Por Nik Pollinger
BBC NEWS MUNDO
El niño que fue dejado atrás por su madre en la Viena nazi
Es mediados de marzo de 1939 y el joven Kurt, de 14 años, se despide con lágrimas de su madre divorciada Hedwig en un andén de la estación de tren en la Viena nazi.
El destino del inminente viaje es Reino Unido y el motivo es escapar de la creciente persecución de la ciudadanía judía de Austria.
Desde diciembre de 1938, varios trenes han estado transportando niños judíos desde Alemania y regiones en Europa anexadas por el régimen nazi a la seguridad en Reino Unido, gracias al Kindertransport, un operativo de beneficencia aprobado por el gobierno británico.
Muchos niños ya han huido de Austria, dejando atrás a sus abnegados padres que enfrentarán una suerte incierta -en muchos casos, una muerte inhumana-.
Hedwig y Kurt, su único hijo, se dicen adiós con la mano por última vez a medida que el tren se aleja de la estación.
Recobrando la compostura, Kurt se da la vuelta y regresa a pie hacia una ciudad hostil. Él no será parte del Kindertransport este día.
Es Hedwig la que, en cambio, va a bordo del tren que la lleva a la salvación.
Este es el punto de partida de una historia dramática contada a través de las cartas de Kurt a Hedwig, después de que ella arribó a Market Harborough, un pueblo rural en el centro de Inglaterra.
Ahí, estaría trabajando como cocinera en un hogar, después de recibir una de las visas de servicio doméstico que se emitieron a 20 mil judías austríacas y alemanas que escapaban de los nazis.
Las 40 cartas, descubiertas en un altillo en Reino Unido a comienzos de 2018, han sido convertidas en una exposición online por el archivo de la Biblioteca Vienesa del Holocausto en Londres, por su importancia para el entendimiento de la experiencia de los refugiados de la preguerra.
La correspondencia revela que no hubo perspectiva de reencuentro entre Kurt y Hedwig cuando ella partió. Relata la soledad de Kurt, su creciente indigencia y el hostigamiento que enfrentó por su ascendencia judía.
También revela el tiempo que padeció esas circunstancias y lo milagroso de su escape final.
Todos estos descubrimientos llegaron de manera inesperada a mí. Yo soy el hijo de Kurt.
“Anschluss”
Otto Kurt Pöllinger nació en Viena, en 1924, y vivió en el centro de lo que se conocía como el barrio judío de la ciudad, Leopoldstadt.
Sus memorias más preciadas eran las frecuentes visitas que hacía a la pequeña aldea natal de su madre, Gmünd, donde los hermanos de esta eran respetados comerciantes de tercera generación.
Fue allí, en lo profundo de la región forestal austríaca de Waldviertel, que se enamoró de estar al aire libre y de actividades como la natación y la cosecha de champiñones.
La vida de Kurt se estremeció cuando su padre católico, Stefan, y su madre judía se separaron en 1936. Se divorciaron legalmente en 1938. Stefan, del que luego descubrí que fue una persona reprochable, se fue de la casa.
Pero los momentos más desafiantes de la niñez de Kurt estaban por venir.
En marzo de 1938, la Alemania nazi anexó a una Austria poco reticente, un evento conocido como el Anschluss. Este hecho marcó la primera gran expansión territorial de Alemania en el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial.
La vida cambió inmediatamente para la población judía de Austria, que era proporcionalmente más numerosa que en Alemania. La mayoría de los judíos austríacos vivían en Viena, un próspero eje de vida judía en Europa Central.
Fueron sometidos a cientos de regulaciones y decretos que ya afectaban a los judíos en Alemania y que continuaron creciendo. La legislación limitaba radicalmente dónde podían trabajar o estudiar, de qué podían ser dueños, con quién se podían casar y hasta dónde podían ir o adónde ir.
La meta era privar al pueblo judío de sus derechos, hasta el punto en que no calificaran como ciudadanos.
Kurt fue testigo personal de semejante persecución.
Detenciones arbitrarias
La tienda de la familia en Gmünd fue rápidamente expropiada y sus tíos fueron forzados a radicarse en Viena. Él me describió después cómo vio a judíos siendo humillados y forzados a realizar tareas como fregar las calles.
Muchas sinagogas y tiendas judías fueron destruidas en su vecindario durante la Kristallnacht (la Noche de los Cristales Rotos), en noviembre de 1938.
La vitrina de una tienda judía en Berlín, después de la Noche de los Vidrios Rotos. (Foto Prensa Libre:GETTY IMAGES)
Este período de violencia, orquestado por las autoridades nazis, también marcó un aumento en las detenciones arbitrarias de judíos.
