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Una historia de dos bodas: Trump y Biden

Dos fines de semana. Dos bodas. Dos sedes de poder. Dos familias presidenciales: una anterior, una actual, ambas con la esperanza, tal parece, de también ser la futura. Así se dieron dos eventos apolíticos que, de todos modos, se enmarcaron en la mitificación de la política.

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Invitados reunidos en el jardín sur de la Casa Blanca para la boda de la nieta del presidente Joe Biden, Naomi Biden, y Peter Neal, en Washington, el sábado, 19 de noviembre de 2022. (Al Drago/The New York Times).

Invitados reunidos en el jardín sur de la Casa Blanca para la boda de la nieta del presidente Joe Biden, Naomi Biden, y Peter Neal, en Washington, el sábado, 19 de noviembre de 2022. (Al Drago/The New York Times).

Cuando Tiffany Trump se casó con Michael Boulos en Mar-a-Lago en Florida, el 12 de noviembre, y Naomi Biden se casó con Peter Neal en la Casa Blanca el sábado, las ceremonias nupciales (sobre todo aquellas partes que se podían ver) quizá se centraron en dos parejas felices, pero también reflejaron las dos historias distintas que el expresidente Donald Trump y el presidente Joe Biden le cuentan al mundo sobre quiénes son, sobre lo que valoran, sobre las vidas que han construido.

La versión del sueño americano que representan. Los valores familiares que ostentan. Es por eso que, si bien fueron eventos privados, —sobre todo la boda Biden, en la que se firmaron acuerdos de confidencialidad y los involucrados solo respondieron con un “eso es todo lo que puedo decir”— tienen repercusiones públicas.

Por ejemplo, tenemos a Tiffany Trump en la propiedad de Mar-a-Lago —la opulenta mansión construida por Marjorie Merriweather Post que Donald Trump compró en 1985 y convirtió en un club campestre— donde ella creció, pero que más tarde se volvería la Casa Blanca de invierno de su padre, su “Casa Blanca sureña” y, más recientemente, la sede MAGA; el lugar desde donde anunció su campaña presidencial para 2024.

Asimismo, está Naomi Biden, en el jardín de la parte sur de la Casa Blanca, donde vive actualmente con su esposo, la primera nieta presidencial en casarse en la Casa Blanca y apenas la novia número 19 en casarse ahí, posando en un balcón adornado de rosas.

La boda de Tiffany Trump se celebró por la tarde, bañada en los matices pastel del crepúsculo. Su padre de corbata negra la acompañó hasta el altar, por un camino de arcos florales en tonalidades, no del todo naturales, crema, lila, rosa, azul y verde azulado. (“Seguramente no queda una sola hortensia al este del Misisipi”, escribió The Palm Beach Daily News). La boda de Naomi Biden sucedió a media mañana, y la novia fue escoltada hasta el altar por su padre y su madre, pasando por una entrada enmarcada de flores verdes y blancas.

No fueron un completo contraste, pero poco les faltó.

Cada mujer lució tres atuendos: uno para el ensayo la noche anterior, uno para la boda y otro para la fiesta de recepción.

Tiffany Trump, la hija adulta que más se distanció del gobierno y la primera campaña de su padre, usó un vestido de novia y uno de gala creados por Elie Saab, un diseñador libanés conocido por su pasión descarada por el glamur y la fantasía, en honor a la ascendencia libanesa de su esposo. Estaba cubierto de cuentas plateadas a juego con un velo largo que tocaba el suelo. Llevó su cabello rubio suelto y ondulado, al estilo de Fox News, y portó un pequeño ramo de azucenas.

La estética era de una fábrica de sueños que fusionaba Disney con la serie “Dinastía”, el más puro romance de alfombra mágica con un ligero toque de diamante. Todo digno de la hija del hombre que prometió hacer a “Estados Unidos rico de nuevo”.

Naomi Biden, la nieta mayor del presidente y la más involucrada en su carrera política, lució un vestido de novia creado por Ralph Lauren, el diseñador que ha forjado un imperio con base en la promesa tipo Gatsby del ideal estadounidense y que vistió a su abuelo para su ceremonia de inauguración. Tenía un corsé de encaje Chantilly e incluía “pétalos de listón organza colocados a mano sobre el corpiño y en cascada por la falda”, según describió la marca. Venía con un velo tipo catedral. Llevó su cabello recogido en un rodete bajo y sostuvo un ramo de lirios del valle.

La estética correspondía por completo a la tradición de Grace Kelly: naturalismo elevado y bien curado de Nueva Inglaterra. También siguió la tradición diplomática de vestir prendas elaboradas en Estados Unidos.

De hecho, según WWD, Naomi Biden eligió un vestido de Markarian —la marca propiedad de una mujer neoyorquina que vistió su abuelastra, Jill Biden, en la toma de posesión de Biden— para la fiesta de recepción. Lució un conjunto de Danielle Frankel, otra marca de Nueva York liderada por una mujer, para la cena de ensayo. Además, tanto ella como su esposo (quien vistió un traje azul marino de Ralph Lauren) y sus damas portaron joyería de Tiffany & Co. en la boda. El presidente vistió un traje azul que parecía combinar con el de Neal, y la primera dama lució un abrigo azul cerceta sobre un vestido azul.

La fotografía que la Casa Blanca publicó por todas partes mostraba al presidente y a Jill Biden, y a ningún otro miembro de la familia (ni el padre de Naomi Biden, Hunter Biden, quien ahora está en la mira de la nueva mayoría republicana en la Cámara de Representantes), riéndose con la joven pareja: una versión pulida y de postal de la camaradería improvisada que el presidente ha convertido en su sello personal.

Por el contrario, la fotografía de los Trump que causó más revuelo en redes sociales fue un retrato grupal en el que aparecen las mujeres Trump delante de una fuente y un muro con detalles en oro: la novia sonriente está al centro, flanqueada por su madre, Marla Maples, de lila; su madrastra, Melania Trump, de durazno; e Ivanka Trump en su vestido azul de ninfa marina, con Lara Trump, esposa de Eric Trump, que usó un vestido de cota de malla que parecía salido de “Juego de tronos” en un extremo y Kimberly Guilfoyle, la prometida de Donald Trump Jr., con un vestido negro tipo “Maléfica” en el otro.

¿Negro? Esto suscitó un breve momento de telenovela pues pareció que Ivanka Trump había cortado a Guilfoyle de la fotografía cuando la publicó en Instagram, pero también significó que la gente seguía hablando de la boda aun días después de que terminó. Lo cual en sí mismo es un distintivo del trumpismo.

Después de todo, ambos hombres quieren que el electorado diga: “Acepto”.