El alcalde de Elbegendi, Aziz Demir, ya volvió a la tierra de su infancia tras 23 años de exilio en Suiza. Demir recuerda los años durante los cuales el conflicto kurdo convirtió a Elbengendi en un pueblo fantasma. “Era la guerra entre los rebeldes kurdos del PKK (Partido de los Trabajadores de Kurdistán) y el ejército”. “Durante ese período, entre 50 y 60 cristianos fueron asesinados en la región. Queríamos mantenernos neutrales, pero no era posible. Por eso nos fuimos”, cuenta con cierta tristeza. “Pero ahora queremos volver. Para proteger nuestra religión, nuestra cultura”, agrega.
Un puñado de habitantes siguió el ejemplo de Demir y muchos otros están dispuestos a emprender el mismo camino si las negociaciones de paz entre el Gobierno turco y el PKK se concretan.
El gran exilio de los cristianos de Turquía comenzó con los intercambios de población consecutivos a la independencia turca en 1923 y se aceleró con los disturbios intercomunitarios de los años cincuenta y la invasión de Chipre del norte en 1974.
En esta llanura de la Alta Mesopotamia sólo quedan 80 mil cristianos, sobre todo ortodoxos, ya sean armenios o siríacos, y un puñado de católicos, caldeos u otros. Una gota de agua en un océano de 75 millones de musulmanes. “Apenas somos cuatro familias”, dice Adnan Saglamoglu, un joyero de confesión caldea, que optó por permanecer en Mardin (sudeste) en vez de exiliarse.
Cuatro años después del asesinato del jefe de la Iglesia Católica de Turquía, Saglamoglu teme sobre todo la lenta extinción de su comunidad. “Sin la ayuda de los que están en el extranjero ya hubiéramos desaparecido. Pero intentamos mantener viva nuestra cultura”, explica.
La iglesia siríaca, erigida en el siglo III y el siglo IV, ha sido restaurada al igual que las otras diez aún enhiestas en Mardin.
“Sobrevivimos gracias al dinero colectado en nuestra comunidad. No recibimos ninguna ayuda del estado turco, ni de los fondos europeos”, dice el sacerdote Gabriel Aktas, que lamenta la lenta pero inexorable disminución de fieles y sacerdotes.
Los islamistas conservadores que gobiernan Turquía desde 2002 aducen que defienden “todas las religiones”, pero, jurídicamente, las comunidades cristianas del país no son consideradas minorías.
Ese reconocimiento encabeza las reivindicaciones de los cristianos de Turquía, que también fueron víctimas de las matanzas que sufrieron los armenios bajo el imperio otomano en 1915. “Hoy no se puede construir una iglesia en Turquía. Es una vergüenza”, dice Ayhan Gurkan, un catequista que transmite su saber en secreto en la iglesia siríaca de Midyat.
Aziz Demir, alcalde de Elbengendi, espera ansioso la ayuda del papa Francisco, que visita Turquía este fin de semana. “No queremos que Europa siga sacrificando a los cristianos de Oriente. Es hora de que al fin puedan vivir en su tierra”, dice.