Más de seis mil fueron encarcelados en Viena, algunos probablemente en la antigua escuela de Kurt, que fue convertida en una prisión de la Gestapo, la temida policía secreta. Muchos reclusos fueron enviados a los campos de concentración.
Unos 60 mil judíos de Austria serían deportados y asesinados para finales de la Segunda Guerra Mundial. Los restantes judíos, aunque traumatizados, corrieron con mejor suerte. Unos 120 mil lograron escapar del país antes del inicio de la guerra en septiembre de 1939.
Hedwig sería la primera de su familia inmediata en poder salir. Pero ahí es cuando el relato termina porque ni Hedwig ni Kurt hablaron mucho de sus experiencias de aquel período.
Dentro de una vieja caja de chocolates
Después de sus muertes en 1967 y 1990, respectivamente, tuve que resignarme al hecho de que las circunstancias de sus huidas a Reino Unido permanecerían siendo un misterio.
Sin embargo, resulta que Hedwig había guardado un registro detallado de este horrible período en forma de cartas que, hasta este año, solo ella y Kurt sabían que existían.
Una noche, en enero de 2018, me encontraba en la nueva casa de mi madre, inspeccionando cajas de mudanza en busca del viejo álbum de fotos de Hedwig y unos documentos. Lo hacía para asistir a un historiador austríaco, el doctor Friedrich Polleross, que necesitaba una foto para ilustrar su nuevo libro sobre las familias judías que desaparecieron del Waldviertel.
Cuando al fin y al cabo encontré el álbum, todas las fotos de las que guardaba un buen recuerdo estaban allí: Hedwig de bebé, posando en su mejor vestido con amistades jóvenes en Gmünd, al lado de su esposo con un bebé en el regazo, y finalmente las fotos de ella sola con Kurti, como se le conocía cariñosamente.
Pero, debajo de donde estaba el álbum, la tapa de una maltratada caja de chocolates de los años 40, que nunca había visto antes, llamó mi atención.
Levanté la tapa con cuidado y encontré 200 cartas amarillentas escritas en una letra extraña e indescifrable, empacadas desordenadamente. Vi que la mayoría de las cartas estaban dirigidas a Hedwig, escritas entre 1920 y 1940, y pude detectar que muchas estaban firmadas por Kurti y fechadas entre marzo y julio de 1939.
Cautivado por la noción de que deberían contener detalles importantes de uno de los períodos más ocultos de la biografía de mi padre, me quedé hasta altas horas de la noche intentando y fallando en descifrarlas. Estaba impaciente por conocer sus secretos así que esa misma semana busqué a alguien que las pudiera transcribir.
Una historia contada por correspondencia
A medida que el transcriptor me pasaba cartas en pequeñas tandas a lo largo de unas frustrantes semanas, empezó a surgir una emotiva, estresante y preocupante historia.
Me sorprendió que Kurt no le reclamara a Hedwig por su partida, en su primera carta del 18 de marzo de 1939. En su lugar, trata de consolarla. “No te pongas triste, sin duda te seguiré en los próximos cuatro meses”, escribe, a pesar de los desafíos que enfrentaba.
Pronto quedó en evidencia que durante unas semanas o meses antes de que Hedwig se fuera, Kurt estaba inscrito en un colegio de semiinternados en Viena. Estaba allí solo porque sus abuelos paternos no eran judíos, lo que lo clasificaba como un “Mischling” o “raza mixta” según la discriminatoria ley de raza nazi.
Sus contemporáneos, con dos o tres abuelos judíos, eran considerados completamente judíos, así se identificaran como tales o no, y habían quedado expulsados del sistema educacional corriente.
Kurt describe cómo pasa los fines de semana con la hermana de Hedwig, Otti, que también vivía en Viena. Era reticente a pasar tiempo con su hostil padre, quien claramente resentía el apego de Kurt a su madre y se quejaba de los acuerdos de custodia que él pensaba que la favorecían.
Kurt describe el mal genio y cómo su padre se expresaba sobre Hedwig el 28 de marzo: “Te maldijo en la forma más despreciable y repugnante”, escribe.
Mensajes anónimos antisemitas
A medida que las cartas transcritas llegaban en orden, empecé a apreciar que Hedwig tuvo que evaluar ciertos factores cuando optó por irse y que su decisión no fue tan desalmada como aparentó ser al principio.
Había algunas salvaguardas establecidas para Kurt. Asistía a la escuela la mayor parte de la semana y los familiares de su madre todavía estaban en la escena.
