Y el viernes, hicieron el periplo Damasco-Beirut-Amán-Doha, antes de llegar a Filadelfia, EE. UU.
“El viaje duró en total 20 horas”, explica Josephine, de 60 años, en su apartamento del barrio de Tijara, en Damasco.
A su llegada al aeropuerto estadounidense, un agente les tomó los pasaportes y los llevó a todos a un pasillo.
“Entonces empecé a ponerme nerviosa”, recuerda esta mujer de rostro ojeroso.
‘¿Es una broma?’
Los minutos siguientes quedarán grabados en su memoria para siempre.
“El agente volvió y nos dijo que nuestras visas habían sido anuladas y que teníamos la entrada prohibida en Estados Unidos”, debido al decreto del presidente Donald Trump que afecta a los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana.
“Le dije en inglés: ‘You’re kidding, right?’ (¿Está bromeando, verdad?). Y me respondió: ¿Tengo aspecto de estar bromeando?”.
Josephine, su marido Basam, y el resto de la familia están todavía conmocionados.
“Creí que había una acusación personal contra nosotros y no un decreto general”, explica Basam, de 62 años.
Ignorábamos que “se había firmado un decreto mientras estábamos en el avión”, afirma este hombre de cabello canoso, mostrando la visa estadounidense pegada a su pasaporte y tachada con un trazo azul que indica su anulación.
“Estábamos tan contentos de haber obtenido la visa para ir a Norteamérica. Hay tantos países que no darían una visa” a ciudadanos sirios, agrega.
‘Un sueño hermoso’
Por las habitaciones de la casa hay todavía repartidas una veintena de maletas por abrir.
“Habíamos pasado 15 días comprando regalos para nuestros amigos. Nos sentíamos tan felices cuando estábamos haciendo el equipaje”, recuerda Josephine. “Ahora no tengo fuerzas para abrirlas y sacar los regalos”, reconoce.
Para el hermano de Basam, el golpe fue aún peor: había vendido su casa y su automóvil planeando empezar una nueva vida en Filadelfia, donde vive ya su hijo Tufiq. Viajaba acompañado de su esposa, su hija Sara y sus otros tres hijos.
En el apartamento de sus tíos, Sara, de 20 años, no puede apartar la mirada de su smartphone, donde lee las últimas noticias de sus compatrioras devueltos al país por las autoridades estadounidenses.
Ningún integrante de su familia ha visto a Tufiq desde hace tres años.
“Lo más duro fue que mi madre estuvo a pocos metros de mi hermano y no pudo abrazarlo”, explica esta joven morena, vestida con un pijama rosa y gris.
“Se le saltaron las lágrimas (…) y pensé que mi padre se iba a derrumbar”, explica con tristeza.
Después de haber intentado inútilmente defender su causa, la familia fue escoltada a un avión y devuelta a Damasco.
“No tuvimos acceso ni a un abogado ni a un traductor. Nos privaron de nuestros derechos más básicos en un país que afirma defender los derechos humanos”, lamenta.
Para Sara, el sueño americano se ha visto remplazado por un gran vacío.
“Me había despedido de mis amigos de infancia, de mis vecinos, de todos los lugares que amo”, explica.
Luego de obtener la visa, la joven había empezado a imaginar su nueva vida leyendo sobre Estados Unidos y sobre la universidad en la que quería estudiar. “Fue un sueño hermoso”, afirma con melancolía.