la temperatura de las oficinas y las piscinas, y quizás, si fuera necesario, cerrar las amadas cervecerías bávaras, que consumen mucha energía.

Funcionarios municipales como Hübschle, asesor económico de la ciudad provincial bávara de Augsburgo, se encuentran en la primera línea de una lucha geopolítica con Rusia desde que los líderes de la Unión Europea acordaron la semana pasada tratar de reducir el consumo de gas natural en un 15 por ciento, ante el temor de que el presidente Vladimir Putin pueda cortar las exportaciones en represalia por el apoyo de Europa a Ucrania.

En ningún lugar ese temor es más profundo que en Alemania, el mayor consumidor europeo de gas ruso. Con más de la mitad de su suministro de gas procedente de Moscú antes de la invasión de Ucrania, el gas ruso barato era un pilar de la poderosa industria alemana. Las autoridades habían planeado incluso duplicar el suministro con un segundo gasoducto desde Rusia, hasta que la guerra obligó a suspender el proyecto.

Augsburgo se encuentra ahora entre los lugares que encabezan un esfuerzo de conservación que crece estado por estado: mientras que algunas ciudades alemanas ofrecen incentivos financieros para reducir el consumo de gas, otras atenúan las luces de las calles. Pero estos esfuerzos se extienden también más allá de Alemania.

Las ciudades en toda Europa están encontrando diferentes maneras de ayudar a los ciudadanos a reducir el consumo de energía. Barcelona ofrece evaluaciones de la eficiencia energética de las viviendas, mientras que Varsovia subvenciona a los hogares que sustituyen las estufas de combustión fósil por bombas de calor. En la región de Meurthe-et-Moselle, en el este de Francia, una decena de pueblos apagan el alumbrado público a medianoche.

Todo ello en un esfuerzo por superar a Putin, a quien Hübschle, curiosamente para ser un funcionario local, intenta leerle la mente.

Incluso si Europa se limita a “arreglárselas” con la actual reducción de las entregas de gas, Hübschle cree que esto puede disuadir a Rusia de intentar cortar el suministro este invierno.

“Si Putin tiene la impresión de que puede dañar realmente la economía de los mayores países europeos, no dudará en cortar el suministro de gas”, dijo. “Si no hace demasiado daño, elegirá tomar el dinero antes que infligir dolor”.

Aunque no son vinculantes, por ahora los objetivos de consumo de la Unión Europea han enviado una clara señal no solo de que el bloque está decidido a enfrentarse a Putin, sino también de la preocupación real de que las economías europeas están en peligro, especialmente si Alemania, la potencia económica del continente, recibe un golpe.

Gazprom, controlada por el Kremlin, subrayó dicha amenaza la semana pasada cuando redujo los flujos a través de Nord Stream 1 hacia Alemania a solo el 20 por ciento, alegando, de forma poco convincente para muchos, problemas con sus turbinas de fabricación alemana.

Aproximadamente la mitad de los hogares alemanes se calientan con gas, mientras que un tercio del gas del país es utilizado por la industria. Si el próximo invierno es especialmente frío, un corte sería brutal.

Pero el clima futuro es difícil de predecir, al igual que las intenciones definitivas de Moscú. Los economistas también se esfuerzan por evaluar si un corte podría dejar a Alemania ante una recesión del tres por ciento, o del 20 por ciento.

“Si nuestros economistas más inteligentes no tienen ni idea, y lo admiten, ¿cómo podría yo?”, dijo Hübschle.

Lo que sí sabe es que, con los precios de la energía por las nubes, Augsburgo ya se enfrentaba a un aumento del 80 por ciento en gasto, unos 11 millones de euros. Las autoridades se esfuerzan por no trasladar esos costos a los habitantes.

La alcaldesa de Augsburgo, Eva Weber, incluso ordenó el cierre de muchas fuentes de la ciudad y limitó el horario de funcionamiento de tres fuentes conectadas al sistema de gestión del agua de la ciudad, de 800 años de antigüedad y declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Las iniciativas de la ciudad se han producido tras meses de insistencia por parte del ministro de Economía alemán, Robert Habeck, quien ha tomado medidas dolorosas para un político verde, como la reapertura de centrales eléctricas de carbón para sustituir a las que funcionan con gas y la rápida ampliación de la infraestructura para el gas natural licuado, junto con la obtención de contratos de suministro desde Qatar y Estados Unidos.

Alemania no es el único país europeo que se enfrenta a decisiones impopulares. Bélgica ha dado marcha atrás en su abandono gradual de la energía nuclear, al prolongar una década la vida de dos reactores. En los Países Bajos y en Austria, las autoridades están virando hacia las centrales térmicas de carbón que se habían cerrado o cuya eliminación estaba prevista, una medida que podría socavar el plan europeo de emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2050.