A pesar de esto, expresó tristeza desde el comienzo y frecuentemente: “Nadie me cuida… me siento tan solo”, escribe el 22 de marzo. Pero, más tarde, las cartas revelan que el adolescente pudo desasociarse un tiempo de sus dificultades.
Bajo presión de su inquisidora madre que le exigía detalles de su vida diaria, escribe el 16 de abril: “Salí a caminar con Eva (no es mi tipo, muy fea)”.
Pero las salvaguardas no duraron, con difíciles consecuencias, como reveló la siguiente tanda de cartas.
Kurt odiaba su colegio y no solo por la “porquería” que decía que les servían a las comidas. Tenía que ocultar sus orígenes y la ubicación de su madre a sus compañeros y maestros que eran miembros del Partido Nazi.
Le recordaba constantemente a Hedwig que no le escribiera al colegio, pero sus precauciones fueron en vano. El 20 de mayo le informa que: “Los niños me hostigan mucho; parece que se enteraron de algún lado que soy un Mischling”.
Durante un tiempo, la tía Otti y otros dos tíos desplazados de Kurt le complementaban su deficiente nutrición, cada vez que podían hacerse de comida: “Los judíos no pueden comprar fruta o carne aquí”, escribe el 7 de mayo.
Otti le ofreció a Kurt refugio de sus problemas durante la semana, y sujeto al éxito de sus propios intentos de escapar, le ofreció una solución al inminente problema de la clausura del colegio durante el verano, que lo dejaría sin alojamiento.
Hasta que notas antisemitas y anónimas empezaron a llegar a la casa de Otti. Kurt le cuenta a su madre que una de las cartas incluía un retrato de Julius Streicher, miembro del Partido Nazi y editor del periódico antisemita Der Stümer.
La ayuda tuvo que limitarse porque, como pude enterarme de la manera más espantosa en una nota que Otti añadió a la carta de Kurt, el principal sospechoso de las notas era mi propio abuelo.
Tuve que revisar las cartas anteriores para poder formarme una idea de esto.
“Haría cualquier cosa para irme de Viena donde estoy completamente solo y abandonado y nadie me cuida. Sabes, eso es lo peor para mí. Mantenme cerca de tu corazón y piensa mucho en mí. Pero te digo esto, si todavía estoy fuera (de Inglaterra) en septiembre, entonces me iré solo (a pie) porque no lo aguanto más”.
“Crianza aria”
Por esa época, Kurt informa que su padre le exigió que rompiera el contacto con su madre o enfrentaría las consecuencias -una exigencia hecha cuando (o tal vez debido a que) madre e hijo estaban muy vulnerables. Cuando Kurt se negó, su padre se puso tan furioso que le dijo a Kurt que nunca volviera a comunicarse con él.
En una misiva, Kurt cuenta que su padre le había dicho que su oferta de una “crianza aria” era superior a la que le ofrecía su madre. Eso, a pesar de que Hedwig tenía una perspectiva secular y que Kurt había sido bautizado católico, dos factores inadmisibles por los nazis.
Al parecer, mi abuelo estaba llevando su ira a niveles más extremos y dando rienda suelta a su antisemitismo.
Tal como fueron intencionadas, las cartas anónimas agravaron los aprietos de Kurt porque Otti se vio forzada a no permitirle quedarse más en su casa. Temía que fuera denunciada a las autoridades por el padre de Kurt por violación de una de las muchas restricciones contra los judíos.
Kurt le dice a Hedwig que no puede acercarse a pedir ayuda a sus tíos por cuestiones de seguridad, presumiblemente porque, al contrario de Otti, tenían cónyuges judías.
Sin tener a dónde ir, con las reservas financieras reduciéndose y sus ropas desintegrándose, Kurt escribe el 24 de mayo que buscaría un banco en un parque para dormir.
- A casi 1.500 km de distancia, Hedwig debió haber estado fuera de sí.
- Educar con el Holocausto: cómo Alemania utiliza las escuelas para combatir las mentiras sobre el nazismo, la persecución y muerte de judíos
La meta
¿Por qué, entonces, pareció instar constantemente a Kurt a que intentara ver a su padre cuando había evidencia de su intimidación y rechazo?
La respuesta estaba en la meta que madre e hijo luchaban por alcanzar -una meta que constituía el tema común más repetido en las cartas y que se volvió con el tiempo cada vez más urgente: el escape de Kurt.
Si hubo un plan, era intentar toda y cualquier cosa para sacar a Kurt. Desde el comienzo de su exilio, Hedwig había estado tratando de conseguirle una visa de trabajo con el patrocinio requerido, o un lugar en el Kindertransport como su dependiente.
