No ha pasado mucho tiempo desde que parecía que los dos Estados profundamente enemistados se precipitaban a un choque: su disputa era el conflicto más peligroso del mundo y la comunidad internacional temía una escalada nuclear.
Los dos líderes protagonizaron en 2017 una escalada verbal en la que se escucharon insultos como loco, gordo, demente, viejo loco, “pequeño hombre cohete”, perrito enfermo o cobarde e incluso Trump amenazó con “fuego e ira”. Por citar sólo una parte.
¿Son estos los primeros signos de que Kim podría dejar las armas o el reconocimiento de que hasta ahora ha estado viviendo una realidad paralela (auf einem Holzpfad befunden habe), como siempre dijeron Corea del Sur y Estados Unidos? Muchas preguntas siguen abiertas.
Un grupo de enviados especiales surcoreanos informaron a comienzos de esta semana tras un viaje a Pyonyang que Kim había mostrado su disposición a hablar con Estados Unidos sobre una península coreana libre de armas nucleares. Lo que no está claro es qué pide Kim a cambio: por el momento sólo se sabe que garantías de seguridad para la pervivencia del sistema en su país.
Pese a la magnitud de la noticia, en la noche del jueves un funcionario de alto rango seguía relativizando lo ocurrido: aún no se habla de negociaciones y no es más que un encuentro cara a cara. Y Washington no se conformará con menos que una desnuclearización total de la península coreana, “un resultado que espera el mundo entero”.
Algo que no parece fácil, teniendo en cuenta que la cúpula autocrática de Pyonyang no ha dejado de insistir en los últimos años que las armas nucleares del país son innegociables, ni siquiera a cambio de miles de millones de dólares. La comunidad internacional critica precisamente al país comunista por dedicar casi todos los recursos al Ejército y al desarrollo armamentístico, mientas la mayoría de la gente vive en la pobreza.
Muy costosos fueron los hasta ahora seis ensayos nucleares y los numerosos test misilísticos. Sólo el año pasado Kim dio la orden de realizar 20 ensayos con misiles balísticos, incluyendo tres intercontinentales.
Los misiles balísticos suelen ser tierra-tierra, sobre todo los nucleares. Alcanzan gran altura y salen temporalmente de la atmósfera antes de alanzar su objetivo.
El programa nuclear se considera una garantía política de la supervivencia de la cúpula, incluso bajo la presión de las sanciones internacionales. Militarmente, Corea del Norte se cree intocable y su objetivo fue siempre desarrollar misiles capaces de portar una cabeza nuclear hasta tierra firme estadounidense. Corea del Norte se ve capaz de ello y acusa a Washington de una política hostil.
Pero ahora, Pyongyang se comporta de forma sorprendentemente tranquila tras los importantes anuncios del Gobierno surcoreano: primero, un previsto encuentro entre Kim y el presidente surcoreano, Moon Jae-in, en abril, y ahora también con Trump, como tarde en mayo. Y además, Corea del Norte no realizará ningún test nuclear y misilístico.
El propio Trump ya había dado a entender que podría haber un encuentro cuando en noviembre, durante una gira por Asia, dijo de repente que quizá un encuentro con Kim fuera algo bueno para el mundo.
Ayer miércoles, la tinta sobre el decreto de Trump sobre los aranceles al aluminio y al acero apenas se había secado cuando el presidente se presentaba en la sala de briefings de la Casa Blanca para afirmar que Corea del Sur iba anunciar algo grande sobre su vecino del norte.
Y entonces apareció el asesor de seguridad nacional surcoreano, Chung Eui-yong, ante la Casa Blanca, con aspecto de estar algo perdido sin un estadounidense a su lado, y anunció la gran noticia: Trump estaba dispuesto a hablar con Kim. La Casa Blanca lo confirmaba poco después y el propio Trump escribía en Twitter sobre el previsto encuentro.
En sus conversaciones con funcionarios surcoreanos a comienzos de la semana, Kim había hablado incluso de desnuclearización y no sólo de congelar las existencias de armamento. Se consiguieron grandes avances, pero las sanciones se mantendrán hasta que se logre un acuerdo.
Al ser preguntado por qué Estados Unidos no intentaba primero un encuentro a un nivel más bajo, un representante del Gobierno se limitó a decir que Trump había sido elegido porque hacías las cosas de forma distinta a su predecesor.
Es una campaña de “presión máxima” la que llevó a los últimos resultados, añadió. “El presidente Trump se labró fama de un hombre que llega a acuerdos”. Y Kim Jong-un es la persona que toma las decisiones en el régimen totalitario.
A Trump le gusta verse en ese papel. Pero ahora tendrá que vérselas con alguien que también sabe moverse en ese terreno.