Aun así, a los funcionarios les preocupa que estos cambios no sean suficientes. De ahí que apelen a sus ciudadanos. En una reciente publicación en las redes sociales, Habeck exhortó a la gente a cambiar sus hábitos cotidianos como parte del esfuerzo para alcanzar el objetivo del país de ahorrar un 20 por ciento.

“Si piensas que, bueno, cambiar la ducha, descongelar el congelador o bajar la calefacción, nada de eso marca una diferencia, te estás engañando”, dijo Habeck. “Es una excusa para no hacer nada”.

Algunos funcionarios han expresado su preocupación de que el gobierno esté alimentando el pánico. Y algunos tienen la esperanza de que los incentivos fomenten un uso cuidadoso de la energía.

El canciller Olaf Scholz ha prometido aumentar los subsidios a la vivienda y proteger a los inquilinos de los desahucios por impago de las facturas de calefacción. Esta semana, Múnich ha anunciado una “bonificación energética” de 100 euros para los hogares que reduzcan su consumo anual en un 20 por ciento, y su empresa de servicios públicos ha lanzado un concurso de ahorro de energía para los clientes este otoño.

Los alemanes parecen estar respondiendo. La Asociación Federal de Energía y Agua afirmó que el país utiliza casi un 15 por ciento menos de gas en comparación con el mismo periodo del año pasado, tendencia que atribuyó en parte al precio récord de la energía. Los costos aumentarán aún más a principios de octubre, cuando el gobierno introduzca un recargo sobre el gas.

En respuesta, los calefactores y los hornos de leña se están agotando en muchas ciudades, y hay una larga espera para las unidades de minipaneles solares que alimentan algunos aparatos domésticos.

Claudia Kemfert, economista especializada en energía del Instituto Alemán de Investigación Económica, afirma que ese ahorro es fundamental, pero le preocupa que el país haya desperdiciado varios meses con llamamientos a los ciudadanos en lugar de tomar medidas más contundentes con las empresas.

Las compañías han demostrado que pueden reducir su consumo de gas cuando no tienen opción. El fabricante de automóviles Mercedes-Benz dijo el miércoles que había recortado el 10 por ciento de su consumo de gas, y que podría reducir hasta el 50 por ciento sin dejar de operar.

“Hay muchas cosas que podemos conseguir mediante enfoques basados en el mercado, deberíamos agotar todas las opciones que tenemos en ese frente para poder evitar una situación de emergencia”, dijo Kemfert.

Los funcionarios municipales afirman que no tendrán forma de entender cuánto pueden ayudar sus esfuerzos hasta que no obtengan más datos.

En Múnich, capital del estado sureño de Baviera y epicentro de la industria alemana, la vicealcaldesa, Katrin Habenschaden, se muestra escéptica.

“Sinceramente, no creo que esto se pueda compensar, por mucho que lo aprecie, con nuestros esfuerzos actuales por ahorrar energía”, dijo. “Más bien, creo que simplemente necesitamos otras opciones u otras soluciones”.

Como una de las responsables de la gestión de asuntos económicos, ha estado ayudando a la ciudad con una especie de triaje económico: evaluar qué tipo de racionamiento podrían afrontar las distintas empresas. Las empresas, grandes y pequeñas, están cortejando a la ciudad para argumentar por qué deberían salvarse.

Baviera es especialmente preocupante porque alberga empresas que son motores de la industria alemana, como BMW y Siemens. La reticencia del gobierno regional conservador a desafiar su fuerte dependencia del gas y a impulsar las energías renovables también la ha hecho especialmente vulnerable, argumentó Habenschaden, de los Verdes.

En Augsburgo y Múnich, los funcionarios locales han pedido a todos los empleados de la ciudad que envíen sus sugerencias. Un funcionario de Augsburgo señaló que los dos centros de datos de la ciudad representan un importante drenaje de energía. Ahora se están planteando si pueden depender de uno solo.

De forma más discreta, muchos dirigentes locales se plantean cuáles de las tradiciones alemanas que consumen mucha energía tendrían que ser eliminadas en caso de racionamiento: ¿la fabricación de cerveza? ¿los mercados navideños?

Hübschle cree que Baviera debería cerrar sus famosas cervecerías antes de dejar que su industria química se enfrente a la escasez de gas.

Mientras tanto, Rosi Steinberger, miembro del parlamento regional de Baviera, trabaja ahora en una oficina oscura para reducir su consumo, y está debatiendo si debe provocar la inevitable ira de Múnich al sugerir que cancele su mundialmente famosa Oktoberfest. Está previsto que la feria popular regrese este otoño tras una pausa pandémica de dos años.

“Todavía no he preguntado”, dijo, con una risa nerviosa. “Pero también creo que cuando la gente dice que no debería haber tabúes en lo que consideramos… bueno, eso es lo que hay que pensar”.