Y, para muchos, su reelección para un tercer período consecutivo este domingo -con 72.1% de los votos, según las últimas cifras del Consejo Supremo Electoral- no hace sino acentuar esta vinculación.
BBC NEWS MUNDO
La reelección de Daniel Ortega, el sandinista que ayudó a derrocar a los Somoza y ahora gobernará Nicaragua por más tiempo que cualquiera de ellos
Para bien y para mal, la figura del presidente nicaragüense Daniel Ortega está indisolublemente ligada a la de Anastasio Somoza, a quien él mismo ayudó a expulsar del poder el 19 de julio de 1979.
Por un lado, porque Ortega, quien regresó al poder en el 2007, indudablemente debe parte de su popularidad y longevidad en el poder al recuerdo de la Revolución Popular Sandinista, la que le tocó personificar y liderar de 1979 a 1990.
Pero también porque en Nicaragua son muchos los que piensan que el viejo comandante sandinista cada vez se parece más al tirano al que ayudó a derrocar, lo que según la oposición explicaría una abstención que ellos calculan en más del 70%.
(Aunque con el 66.3% de las actas escrutadas el CSE habla de un 67.5% de participación).
A muchos, una comparación entre Ortega y Somoza les puede parecer exagerada, especialmente después de lo que oficialmente es una victoria abrumadora en las urnas.
Sin embargo, para el periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro -quien como director del diario oficial del FSLN trabajó muy de cerca con Ortega durante su primer período al frente de las riendas de Nicaragua, de 1979 a 1990- es una comparación obligatoria, especialmente a la luz de esta nueva reelección.
“Es obligatoria porque Somoza es un referente de dictadura y de dinastía en Nicaragua. Y el régimen de Ortega es una dictadura; no es militar, ni genocida, pero es una dictadura”, afirma el también hijo de la expresidenta Violeta Barrios, quien sorprendió al mundo derrotando a Ortega en unas elecciones celebradas en 1990.
“Pero además, Ortega ahora también está creando una dinastía”, le dice a BBC Mundo, en referencia a la decisión del caudillo sandinista de incluir a su esposa, Rosario Murillo, en la fórmula presidencial.
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24 años, 1 mes y 21 días
Obviamente, no todos en Nicaragua comparten la opinión de Chamorro.
Pero una cosa es innegable: al final de su nuevo mandato -el 10 de enero del 2022- Daniel Ortega Saavedra sumará 15 años consecutivos como presidente de Nicaragua, algo que no logró ningún Somoza.
Y si también se considera su período como coordinador de la Junta de Gobierno de la Revolución Sandinista -cargo que ejerció del 4 de marzo de 1981 al 10 de enero de 1985- así como su primera presidencia -del 10 de enero de 1985 al 25 de abril de 1990- la cifra es todavía más impresionante: 24 años, 1 mes y 21 días al frente de los destinos del segundo país más pobre del hemisferio occidental.
En contraste, Anastasio Somoza García -el fundador de la dinastía- ejerció el cargo de presidente durante 16 años, 8 meses y 8 días, en dos períodos diferentes (de 1937 a 1947 y de 1950 a 1956).
Su hijo mayor, Luis Somoza Debayle, lo hizo durante 6 años, 4 meses y 8 días (de 1956 a 1963).
Y el hermano de éste, Anastasio, fue presidente durante 9 años, 7 meses y 16 días, también repartidos en dos momentos: de 1967 a 1972 y de 1974 hasta su derrocamiento en julio de 1979.
Pero, ¿qué puede justificar para una comparación entre Ortega y los Somoza más allá de sus largos períodos en el poder?
Sin muertos en las calles
Para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, quien se desempeñó como vicepresidente de Ortega de 1985 a 1990, la comparación es problemática porque a lo largo de su larga historia la familia Somoza utilizó diferentes estrategias para mantenerse en control.
“El viejo Somoza jugaba a aliarse con todas las fuerzas posibles”, dice del fundador de la dinastía.
“Y también estuvo Luis Somoza, quien sucedió a su padre pero mandó a reformar la constitución para prohibir la reelección”, destaca el escritor.
“Pero cuándo se piensa en Somoza, se piensa precisamente en el último de los Somoza”, le dice a BBC Mundo.
“El que lanzaba bombas de 500 libras sobre los barrios de Managua, que desaparecía a los jóvenes, que llenaba de cadáveres la Cuesta del Plomo, que se acercaba al genocidio”, describe.
Y eso ciertamente no está ocurriendo en la Nicaragua de hoy.