Muy probablemente estaba mejor posicionada para hacerlo desde Reino Unido. Pero debió ser sumamente difícil con su trabajo de tiempo completo, viviendo en el aislamiento rural y sin hablar una palabra de inglés.
Para el 30 de abril de 1939, la empleadora de Hedwig, la señora Seaton, acordó ayudarla escribiendo al comité del Kindertransport, patrocinando a Kurt y poniéndose a buscarle un puesto de trabajo. Sin embargo, pasaron dos meses y muchas cartas ansiosas de por medio antes de pudiera encontrar un posible puesto en una granja.
Kurt necesitaba desesperadamente conseguir un pasaporte. Sin este, cualquier progreso que su madre hiciera resultaría en vano.
El problema era que necesitaría el permiso de su padre para viajar. Hedwig exhortó a Kurt a que se mantuviera en contacto con él para allanar el camino para esa solicitud pero, como llegué a enterarme, la relación iba de mal en peor.
Estuve en suspenso mientras esperaba la última entrega de cartas del transcriptor.
Al fin un pasaporte y patrocinio
A pesar de su crudo rechazo de hablar, finalmente cedió y prometió firmar los documentos requeridos ante el tribunal de custodia, después de que Kurt lo asedió en el trabajo.
Kurt se presentó solo el 9 de junio lleno de esperanza para encontrar que su padre le había mentido. “Este desgraciado no ha firmado, por supuesto… no le importo a mi padre”, escribió ese mismo día.
La intervención del esposo no judío de la tia Otti fue decisiva, pero solo después de que tildaran de “vergonzoso” que un ario como él representara a la judía Hedwig.
El padre de Kurt accedió a firmar un documento que lo eximía de toda responsabilidad paternal o pagos de colegio, lo que significó que Stefan podría autorizar el pasaporte de Kurt.
“Me ha quitado una gran carga de encima”, escribe el 25 de junio, anticipando con felicidad el reencuentro: “Creo que podrás reconocerme: he crecido un poco y me veo más hombre aunque todavía no me parezco a Clark Gable”.
La carga recaía ahora sobre Hedwig.
La plaza en la granja no se había materializado todavía y Kurt presionó a su madre para que le dieran una respuesta. Llegó el 28 de junio. La Sociedad cuáquera de Amigos, una organizadora clave de los Kindertransport, le anunció a Kurt que estaría viajando el 11 de julio, pero solo si podía tener todos sus documentos.
De lo contrario, el siguiente cupo disponible sería a mediados de agosto, apenas dos semanas antes del inicio de la guerra que se veía venir: “Estoy encantado”, le escribió a su madre cuando recibió la noticia.
Kurt se apresuró para cumplir con todo y, el 10 de julio, un día antes de su programada salida en el Kindertransport, obtuvo su pasaporte. Habiendo padecido la separación de su madre, se encontraba en la inusual situación de un reencuentro, en contraste a sus compañeros de viaje.
La mayoría de los niños en el tren, al igual que los casi 10 mil que habían hecho el mismo viaje hacia la salvación en el Kindertransport antes de estallar la guerra, habían dado, sin saberlo, sus últimos adioses antes de abordar.
La decisión correcta
Con el beneficio de la retrospectiva, el que Hedwig hubiera partido antes fue la mejor decisión. Si se hubiera quedado, Kurt tal vez no hubiera encontrado un cupo en el Kindertransport, y aunque como un Mischling le hubieran perdonado la vida en Austria, no estaría exento de discriminación.
Dondequiera que estuviera, Kurt hubiera estado más aislado en el mundo porque Hedwig hubiera enfrentado la misma suerte de dos de sus hermanas que murieron en los campamentos nazis.
Si al inicio de mi lectura de las cartas esperaba saber por qué Hedwig y Kurt encontraban difícil hablar de este período de sus vidas, cuando terminé las cien páginas, inesperadamente descubrí por qué Kurt también evitó hablar sobre su padre.
Hedwig no tuvo otra opción que tomar una decisión que al principio pareció cruel, pero su devoción a Kurt brilló a través de sus cartas. No obstante, lo opuesto se puede decir de mi abuelo. Me afectó descubrir que él fue el responsable de mucho del trauma y casi evitó el reencuentro.
Para colmo de males, sintió empatía con la ideología de odio que es la responsable final de los aprietos de Hedwig y Kurt en 1939.
Pero el impacto más perdurable de las cartas es cómo el inquebrantable lazo entre madre e hijo los ayudó a prevalecer en tiempos oscuros para que pudieran estar juntos otra vez.