La oposición ha denunciado el cierre progresivo de los espacios democráticos, esa es una diferencia innegable a menudo destacada por los partidarios de Ortega.
Y muchos en Nicaragua siguen vinculando al eterno comandante del FSLN con la promesa de cambio y justicia social representada por el proyecto revolucionario que una vez encabezó.
Símbolo de la revolución
“Su liderazgo no es improvisado, viene desde la revolución”, dice de Ortega el historiador sandinista Aldo Díaz Lacayo.
Para Díaz, una de las grandes virtudes de Ortega -y una de las claves de sus dos últimos triunfos electorales- ha sido “la restitución” de los derechos sociales que el FSLN abanderó durante la década de 1980.
Y mientras que a Ramírez su abrumadora victoria en los comicios le recuerda a las que también acostumbraban obtener los Somoza, la misma es interpretada por los sandinistas como la obvia expresión de la popularidad de un gobierno que ha sabido dar respuesta a las principales demandas de la población.
“La gratuidad de la educación y de la salud es una realidad. También los programas de casas y calles para el pueblo”, destaca Díaz Lacayo.
“La ciudadanía, en particular la juventud, dispone de amplios espacios de diversión y esparcimiento. Verdaderos sitios turísticos nacionales”, le dice a BBC Mundo.
“Y la alianza tripartita -entre gobierno, empresarios y trabajadores- es otra realidad incuestionable. Te sorprenderías de lo bien que funciona”, agrega, en referencia a la muy buena relación entre el gobierno sandinista y los grupos empresariales, que rara vez opinan sobre la situación política del país.
“Un proyecto familiar”
Para Chamorro, sin embargo, la tal “alianza tripartita” es nada más un nuevo nombre para una vieja estrategia de Somoza, simbolizada por la consigna “Ustedes hagan plata mientras de la política me encargo yo”, ahora endulzada por la posibilidad de hacer negocio con el dinero con el que Venezuela ha estado apoyando al gobierno sandinista.
Y, para Ramírez, la explicación del claro domino de Ortega en las urnas también es otra.
“Hoy el sistema democrático nicaragüense ha sido completamente aplastado, no queda nada más que una sumisión a un proyecto personal y familiar”, sostiene el ex vicepresidente sandinista, quien fue expulsado del FSLN en 1995 por atreverse a disputarle el poder a Ortega.
Para consolidar su proyecto, Ortega primero necesitó de una sentencia de la Corte Suprema de Justicia que en el 2009 declaró inconstitucional el artículo de la Constitución nicaragüense que prohibía la reelección presidencial.
Y, según Ramírez, a partir de ahí “ha ido sumando poderes a través de la corrupción, la compra de voluntades, la sumisión y hasta el temor”.
“Si salís a la calle a protestar, o te quitan tu puesto -y en Nicaragua el mayor empleador es el estado- o te quitan una beca, o se meten con tu negocio: te mandan a investigar, te detienen un pedido en la aduana, te arruinan”, le dice a BBC Mundo.
Una forma de proceder que explica por qué Chamorro considera que la comparación con los Somoza no resulta descabellada.
“La pareja presidencial tiene el control de todo: de los poderes del Estado, del ejército, de la policía. Hay gente que dice que tienen incluso más poder que Somoza”, asegura el periodista, cuyo padre fue asesinado por criticar a la dictadura somocista.
“Y no sólo comparten la tendencia a la concentración del poder, también se parecen en que no conciben la alternancia”, agrega.
Democracia burguesa vs. Democracia popular
Los simpatizantes de Ortega, sin embargo, aseguran que el problema es que se tiende a juzgar a su líder según los parámetros de una “democracia burguesa”.
Y, para Aldo Díaz, la mayor virtud de Ortega es, de hecho, “que ha sabido aplicar extraordinariamente bien la democracia participativa consignada en la Constitución nicaragüense”.
“A través de múltiples instancias partidarias el pueblo participa a todos los niveles y sectores”, le explica el historiador a BBC Mundo.
“Además, la participación incluye como vehículo fundamental, el activismo político militante”, agrega.
Y explicaciones como esa -así como afirmaciones como la del asesor presidencial Orlando Núñez, para quien “las elecciones son un invento de la burguesía para dividir a los pueblos”- dejan entrever una visión de democracia radicalmente diferente de la generalmente aceptada en el mundo occidental.
Una visión que, según Ramírez, ya era la de Ortega durante su primer período en el poder.
“Él siempre creyó en un modelo donde existiera un partido dominante, que no tuviera estorbos a la hora de ejercer el poder. Esa creencia -que proviene de una vieja formación leninista, más que marxista- siempre estuvo ahí”, le dice el escritor a BBC Mundo.
“Y no solo en él, sino en la mayoría de los dirigentes de la revolución”.
Para su antiguo número dos en el gobierno, la ideología de Ortega no ha cambiado de entonces a la fecha.
“Él sigue pensando -y lo ha dicho públicamente- que la democracia representativa no sirve para nada, que lo que se necesita es la democracia popular, donde hay un solo partido y no hay estorbos para pasar las leyes”, explica.
La diferencia -apunta Ramírez- es que en la década de 1980 el poder se ejercía en Nicaragua por medio de un equilibrio muy delicado que dependía del acuerdo de las tres tendencias que conformaban al FSLN.
“Hoy es una situación muy diferente y lo que hay en Nicaragua es un gobierno familiar”, sostiene el escritor.
“Primus inter pares”
Efectivamente, en sus orígenes el partido sandinista respondía a una Dirección Nacional de nueve integrantes, de la que Daniel Ortega era inicialmente sólo un miembro más.
“Y aunque Daniel fue ascendiendo como un primus inter pares, nunca pudo llegar a ser, en esas circunstancias, un caudillo que acumulara poder o que pusiera a su familia en puestos claves. Eso era imposible entonces”, afirma Ramírez.
Pero entonces, ¿cómo llegó a acumular tanto poder, especialmente cuando al triunfo sandinista de 1979 no se destacaba particularmente entre los nueve comandantes de la revolución?
En sus memorias del período revolucionario, Adiós muchachos, Ramírez cuenta que el nombramiento de Ortega como representante de la Dirección Nacional y coordinador de la Junta de Gobierno se dio a propuesta de su hermano Humberto, quien lo ofreció como una opción segura que garantizaba el equilibrio de poder.
“Humberto vendió la idea diciendo que Daniel, por falta de relevancia, no era el más peligroso, alguien que quisiera o pudiera hacerse con el poder, porque no sabía hablar, no era carismático. Esa fue la manera de venderlo”, le confirma el novelista a la BBC.
La decisión, sin embargo, convirtió a Ortega en la voz y el rostro de la Revolución Sandinista.
Y luego de la traumática salida del poder del FSLN en 1990, Ortega también trabajó más que nadie para mantener vivo al partido y -en el relato de Ramírez- también para someterlo a su voluntad.
“Con una gran constancia, él se dedica a ir municipio por municipio, barrio por barrio, a hacerse cargo de la estructura hasta que la llega a controlar”, reconoce el novelista.
“Es el único miembro de la Dirección Nacional que se dedica a eso, porque unos pasan a la oposición, otros pasan a hacer negocios”, explica.
“Y así, él, con gran perseverancia, termina convirtiéndose en la encarnación del proyecto revolucionario en los ojos de la gente, de los que fueron combatientes guerrilleros, de los colaboradores históricos, de esa gran base política que todavía tiene el Frente Sandinista de Liberación Nacional”.
El regreso al poder
Esa base, sin embargo, no sería suficiente para que Ortega regresara al poder ni en las elecciones de 1996 ni en las de 2001, las que perdió con el 37.38% y 42.28% de los votos (respectivamente).
Y fue por eso que el caudillo sandinista -que en 1998 también había tenido que enfrentar las acusaciones de abuso sexual de su hija adoptiva, Zoilamérica Narváez- decidió pactar con un viejo enemigo, el expresidente Arnoldo Alemán.
“El sabía que yendo a segunda vuelta nunca iba a ser electo, porque entonces la derecha -o la oposición, como queramos llamarla- se unía, que era lo que había pasado en las dos ocasiones anteriores”, explica Ramírez.
Y, como cuenta el novelista, su solución fue acordar con Alemán una reforma constitucional que rebajaba el techo para una elección en primera vuelta a un 35%, a cambio de protegerlo de las acusaciones de corrupción que perseguían al exmandatario, para entonces todavía líder indiscutible del Partido Liberal.
Bajo las nuevas reglas, el 5 de noviembre del 2006, Ortega se impuso a una oposición dividida con un 38.07% de los votos, sumando a Nicaragua a la creciente lista de países latinoamericanos con gobiernos considerados de izquierda.
Y así, después de casi 17 años en la llanura, el 10 de enero del 2007, Ortega regresó a la presidencia.
Según Ramírez, con la intención de no abandonarla nunca más.
“Una vez que llega al poder, él decide que nunca más lo va a dejar, que nunca más va volver a cometer el error de perder unas elecciones”, le dice el escritor a BBC Mundo.
Un propósito que, de ser cierto, el líder sandinista efectivamente ha sabido cumplir.